tag:blogger.com,1999:blog-26925225712405634232024-02-20T17:16:51.833-08:00escribiendo común gusanomanohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.comBlogger40125tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-4171402839794469342011-05-24T19:26:00.000-07:002011-05-24T19:30:54.880-07:00No es tan fácil curarnos<p class="MsoNormal"><span style="font-family:"Book Antiqua";color:#5C5C5C">A Fabián lo conocí en el peor día de su vida. No recuerdo haber visto a un ser humano más compungido que a Fabián aquel día. Fue en la casa de los Castro, sus abuelos. Nunca antes, con ninguna otra cosa, me había dado esa espantosa sensación de tristeza, al ver un niño sufriendo tanto, demasiado conciente de lo mucho que sufría. Por eso me transmitió el sufrimiento de tal manera, porque él sabía que estar ahí le hacía sentir muy mal y porque por más de que haga cualquier cosa nada iba a cambiar. Así lo pensaba y así me lo dijo. Es el peor día de mi vida, oí decir de una boca a la que jamás le vi los dientes.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="color: rgb(92, 92, 92); font-family: 'Book Antiqua'; ">Yo había ido con mis padres a comer un asado a lo de los Castro y cuando llegué me encontré con que también estaba su hija, Marina, de quien guardaba muy buenos recuerdos y cariños pero que no veía hacía mucho tiempo, que estaba con su esposo y su hijo. Cuando entramos los cinco ya estaban en la mesa, comiendo una gran picada, de esas coloridas que sólo le vi preparar al dueño de casa. Fabián no quiso saludarnos, y lo obligó su abuela; ese fue el primer contacto que tuve con él y desde entonces me agradó su tan marcada personalidad. Al poco tiempo Lito se encargó de entretenernos con sus historias de cómo era ser un niño travieso, al principio, un adolescente malvado después y un joven desastroso hace no muchos años atrás. En el extremo opuesto está su hijo, Fabián, que se quedó todo el almuerzo sin decir una palabra; entendible: una cosa es Lito amigo y otra muy distinta es Lito padre. <span style="mso-spacerun:yes"><br /></span></span><span class="Apple-style-span" style="color: rgb(92, 92, 92); font-family: 'Book Antiqua'; ">Durante la comida pude hablar algo con Marina, hasta que empezó a enredarse en charlas de burako con mi madre, rememorando jugadas y campeonatos en las que ambas se lucían y apabullaban a quien se les pusiera a los costados. Cuando terminamos de comer me tomé rápido el café porque ya estaba algo incómodo. Para ese entonces, acompañado de un murmullo de fondo, mi cuerpo era algo que nadie controlaba, débil, aburrido y tan pesado que ya empezaba a hundirse en la tierra. No aguantaba más a Elcastro, como lo llamábamos sólo mi viejo y yo, y recordé por qué había dejado de ir a su quinta hace ya varios años atrás. Lacastra y Elcastro son buena gente, pero no saben tratar con los niños. Creen que las personas de menos de quince años de edad todavía no cuentan con las suficientes herramientas como para sostener una conversación con ellos. Me acuerdo que de eso hablamos la última vez que los vi en esta quinta, cuando yo tenía cerca de dieciocho años y Elcastro gritaba, escupiendo por debajo de unos bigotes negros, enormes, de los que cualquier niño se aterraría, de los que cualquier niño sentiría miedo, y tal vez por eso se los dejaba, porque no hay niño que al verlos no se imagine siendo devorado por esa jungla de víboras peludas, sucias, mojadas, despeinadas, que estaban sedientas a la espera de cualquier ser ingenuo y con imaginación. Hasta ese día, decía, yo iba dos o tres veces por año a la quinta de los Castro. Al principio no me daba cuenta, me la pasaba jugando con Marina y todo estaba bien, después sentía cada vez más cómo mis viejos me obligaban a ir y luego, cuando tenía doce o trece, hacía todo lo posible por aguantarme a Elcastro con tal de ver a María. María, a quien también vi por última vez aquella tarde de 2005, fue mi primer amor. O uno de los primeros. Ella era la hija de Susana y ambas trabajaban en la quinta de los Castro, con cama adentro. Susana sigue trabajando y María hace años que se volvió a Mendoza.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="color: rgb(92, 92, 92); font-family: 'Book Antiqua'; ">Pero lo que estaba contando era que habíamos terminado de comer y estaba aburrido. Necesitaba una siesta urgente. Me paré para ir hacia la casa, argumentando que iba al baño pero preguntándome para mis adentros si seguiría aquel sillón en el living, donde dormía cuando nos pasábamos todo el fin de semana en la quinta y yo sufría tanto como en ese momento en el que nadie a mi alrededor se daba cuenta de que me paraba, decía algo y me terminaba mi vaso de soda y el líquido, que era agua, gas, ácido, sangre, me pasaba por todo el cuerpo y me hinchaba aun más. Cuando estaba yendo para adentro vi a Fabián que estaba sentado en un rincón del parque, una fotografía de aquellos años, tan solo como cuando mis padres me llevaban porque no tenían con quien dejarme y entonces cuando terminaban de comer y estaban lo suficientemente borrachos como para que no los aguante más me sentaba en el jardín, cerca de las plantas que tanto cuidaba Lacastra, y así pasaba toda la tarde, leyendo alguna historieta o jugando un solitario con las cartas. Me acerqué a Fabián y le dije cualquier cosa; él ni levantó la cabeza, siguió cortando el pasto con una tijera. Me senté a su lado, hice algunas estúpidas preguntas de adulto, ¿qué estás haciendo? ¿estás aburrido? ¿te gusta este lugar? y luego me quedé en silencio. Pasamos varios minutos así, él cortando pasto por pasto y yo sentado al lado, mirándolo. Después de un rato cierta incomodidad comenzó a notársele en las cada vez menos esporádicas miradas, y de repente, por cómo me sostuvo la mirada, percibí que se había dado cuenta de que yo estaba de su lado, que no era un enemigo más, que podía contar conmigo tanto como un niño confía en su mascota o el Zorro en Bernardo. Dejó de cortar pastos y me dijo hoy es el peor día de mi vida. Y después de otro rato en mutuo silencio: es el lugar que más odio en el mundo, cada vez que vengo acá la paso peor que la anterior. Sin poder dejar de lado mi condición de adulto dije que si nos hubiésemos conocido la última vez que había venido también lo hubiese conocido en el peor día de su vida, corroborando lo que me terminaba de decir. De todas maneras él, conforme de tener enfrente a alguien que lo entendía, me miró a los ojos y me contestó que claro, conocernos en este lugar implica conocerlo en el peor día de su vida. <span style="mso-spacerun:yes"><br /></span></span><span class="Apple-style-span" style="color: rgb(92, 92, 92); font-family: 'Book Antiqua'; ">Luego hablamos un buen rato de nuestras vidas. Fabián es un chico inteligente. Tan inteligente como para aburrirse escuchando a un par de tipos de clase media preocupados por la situación del país, serios a la hora de decir querer cambiar algo aun sabiendo las limitaciones de sus voluntades, hablando con la boca llena de vino o asado de lo mal que está su equipo o de lo bien que juega tal jugador.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="color: rgb(92, 92, 92); font-family: 'Book Antiqua'; ">Fabián es gordito, tiene una remera blanca de mangas muy cortas. Su cabeza es redonda, o esa impresión da su pelo cortado tan cortito. Usa anteojos muy gruesos y redondos. Pero a lo que no le puedo dejar de prestar atención es a su voz: rara, como venida de otra dimensión, de otro lugar en donde los sonidos son interceptados por frecuencias extrañas y constantes. Así lo recuerdo, en el jardín o sentado en el sillón del living, primero jugando un solitario, después haciendo unos dibujos indescifrables.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="color: rgb(92, 92, 92); font-family: 'Book Antiqua'; ">No importa lo que siguió en aquella tarde. Tampoco importa cómo fue el reencuentro con María o cómo hicimos para que Elcastro sufriera un accidente. Lo que quería contar es lo traumado que quedó Fabián por haber ido tantos años a aquella quinta. Ahora en el manicomio de la cárcel le dicen el Escritor. Un pibe tan seguro de sí mismo, a quién se le hubiese ocurrido que terminaría escribiendo historias personales, mezclando la primera y la tercera persona del singular.</span></p>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-71604208895249189102011-05-22T20:33:00.000-07:002011-05-22T20:36:37.143-07:00La invención de Rubén<p class="MsoNormal" style="text-align: right;margin-bottom: 0.0001pt; "><i style="mso-bidi-font-style:normal"><span style="font-family: "Book Antiqua";mso-bidi-font-family:Mangal"><br />A Fernando Peso</span></i></p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom:0cm;margin-bottom:.0001pt"><span style="font-family:"Book Antiqua";mso-bidi-font-family:Mangal"><o:p> </o:p></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">Alicia y Alberto, luego de naufragar tres días, llegan a una isla desértica. Exhaustos, con pocas fuerzas, se arrastran por las arenas de una playa que en cualquier otro momento hubiera sido paradisíaca. Alberto toma fuerzas, se interna en la vegetación y vuelve con nutritivas provisiones. Como todo buen náufrago, se adapta a la isla, se deja la barba, anda en cuero. También agradece el privilegio: haber llegado a la isla en compañía de su amada. Los primeros días son pura aventura. Cazan, recolectan, construyen y se aman. Al tercer día comienzan los momentos de depresión. Después de una semana en esas condiciones comienzan los ataques de ira y desesperación extrema. Al mes, después de días enteros sin hablarse, caminar kilómetros sin saber qué buscar y comer asquerosidades, la resignación llega al punto límite.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">No pasa mucho tiempo más y todo se vuelve normal en la isla. De vez en cuando pasan frío o hambre, pero lo resuelven sin muchos problemas. Otras veces recuerdan los proyectos que tenían y todo termina en risas que son renovación del amor. Pero los días pasan sin muchos sobresaltos. Amándose menos de lo que nos imaginamos. Una nueva cotidianeidad se va adueñando de sus pensamientos y preocupaciones; y la vida en la isla se vuelve muy parecida a como era en la ciudad, sólo que con una sociedad de dos habitantes. Ahora, en vez de los vecinos o los chimentos de la tele, hablan de animales, estrellas o el mar. Ya no hablan del gas, la luz y el teléfono, ahora discuten y se preocupan por construir una choza más grande y fuerte, previendo cambios climáticos. De todos modos conservan el mismo énfasis para tratar los distintos temas. Cambian el discurso pero no el tono. Como quien solamente disfruta de lo distinto cuando sabe que dura poco. En la isla terminan pintando los mismos aburrimientos pero de otros colores. Es cierto, además de discutir y rezongar siempre por las mismas cosas, quizás esta nueva vida involuntaria les haya devuelto las ganas de mirarse un poco más.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">Una tarde, varios meses después de haber llegado, Alicia vio una choza en un lugar al que nunca recordó cómo regresar. Jura haberla visto y Alberto no titubea a la hora de dar explicaciones psíquicas a semejante ilusión óptica. Desde esa primera discusión desesperada quedó un espacio de rencor dentro de cada uno de ellos, que sale a la luz en cada pequeño problema. De todas maneras, aunque los dos saben que el tema no está resuelto, al poco tiempo hacen que olvidan este episodio –ella más que él- y retoman las conversaciones y los quehaceres habituales. Incluso inventan un juego, mezcla de tejo, payana y croquet, que logra mantenerlos felizmente entretenidos varias horas por día.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">Un día apareció un hombre. Descalzo, vestido con unos jeans azules y una camisa con cuadros verdes y rojos. Con barba, también, pero con el pelo corto, prolijo. Alicia y Alberto se quedaron anonadados. Ella con cara de abusada, respirando rápido sin poder cerrar los ojos, como perdida, moviendo todo el cuerpo menos la cabeza, todo le picaba y todo se rascaba. Alberto, en cambio, estaba rígido, se había parado de golpe y sacaba el pecho hacia afuera. Él tampoco le quitaba la vista de encima. El tipo caminaba tranquilo, como quien pasa por un kiosco de diarios y ojea algunas revistas.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Todo va bien?- Preguntó desde arriba. Mientras pasaba por unas rocas que estaban a unos metros de la playa en la que se encontraban Alicia y Alberto.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Buenas tardes, soy Alberto.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Ya sé.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Hace mucho que está en la isla?-preguntó Alberto, como si le estuviera hablando a alguien que está en la parada del bondi.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Necesitan algo?<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Nada. Estamos bien. Quién es usted?-interrumpió Alicia, para ese entonces mucho menos atemorizada que su marido.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Rubén. Estoy en la isla hace años. Los veo desde que llegaron pero, entre las ocupaciones cotidianas y sus peleas, nunca encontré momento para interrumpirles. Hoy los vi bastante callados, me preocupé. Por eso bajé.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Estamos bien-dice Alicia.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-O sea que no hay salida?-agrega Alberto.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Cómo?<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Claro, si está hace años quiere decir que uno de acá no se puede ir.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Yo creo que sí. Por eso todas las tardes, después de la siesta, subo a ese árbol-Rubén señalaba un árbol que estaba en la cima de la sierra más alta, en un lugar donde nunca habían estado ellos dos, aunque desde donde se encontraban no había más de quinientos metros-. Hasta que se va el sol. Llevo este pañuelo, por las dudas, para hacer señas si veo a alguien.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Excelente!-gritó Alberto- Ahora no tendrá que estar tanto tiempo allí arriba. Nos turnaremos. Yo iré la mitad del tiempo.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Seguro-dijo Rubén, yéndose.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">Todos los momentos que siguieron a ese, todas las palabras que Alicia y Alberto dijeron o pensaron fueron referidas a Rubén. Ella estaba incómoda, reflexionando sobre lo nuevo, sobre la atracción por lo desconocido, pensando en qué pasa cuando uno encuentra que la totalidad no se reduce a lo de siempre. Él, en cambio, fue variando sus palabras y pensamientos. Pasó de afirmar que en Rubén se hallaba el fin a la pesadilla del naufragio a negar su existencia, jurándole a Alicia que no había visto a ninguna persona.<span style="mso-spacerun:yes"><br /></span></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">Hasta el otro día no lo volvieron a ver. A la misma hora que el día anterior, Rubén pasó por donde ellos estaban, los saludó y siguió caminando hacia el árbol. Una escena muy parecida a la sucedida veinticuatro horas antes, salvo que esta vez Alberto quiso pararlo, corrió unos metros, volvió a insistir en que debían turnarse, en que coincidía con que esa era la única manera de salir de ahí. Rubén dijo que sí, pero siguió caminando. No hay salida, sólo costumbres, pensaba Rubén mientras se alejaba, y Alicia lo escuchaba. Extrañado, Alberto le gritaba que cuando termine la vigilancia pasara por donde ellos estaban. Al rato se olvidaron de Rubén, o eso simularon. Cada uno volvió a sus quehaceres. Al terminar el día todo se ubicaba en el indicado lugar, la calma habitual del atardecer y la brisa fría que llegaba desde alta mar. El ruido del mar rompiéndose en olas era acompañado por el canto de un pájaro al que nunca habían escuchado tan fuerte. Era como leer muy lento <i style="mso-bidi-font-style: normal">cucú cutíto!</i>, pero silbando agudo. Se miraron, pero recién a la noche, antes de dormir, cuando vieron que Rubén no volvería hasta el otro día, lo hablaron como al pasar. <span style="mso-spacerun:yes"><br /></span></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">Cuando apareció Rubén, a la hora de siempre, Alberto no lo dejó avanzar. Le suplicó alternar la vigilancia en el árbol. Quería que Rubén ocupara su tiempo en otra cosa, que descansara. El estar alerta beneficia a todos, decía. Rubén se negó, dijo que hoy no, que al otro día cambiarían. Y Alberto aceptó. Mañana voy yo, sí o sí, exclamó Alberto.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">Otra vez, al atardecer, Alicia y Alberto escucharon el canto del pájaro. Pero se dieron cuenta de que era Rubén el que lo hacía. La pareja volvió a reír después de mucho tiempo. No podían creer lo que escuchaban. Esta vez era claro. Rubén gritaba sin parar: “Están cogiendo!”, “Están cogiendo!”. Pobre, debe ser muy dura la soledad, dijo Alicia, queriéndose poner seria. Sí, debe estar muy desesperado, contestó Alberto, riéndose estrepitosamente. Rubén seguía, “Están cogiendo!”, “Están cogiendo!” y no hacía más que incrementar el volumen de las carcajadas de Alberto, mientras Alicia reía sin querer, vergonzosamente. Miraban el árbol pero no conseguían ver a Rubén, que debía estar entre las ramas.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">Pasaron la noche sin parar de hablar sobre lo que habían vivido. Suponían animales fornicando, imaginaban que en la mente de Rubén existía un mito que decía que ése grito atraería salvaciones, reían pensándolo durmiendo en el árbol, teniendo sueños eróticos, se ponían serios conjeturando con que hablaba un idioma que ellos no entendían porque sólo pertenecía al mundo de los pájaros. Finalmente se durmieron, recordando a la pareja que vivía en el departamento de al lado, en su anterior vida urbana.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">Toda la mañana Alberto había estado llenándole la cabeza a Alicia con que no podía ser que su salvación esté en manos de un tipo tan raro como Rubén. Era una locura dejar que Rubén sea quien vigile todos los días. Además, con Rubén vigilando él se sentía un inútil. Le va a venir bien descansar, dijo sonriendo socarronamente. Después de comer Alberto se sentó a esperar a Rubén, esta vez no me puede decir que no, dijo en voz alta. Y así fue. A la hora de siempre, Rubén llegó con su paso lento. Alberto fue al ataque. Dijiste que yo subiría, dijo con voz de niño pidiendo permiso, después de haber hecho todos los deberes. Rubén no se negó, le recomendó que esté muy atento, que no se descuide ni un segundo. Le entregó el pañuelo y le explicó cómo llegar.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">Alberto empezó a caminar, siguiendo las instrucciones de Rubén. Cuando lo vio no lo dudó: ése era el árbol. Un tronco ancho, con raíces que caían de ramas gruesas extendidas paralelas al piso, a dos metros de altura. No le fue difícil subir. El árbol tenía muchas ramas y su corteza era áspera, no resbalaba. Enseguida estuvo en la cima, disfrutando un paisaje único, encandilado por la línea en donde caía el mar. Al poco tiempo, aburrido, buscó un lugar de donde se viera la playa. Encontró una larga rama, aunque rodeada de hojas. Fue caminando por la rama, alejándose del tronco hasta que logró asomarse. Desde ahí se veía claramente la playa. Estaban Alicia y Rubén. Alberto se sorprendió: es verdad, desde acá parece que estuvieran cogiendo. </span></p>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-32808737068452466402011-04-27T18:50:00.000-07:002011-10-05T09:43:19.157-07:00un peso<p class="MsoNormal" style="margin-bottom:0cm;margin-bottom:.0001pt"><span style="font-family:"Book Antiqua"">No me podía dormir. Cerré los ojos y me imaginé panzón, con traje, bigotes, con el pelo peinado para atrás a la gomina. Millonario. Con la misma actitud que la del tipito del Monopoly. Con mucha plata. Abrí los ojos en la oscuridad de mi cuarto y me dije ¿qué haría con mucha gita?<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">1. Si tuviera mucha plata, me publicaría. Y sería un éxito. Hasta diría que, con mucha plata, sería un excelente escritor.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">Me pondría una editorial, con un nombre cualquiera, como El arbusto o Pasamanos u Olor a papel. Le diría a un amigo o a algún desconocido, para que no se sospeche, que aparezca como dueño de la firma. La editorial sacaría una edición de 30 mil ejemplares de mi primer libro, además de tiradas cortas de escritores inéditos, como jugándosela, para no despertar sospecha. El mercado literario y la prensa se sorprenderían, lo que haría despertar cierta curiosidad en algunos (los primeros de una gran masa de) lectores. A la semana contrato a mucha gente para que me compre el libro. Una vez agotado, con la misma plata que gané porque se “vendieron” todos los ejemplares, la editorial me reedita (si no es que viene otra editorial, una verdadera, y ruega publicarme). Para ese entonces ya pretendo tener mis propios lectores, movidos por la lectura de afiches y artículos en los diarios. Esto último es una de las cuestiones más simples, bastaría con ir a tomar un café con los dueños de los periódicos más prestigiosos (quienes seguro cuentan con alguna editorial) y explicarles el negocio, quizás pactar algunos números.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">2. Qué fácil sería conquistarla si tuviera mucho dinero. Pero, ojo: no porque la billetera mate al galán, sino porque más vale galán disfrazado que a la deriva y sin un mango. No ostentaría. Todo lo contrario. Compraría todo lo que puede llegar a tener un “tipo común”, con ciertos gustos decididamente inclinados a los que estoy convencido que a ella le atraería.<span style="mso-spacerun:yes"><br /></span></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">3. Con mucha guita haría otra liga nacional de fútbol. Una tan grande que compita con <st1:personname productid="la A.F" st="on">la A.F</st1:personname>.A., que sea lo suficientemente grande como para que en algunos años la elimine y domine el mercado futbolístico nacional. Haría equipos y estadios, compraría los que ya existen. Contrataría excelentes jugadores pero, claro, sería el dueño de la pelota. Jugaría, por supuesto, en el equipo más importante. Y ganaría millones, vale decirlo.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">4. Con mucha plata en mi poder, sería superhéroe. No creo que llegue a volar o hacerme invisible, porque esa no es una cuestión de dinero. Pero me encargaría de cuidar a las mujeres que andan solas caminando de noche. Me quedaría en las paradas de colectivos, esperando a mujeres solas y las acompañaría hasta su casa. Luchomán, el superhéroe de barrio. Contrataría ladrones y violadores para que se dejen cagar a piñas por mí y para que me cuiden de los verdaderos ladrones y violadores. En poco tiempo se correría la bola de que en mi barrio a nadie le roban porque estoy yo. De ahí a ser héroe nacional hay una línea demasiado fina. Lo más complejo es de héroe a superhéroe, pero también pensé en eso: contrataría los mejores magos del mundo para que me enseñen esos trucos imposibles y, como ellos, haría pasar por realidad diversas ilusiones. Ustedes se preguntarán ¿y por qué los magos no se convierten superhéroes haciendo lo que hacen? Pregunta estúpida. Los magos no tienen guita, hacen eso para ganarla. Los magos lo hacen (mediante un pacto con el espectador) en teatros, estudios de televisión o cumpleaños, ¿cuándo vimos a un superhéroe en alguno de esos lugares? Y lo más importante: para ser superhéroes, los magos primero deberían ser héroes.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">5. Con mucho dinero me compraría grandes terrenos en distintos puntos cardinales, con distintos climas y vegetaciones. Luego, compraría todas las especies de animales existentes. ¿Se podrá? Hacer como un arca de Noé, pero sin arca, sin Noé y sin el chamuyo de la inundación. Sin otro poder mágico o divino que el dinero. El zoológico más grande del mundo. Después no sé que haría con eso. Tal vez simplemente cobraría entradas imposibles o trataría de llevarme todo a la luna.</span></p> <p class="MsoNormal" style="margin-bottom:0cm;margin-bottom:.0001pt"><span style="font-family:"Book Antiqua""><o:p> </o:p></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">Mi conciencia insiste, perdón.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-¿Todas cosas materiales?<br /></span><span class="Apple-style-span">-No, las minas no son materiales, el despertar en la gente idolatría hacia mí por ser un gran jugador de fútbol o un superhéroe no me parece para nada materialista.</span><br /><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Pero estás jugando con los sentimientos de otras personas, los comprás. ¿Vos te creés que todos los terrícolas se dejan convencer o engañar por dinero?</span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; "><br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-No solo lo creo, lo veo todos los días.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Nunca ayudar a gente que lo necesita, ¿no?<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Bueno, está bien:<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">6. Regalaría mucha plata a gente pobre sabiendo que porque un rico regale plata nada va a cambiar pero eso me serviría para la legitimidad de la sociedad y para mentirme con que soy una gran persona.<span style="mso-spacerun:yes"><br /></span></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Muy gracioso. Sabés que no me refería a eso. Podés hacer obras de bien.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Bueno:<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">7. Haría obras de bien.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Que sigas en esa postura demuestra lo mal tipo que sos, ¿te das cuenta? Y yo no te la puedo dejar pasar, para algo estoy.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-¿Qué querés? ¿Dónde viste que alguien que de la noche a la mañana se vuelve multimillonario use esa plata para hacer el bien? Es sabido, los nuevos ricos son muchísimo más forros que los viejos ricos. Por temor o inexperiencia en el gremio.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-¿El “gremio”? ¿Tienen un gremio los que tienen guita, sólo por levantarla en pala? El colmo de los colmos.<br /></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Más respeto, eh. No hables así de los muchachos que te mandamos a la patota. Además, ¿qué problema tenés con que nos organicemos para defender nuestros intereses?<span style="mso-spacerun:yes"><br /></span></span><span class="Apple-style-span" style="font-family: 'Book Antiqua'; ">-Claro, claro. Acordate que mañana te tenés que levantar a las siete.</span></p>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-29443596637460802812011-01-08T15:43:00.000-08:002011-10-05T09:41:40.711-07:00Despertar<p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><br /><span style="font-size:85%;"><b style="mso-bidi-font-weight: normal">uno</b><!--?xml:namespace prefix = o ns = "urn:schemas-microsoft-com:office:office" /--><o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">¿Alguien, alguna vez, supo de alguien que alguna vez se haya puesto a contar o pensar en la cantidad de temas de conversación que se dan en simultaneo entre dos o más personas, a plena poca luz de algún jueves soleado y caluroso, de algún verano, en algún jardín de alguna ciudad latinoamericana? Cuando el tío le contó sobre aquella noche aseguró que no supo ni sabe aún si fue un sueño o una pesadilla, y a su sobrino se le vino a la cabeza la idea de poder parar el tiempo para escuchar, uno por uno, todos los temas de los que se estaban hablando en ese momento en la ciudad; mientras que el tío seguía contando o viviendo aquel sueño.<br />Fue una mañana de enero cuando se despertó con dolor de cabeza, frio en los pies, la boca sin saliva, los dientes ásperos y un aliento que hubiera matado a quien se le pusiera enfrente. El mate le cayó pesado, se cebó dos o tres y el malestar lo sorprendió con una poco común inapetencia. Despertarse esta vez le hizo prestar más atención a su cuerpo que a su eterno odio al jefe, a su perra o, incluso, a las piernas cruzadas de la muchacha que tan lindo le sonreía cada mañana en el Café. Se sentía mal y no sabía por qué.<br />Esa mañana la muchacha no fue al Café pero él ni se dio cuenta y, sin entenderlo, por mera educación, al chiste del mozo contestó con una sonrisa. El mozo era un tipo simpático, de los que hay que desconfiar porque están siempre de buen humor y uno no encuentra dos motivos coherentes en sus vidas que justifiquen tantas ganas de vivir. Tenía la nariz grande como el puño de la mano de un adulto, pero quien lo mire a la cara sin estar acostumbrado a hacerlo no podía dejar de mirarle los ojos: pequeños, en el fondo de la cara, tan bizcos como inquietos. Se reboleaban para todos lados, al lado de una nariz cuyos orificios podían albergar a un hámster. La pera era bastante pequeña, redonda, con un huequito en el centro, y la boca, casi siempre cerrada, insinuaba unos labios cortos hasta que se estiraban con cada sonrisa, con cada cruce de miradas y parecían atravesar toda la cara en forma horizontal. Así lo describió al poco tiempo de haberlo conocido, hace ya varios años, en una carta que envió a su sobrino, en Bueno Aires. Al tío le caía bien porque era un gran analista de cine; de esas personas que apenas uno se las encuentra sabe, con desilusión y tranquilidad al mismo tiempo, el tema del que se va a hablar. Estaba seguro de que hubiese llegado muy lejos como crítico, tal vez como director, si el rostro y los modales hubieran puesto un poco más de empeño, aunque no se lo decía. Lo mejor que tenía el mozo al comentar alguna película, una escena o al hacer alusión a algún actor o director, era que no hablaba por hablar. Aunque no le hacía falta decir cosas que no sabía porque sabía, siempre y de todo, de sobra; nunca se lo hubiese escuchado hablar de más. Siempre encontraba las palabras perfectas para hablar bien o mal de una película sin contarla. Por eso siempre era grato escucharlo, y a él le gustaba hablar con el mozo para enterarse de las novedades y aprender y discutir sobre cine. Esas charlas y la insistente mirada de la muchacha eran las cosas que, a su juicio, hacían del Café el lugar más cómodo del mundo.<o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">Pero ese día estaba sólo su cuerpo en el Café. Le trajo el cortado y sin decir una palabra lo tomó, pasó algunas hojas del diario que no leyó, dio un mordisco a la medialuna y, sin siquiera recordarla, sin pensar en dónde estaría sentada esa mañana o por qué no había llegado aún, sin verificar si su sonrisa y sus ojos le apuntaban desde algún lugar, se fue al trabajo. <o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';font-size:85%;color:#2a2a2a;"><o:p></o:p></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><b style="mso-bidi-font-weight: normal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">dos <o:p></o:p></span></span></b></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">En el trabajo, al contrario del bar, nadie lo encontró distinto al resto de los días. Trabaja en una fábrica de relojes, la única del pueblo, sucursal de una prestigiosa marca internacional de relojes. También trabajan otras marcas, menores, y eso les basta para monopolizar la regulación del tiempo en todo el pueblo. Él es el encargado de reparar los relojes que traen a cambiar en garantía. Siempre hace los mismos arreglos porque siempre, de fábrica, los relojes tienen las mismas fayas. Sacar algunos rubíes que entorpecen el rodaje, soldar dos “alambres” al muelle y ya: vuelven al mercado. El tema es que con esos defectos vienen todos los modelos de la empresa, algunos se rompen tras funcionar algunos pocos días u horas y otros perduran sin problemas.<br />Salió un poco antes a almorzar, no por hambre sino por ganas de despejarse. Caminó solo, fumando, algunas cuadras, sin poder sacarse de la cabeza el por qué de ese malestar en el estómago, que caía desde la garganta o un poco más arriba. Comiendo en un banco de la plaza, al ver un bebé en un cochecito que lo miraba serio a los ojos recordó el sueño que había tenido, o por lo menos quiénes eran los protagonistas y cuál era el tema principal, el que hoy lo angustiaba tanto, y se desmayó.<br />Cuando despertó, en el hospital, empezó a llorar. La enfermera le dijo que era común, que llorar es lo mejor en estos casos y él quiso no recordar esa estúpida teoría que asegra que las enfermeras dicen lo que uno quiere escuchar, pero fue más fuerte que el llanto. Al salir del hospital creyó, una vez más, tal como cuando vino a vivir al pueblo, que la vida no tenía más sentido pero, como le pasa a cualquiera que no se termina de animar a ser solitario, ya que es consciente de que sería lo mismo que suicidarse, no se suicidó porque pensó en el problema que le traería a todos los que dicen quererlo y porque la gente ve con malos ojos todo tipo de demostraciones de amor sincero y de descontento social. Otro de los tantos que no se termina de decidir por el fin voluntario, más por los otros (la gente) que por él mismo. También recordó los ojos del sobrino cuando, antes de marcharse de Bueno Aires, le prometió que lo volvería a ver. En ese recuerdo habrá leído algo que hasta entonces desconocía, porque los ojos del sobrino también le remitían al sueño de la noche anterior, y sin todavía estar muy seguro de cómo se había enterado de la mala noticia que voló desde Buenos Aires, se convenció de que lo mejor sería estar allí, con la gente que él más quería, en este momento en el que tanto lo necesitaban. Llamó, desde un teléfono público, a la agencia de viajes, convenciéndose de que estando allá podría hacer más que desde donde estaba. Al volver a su casa llamó a Buenos Aires para avisar que en tres días estaba llegando a la ciudad. A su sobrino, que lo atendió casi llorando, lo consoló con frases estúpidas pero eficaces; intentaron hablar de cómo iban sus vidas pero terminaron por cortar rápidamente y prometieron hablar tranquilos cuando él estuviese por allá. Se quedó un rato con el tubo del teléfono en la mano, el codo en la mesa y la cabeza sobre el puño, preguntándose qué sentido tenía recurrir a charlas de tinte moralistas o a filosofía barata con gente a la que se quiere mucho, en la imposibilidad de los adultos en tratar ciertos temas con los niños, y terminó por concluir, como siempre, que no hay cosa más difícil que hacerle saber al otro de qué van los propios sentimientos, por más que el otro ya los conozca. Pronto se distrajo preocupándose en boludeces: cambiar una lamparita, comprarse una remera negra, lavar los platos del día anterior, dormir la siesta, reacomodar los muebles. Al rato de haber cortado, con el cachete aún sobre el puño, se sorprendió al verse en el marco de metal de un cuadro colgado en la pared, la nariz extremadamente roja, brillándole entre los pálidos pómulos.<br />Esa misma tarde se pidió unos días de vacaciones en el trabajo. Explicó (se excusó con) la inestabilidad de su salud física y psíquica y contó el problema familiar de Buenos Aires. Luego se fue a acostar, temprano.<o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><br /><b style="mso-bidi-font-weight: normal"><span style="font-size:85%;">tres<o:p></o:p></span></b></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">El resfrío, o ese malestar parecido a la gripe, no lo abandonó al otro día, al contrario: lo siguió atormentando cuando se levantó tras haber dormido dos horas, después de una noche de sábanas pegoteadas, pensamientos que eran como pesadillas con los ojos abiertos, vasos de agua, y que terminó por empezar, paradójicamente, cuando amaneció y él pudo, por fin, conciliar el sueño. Salió de su casa a eso de las nueve y media y, aunque le dedicó algunos pensamientos mientras se vestía en su casa, en el Café ni la miró. Al mozo le pidió que se sentará en su mesa un rato y le contó, entre gotas de lágrimas y transpiración, de la enfermedad de su madre. Era la primera vez en tanto tiempo que hablaban de algún tema personal. Poco dijo el mozo, que se quedó un buen rato sentado a su lado, con una mano en el hombro del tío. Él valoró mucho el gesto; no vivía una situación así, donde lo hicieran sentir tan cómodo en un momento tan doloroso, desde los años de la secundaria, en Buenos Aires, con la muerte de la abuela y la contención de los verdaderos amigos. Pero el valor que le dio al momento, al gesto, no lo tradujo en actos ni palabras, aunque seguramente los pensamientos alcanzaron y satisficieron al mozo que, después de un tiempo se paró y lo dejó solo, regresando nada más que para traerle otro café, antes de que se lo pidiera. Se podría decir que ella también estaba ahí, en el Café. A dos mesas. Y que lo miraba, con las mismas curvas, las mismas piernas, la misma postura rígida, tan igual a él, decidida a no ser ella quién dé el brazo a torcer, por miedo, como él, a que esto que vivían día a día sea más lindo que cualquier tipo de relación que pudieran tener o simplemente porque hoy lo veía destrozado, con los ojos hinchados, las ojeras violetas y la nariz roja. Para él no había nadie más en ese bar que el mozo, él mismo y aquel pasaje a Buenos Aires que parecía ya usado, que mostraba algo conocido, que tomaba la forma más de confirmación que de develación.<o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">El día, que no fue más que bar y cama, duró muchísimo. Más de lo que tarda un libro malo en acabar. <o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">Los otros dos días antes de viajar a Buenos Aires fueron atípicos, entendiblemente atípicos. Sin la rutina y con las obligaciones interrumpidas, hubieron horas de reposo interminable y llamadas de llantos y corroboración de “tragedias”. En una de las noches, el mozo lo acompañó a la casa, se quedó hasta el amanecer al lado de su cama, atento, preocupado por la salud del tío, que daba vueltas en la cama, gritaba, respiraba raro, se agitaba y enmudecía sin poder dormir. Todo en acciones tan violentas como inesperadas.<o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">La última noche, antes de viajar a Buenos Aires, se puso a escuchar música y al viento que “soplaba” fuerte, mientras tomaba (quizás de más) whisky, y se dedicó a pensarla, como sin querer pensar lo malo, evitando la realidad, hasta que se quedó sin cigarros y empezó a llorar lagrimas que sin tener nombre terminaban en unos labios en los que, estos sí, aunque sin coordinar con las cuerdas bocales, la nombraban a ella, o a sus piernas interminables; piernas que, además, eran insistentes y perduraban no tanto en el espacio como en el tiempo, que venía desde hace mucho pero no para llegar a esa noche sino que hablaban de alguna futura mañana en el pueblo, en la que los dos, de la mano y sin hablarse, salían del Café, caminaban a la vista de todos pisando las baldosas rotas de la vereda y al llegar a la plaza, con la catedral mirándolos con malos ojos, antes de sentarse en un cantero y contarse cosas que ya sabían, se besaban. Tenía ganas de estar dándole un beso. Y se durmió imaginando cómo; sabiendo que para encontrarse era fundamental perderse. Pero perderse en una dirección, que era ella y que empezaba en esa noche, no antes.<o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">Otra vez los sueños fueron relacionados a Buenos Aires.<o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">Por la mañana, al nudo que la tristeza le retorcía la panza se le sumaron los nervios del viaje. El sol y los nervios eran los mismos que la tarde en la que partió de Buenos Aires, hace diez años cuando en la terminal le prometió a su sobrino, que lo volvería ver. <o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';font-size:85%;color:#2a2a2a;"><o:p></o:p></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><b style="mso-bidi-font-weight: normal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">cuatro <o:p></o:p></span></span></b></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">En la terminal sólo estaba su hermana esperándolo. Se abrazaron fuerte, sabiendo y escuchando lo que cada uno callaba. No hablaron del tema, o eso podría parecerle a quien escuche sus palabras sin ver sus ojos. En los cuatro ojos estaban las preguntas que no se hacían, las certezas de un final doloroso y tan lleno impotencia. Por eso la hermana los reboleaba para todos lados, como el mozo del Café, pero ella de nerviosa, como él antes de partir, sin poder sostener la mirada en los ojos del tan extrañado hermano, casi ridículo. En el auto, rumbo a la casa, la hermana le aconsejó no usar ciertas palabras ni tocar algunos temas en presencia del niño. Eso dijo la hermana, en esas palabras: “ciertas palabras”, “algunos temas”, “niño”, pero él sabía a qué se refería, o eso creía, y también creyó entenderla. Tu sobrino está grande, es tan inteligente como lo imaginas, pero es muy sensible y es muy chico para enfrentar algunas cosas, le dijo la hermana mostrando algo de inseguridad, como desconfiando de alguien que no está en la ciudad por más de diez años y vive en un pueblo tan pequeño, tan con otro ritmo de vida. Así empezaba una estadía que, desde un principio, se sumergía en un mundo de rarezas e incertidumbres.<o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">Al entrar en la casa, a la primera que vio fue a su madre, tan distinta, que le sonreía desde un sillón en el fondo del living. Con una mirada pesada advirtió la dureza de la realidad, mientras su boca hablaba: vení, dame un beso. Fue casi corriendo y la abrazó y la besó. En seguida llegó su papá, con el que también se abrazó y comentó lo bien que estuvo el viaje y los manjares que trajo de regalo. Todo fue sonrisas, lejos de lo que imaginó en el avión sin poder dormir. Pero el verdadero esplendor sucedió cuando su sobrino llegó de la escuela y al abrir la puerta corrió hacia él y lo sorprendió con un salto que terminó en abrazo. La cena fue de anécdotas, chistes y actualizaciones de climas sociopolíticos. Poco a poco, uno a uno, se fueron durmiendo todos, primero la madre, luego el sobrino, más tarde el padre. También estaba un matrimonio amigo del tío, que se fue después de que ella lave los platos mientras hablaba con la hermana en la cocina y él acuerde cuándo y dónde se encontrarían para hablar los dos solos y tranquilos. Luego quedaron la hermana y él, solos en la mesa ya ordenada, hablando de que ella poco a poco se estaba reconciliando con su ex marido y él, por otro lado y sin saber por qué, se vio hablando de la muchacha del Café del pueblo.<o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">Al otro día, por más de que el tío hubiera preferido quedarse con su madre, hablando de cómo estaba y qué era lo que cría que el tiempo depararía, fue con su sobrino y su hermana al zoológico de la ciudad. La pasó bien de todas maneras. Conoció mucho más a su sobrino, y hasta tuvo tiempo de estar solo con la hermana, de nuevo, mientras su sobrino daba de comer comida comprada a los animales encerrados. Hablaron de sus cosas, la hermana le contó sobre aquel hombre que conoció en clases de portugués, que le hace tanto bien pero que tanto miedo le da presentarle a su hijo; demostrando qué era lo que realmente le impedía volver con el padre del niño, con el que se estaba "reconciliando". El tío, sin sacar del todo a relucir el odio que le sentía por la ex pareja de su hermana, le dijo que lo conveniente era que se conocieran, el nuevo novio y su hijo, que ambos iban a entender y construir una nueva, pero seguro bien predispuesta, relación. <o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">Repentinamete, habló por fin de lo que quería: qué dijeron de mamá los médicos, preguntó. Ya sabés lo que dijeron, ¿no te parece que no es momento de hablar de esto?, contestó ella. Él insistió pero ella distrajo la conversación en los quehaceres del niño. Y él terminó por concentrarse en que la relación entre su sobrino y la madre parecían perfectas; lo sorprendía, nunca había visto un hijo que, a esa edad, se llevara tan bien con su madre, y a una madre que entendiera tan bien a su hijo, pero le extrañaba la manera en vivir juntos, los dos o los tres o los cuatro, en esos momentos tan particulares para la familia. El día terminó en casa de un amigo de la primaria, al que había visto no hacía mucho ya que lo había ido a visitar al pueblo y se había quedado unos días. Al él le contó de la extraña reacción de la familia para con la enfermedad de su madre. Su amigo lo escuchó durante un largo tiempo, moviéndose sólo para llenar las copas que no tardaban en vaciarse, pero no se mostró tan sorprendido como el tío. Cada familia es un mundo, dijo, al pasar, y fue ese el único comentario que se le escuchó sobre el tema.<o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">Cada despertar en la casa era una incertidumbre. Se la pasó de visita a amigos y familiares que no veía hacía muchos años. La mayoría de los familiares iban a su casa a visitarlo, o a visitarla a ella, a su madre, y aprovechaban que había venido él para verlo, para saber qué tal le iba con su nueva vida. Pero todos hablaban, contentos y sin nada malo que contar, de lo bueno que había sido que él esté ahí, de lo felices que se ponían al verlo y de cómo pasó su vida mientras él tenía nuevos tiempos y gentes, en nuevos lugares. <o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';font-size:85%;color:#2a2a2a;"><o:p></o:p></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><b style="mso-bidi-font-weight: normal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">cinco<o:p></o:p></span></span></b></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">Una tarde, después de algunos días de estar en Buenos Aires, se levantó y la madre no estaba en la casa. La noche anterior había estado, desde la tarde, con unos amigos a los que no veía desde el viaje de egresados, y la tarde terminó en noche y el llamó a casa, como cuando era adolecente, para avisar que no iba a comer, que iba a regresar tarde, y después de comer salieron los mismos cuatro que salían en la adolescencia, y fueron al mismo bar (pero con distinto nombre y dueño) que entonces. El tío llegó borracho a la casa, cuando amanecía. Despertó confuso, con calor, con las incomodidades 1) de haber tomado mucho y 2) de no haber dormido en la propia cama. Pero lo que más lo inquietó fue la soledad en la que se encontraba. No había nadie en la casa. Era la primera vez desde que estaba en Buenos Aires que se quedaba solo en la casa, y se desesperó. Llamó a la hermana al celular pero no contestó. Llamó a la madre y le atendió el contestador automático. Con cada llamado desesperaba un poco más y cada vez que no se podía comunicar con alguien o cuando al que llamaba le decía que no sabía nada de su madre, llamaba con más urgencia a otro, y la urgencia incrementaba la desesperación, y así. Cuando no tuvo a quién llamar se quedó sentado en la silla que estaba al lado del teléfono hasta que en unas horas, a las que recordará como la máxima tortura sufrida alguna vez, llegaron la madre y su hermana. Venimos del médico, dijeron. Con una rabia eufórica, pero con la serenidad y miedo que ameritaba el momento, les preguntó por qué no le habían avisado y repentinamente se serenó y preguntó qué había pasado, a qué se debía tanta urgencia. Ellas lo consolaron diciendo que no pasaba nada, no era una urgencia, y enseguida se pusieron hablar, entre ellas, de otro tema. Después de un tiempo sin hablar y sin poder creerlo, las interrumpió bruscamente, gritando, exigiendo que le contaran todo, que él estaba grande como para que le oculten las cosas. No toleró más la forma en que enfrentaban la enfermedad. ¿Enfermedad? Se vio como inmerso en un cuento que había leído alguna vez. Ellas se miraron, la madre dijo, mirando a su hija, llamá a papá, preguntale qué quiere que cenemos. Él se rió y ellas no lo escucharon hasta que, minutos después se fue de la casa cerrando con un portazo que escuchó toda la ciudad. <o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';font-size:85%;color:#2a2a2a;"><o:p></o:p></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><b style="mso-bidi-font-weight: normal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">seis<o:p></o:p></span></span></b></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">Nunca hubiese podido imaginar sentirse así en <i style="mso-bidi-font-style: normal">su</i> lugar de nacimiento, en donde creció. Recordó los últimos tiempos antes de irse de Buenos Aires. Corroboró el por qué de su huída, que nadie nunca entendió, haciendo la ruta inversa: de la ciudad al pueblo. Caminó por la ciudad, volvió al café del barrio (que en nada se parecía al Café del pueblo, de todos los días, al que recordó y extrañó, y pensó en el mozo y lo comparó con el que lo estaba atendiendo en Buenos Aires, y tuvo ganas de estar allá hablando de cine, e inevitablemente volvió a pensar en ella, y en sus piernas o su sonrisa, y lo sorprendió creerse enamorado, no tanto por lo raro de enamorarse de una mujer con la que nunca había hablado, sino porque tuvo que darse cuenta de tal sentimiento estando tan lejos, después de no verse por unos días, y justo en medio de la extraña situación familiar en la que se encontraba, y fue a un teléfono público a comprar un pasaje en avión, y no avisó a la familia que ya tenía el boleto de vuelta, para la próxima noche).<o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">Lloró un rato en el cine, donde no vio la película por pensar tanto en el complejo momento que estaba pasando, que lo confundía, sintiéndose más ajeno que nunca. Cuando salió llamó a la casa y arregló con la hermana para ir a buscar a su sobrino a la casa de Martín. A la única persona que quería ver era a su sobrino. Había algo más que palabras en su relación que decía lo mucho que se querían, sin importar las veces que se habían visto, los fines de años que pasaron juntos o los regalos que se debían. Tras pasar a buscarlo por la casa de su amigo, el tío lo llevó al cine, a ver la película que él había (no) visto hacía unos minutos. Al salir fueron a comer afuera. El sobrino le hablaba de cómo se llevaba con cada uno de sus amigos y de lo mucho que le gustaba jugar al ajedrez y al futbol, mientras él lo miraba con algo que cualquiera podría llamar ternura si no conociera la relación que tenían y el sueño que había tenido el tío hacía varias noches atrás. Casualmente, mientras su sobrino hablaba, el tío recordó el sueño. En realidad recordó cómo se había sentido después de aquella noche, aquella mañana, el desmayo, el hospital, la nariz roja, y concluyó en que había hecho bien en dejar todo para estar en Buenos Aires, cerca de su sobrino. <o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">Estaban muy cómodos, sentados en el banco de una plaza, rodeados de sombras y árboles, acariciados por una leve brisa que, junto con el helado que tomaban, servía para refrescarlos en la calurosa tarde. El tío le contó a su sobrino un sueño que tuvo antes de ir a Buenos Aires. El sueño era así: él tío se enteraba que todos sus familiares de Buenos Aires estaban enfermos pero no lo sabían y él debía viajar a contárselos. Por supuesto, en Buenos Aires nadie hablaba de la enfermedad, pero él estaba convencido de que bastaba que dijera algo de la enfermedad para concretarla. En esa dicotomía pasaba unos días, en los que todo se daba agradablemente: las visitas, las charlas, pero, por otro lado, él notaba en las caras y comportamientos de sus familiares que algo le ocultaban, y eso lo iba inquietando cada vez más. De todas maneras, continuó un tiempo sin decir nada. </span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">Pasaron algunas cosas algo confusas, colores y rostros desconocidos, y a los pocos días no quedó más que internarlo, cuando salió con que no podía ser que todos sus familiares se tomen como si nada la enfermedad de su madre. Decía que en un sueño lo había previsto y su estadía en Buenos Aires comprobaba lo mal que estaba su madre, todos lo saben pero nadie dice nada, se vio asegurando, eufórico entre gritos y empujones. Los médicos creyeron que la enfermedad había aumentado cuando comenzó a desesperase porque se dio cuenta que la enfermedad que le mostraba el sueño no era la de la madre, sino la que toda la familia padecía, y era la que los hacía a todos vivir sin hablar de la enfermedad de la madre, negándola. Lo que produjo que, dentro del hospital, lo aíslen y mediquen un poco más. <o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';color:#2a2a2a;"><span style="font-size:85%;">Cada semana, su sobrino lo iba a visitar al hospital. Era el único que lo seguía viendo, a escondidas. Los demás fingían haberlo olvidado, haciendo como si no existiera, como lo hacían con la enfermedad de la madre. Una tarde, sentado en el parque del hospital con su sobrino, después de jugar un partido de ajedrez y hablar de cine, le contaba sobre un sueño que había tenido una noche. <o:p></o:p></span></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:'Tahoma', 'sans-serif';font-size:85%;color:#2a2a2a;"><o:p></o:p></span></p>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-63452783810218098772010-12-29T21:53:00.000-08:002011-10-05T09:43:44.537-07:00truco<span style="font-size:100%;"><span style="font-size:0;"><span style="LINE-HEIGHT: 115%; FONT-FAMILY: 'Calibri', 'sans-serif'; mso-fareast-font-family: Calibri; mso-fareast-language: EN-US; mso-bidi-language: AR-SA; mso-bidi-: ES-TRADfont-family:'Times New Roman';font-size:100%;"> <p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"></p></span></span></span><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><!--?xml:namespace prefix = o ns = "urn:schemas-microsoft-com:office:office" /--><o:p><span style="font-family:Calibri;"></span></o:p></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;">(Contar una historia como jugando un truco correntino implica tiempo, calor, algo para tomar y ganas de charlas y juegos apasionados. Hay muchos datos y reglas que se pasan por alto. Es muy fácil no entender muchas de las cosas que se dicen o hacen, pero muy difícil aburrirse si se comparten algunos pocos códigos necesarios. Contando y jugando se fusionan en la historia que pasó y vale la pena relatar. Porque tanto el truco como el cuento se nutren de fantasía. En ambos se juega y se cuenta. Es lindo hacerlos y mirarlos.) </span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;"></span> </p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"> </p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;"></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;"><strong>I</strong> Osvaldo Setto está viendo jugar a sus amigos. A veces lo cansa más estar sentado, no moverse, que jugarse un partidito. Pero es terco, dice que está viejo, que ya no sirve para esas cosas. Lo dice con una sonrisa en la cara y no queda como esos viejos que lo único que les falta para estar muertos es la libreta de defunción y alegrarle la vida a los herederos. Mientras veía, Osvaldo, sostenía con una mano su bastón y con la otra el pocillo de café vacío, apoyado en la mesa que estaba al lado de su silla. Está cansado Osvaldo, pero no lo dice ni lo demuestra. Sonríe y escucha a un conocido que le habla mientras miran el partido. Tiene ganas de estar en su casa, recostado, mirando alguna película o leyendo un libro. Pero está ahí y no se arrepiente. Alterna la mirada entre los gruesos vidrios de los anteojos del viejo que está al lado y le habla y la mesa de billar. El otro lo mira todo el tiempo, le cuenta de un viaje que hizo por Italia en 1953, sin parar de hablar ni siquiera para arrastrar con su mano el sudor en sus bigotes, y así peinarlos como-con-gomina. A Osvaldo le interesa la historia y lo escucha. No por eso deja de ver el partido, deporte que lo apasiona si es con amigos. Sus dos mejores amigos de toda la vida están jugando un partido hace más de cuarenta minutos. El calor es agobiante. Los jugadores a veces lo miran a Osvaldo y saben de sus ganas de irse, y también entienden su respeto por quedarse a verlos y escuchar al otro viejo que sigue contando lo hermosa que es Florencia. El partido no termina y Osvaldo se toma de un trago el vaso de soda que estaba en la mesa. Hace un comentario sobre las películas italianas de los cincuenta pero el otro viejo no lo escucha, porque nunca deja de hablar y habla más alto que Osvaldo. Termina el partido y se van todos, los siete que sentados y parados rodeaban la mesa de billar, a tomar un whisky a la barra. Osvaldo lo toma apurado, sin participar en ninguna de las dos o tres conversaciones que se inician. Pasaba por desapercibido hasta que se hizo un silencio con el ruido que provocó el vaso en la mesa y la silla corriéndose hacia atrás. Algunos notan que está mal aunque no perciben porqué. Otros no, y lo despiden amablemente.</span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;">Sale del billar y maldice el calor. La camisa, húmeda, se le pega a la panza. Ni una pizca de viento. Mucha gente de mal humor y un sol radiante que refleja en el cemento caliente. Osvaldo está caminando por la avenida Corrientes intentando descifrar qué pasa por la mente de los que por allí caminan. Hombres en camisa, pantalones largos y zapatos, con cara estática, imitando algún modelo de alguna marca de perfumes en la forma de poner la boca. Una anciana con una niña que grita sin parar. Un mimo al que nadie mira, que no se cansa de sonreír dos veces: con la boca dibujada y con la real. Miles de mujeres iguales, todas con vestidos que no llegan a las rodillas, que empiezan en los hombros, que se aferran a cada una de las ondulaciones corpóreas, que les quedan tan bien. Mujeres de las otras. Un hombre sin brazos ni fuerzas para levantar los párpados escuchando como, de ves en cuando, algún alma que se cree bondadosa le tira una moneda. Niños sin preocupaciones, algunos con helados otros con las ganas. Todo esto multiplicado por uno, dos, mil millones. Y entre tanto Osvaldo mirando, concentrado, tratando de entender algo de todo lo que ve. Camina lento Osvaldo. Avanza siempre con el pie derecho: hace fuerza con la pierna y mueve el zapato unos veinte centímetros, al ratito, y apoyando todo su cuerpo en el bastón, traslada el pie izquierdo la misma distancia. De todas maneras, está apurado. Y traspira. Decide no tomar ningún transporte, va caminando hasta su casa. Largas cuadras le esperan. </span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;">En uno de los pasos recuerda el último trago de whisky en la garganta. Se siente incómodo y no sabe por qué. Trata de olvidarse del calor, no puede pero se asegura que no es sólo eso, hay algo más. Mira la hora, la fecha, ningún compromiso: todo en orden. El malestar continúa. Comienza a pensar en la presión, hasta que recuerda haber tomado las pastillas por la mañana. Con una mano toca el bolsillo atrás del pantalón y corrobora que está la billetera. Los metros siguen y lo avergüenza sentirse tan mal y no saber a qué se debe. </span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;">Dos gotas de pis se desprenden de la punta del pito de Osvaldo. Sonríe y en el instante se preocupa por no pasar papelones en plena vía pública. No sería la primera vez que se tome un taxi, a las apuradas, para que lo vieran los menos posibles. Al levantar la mirada ve el cartel que, iluminado, le salva el momento de urgencia. Entra al local a gran velocidad, chocándose con las personas, sin pedir permisos ni disculpas, pensando sólo en baño. Baño. Qué palabra. Cada vez que la repetía en su pensamiento las ganas incrementaban. Por cómo suena la palabra y por lo que significa pensar y repetir tantas veces el nombre del lugar en donde se quiere estar: la ansiedad en el corazón y la imagen en la cabeza.</span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;"></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><o:p><span style="font-family:Calibri;"></span></o:p></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;"><b style="mso-bidi-font-weight: normal">II</b> Mario Cuniev entró al baño después de comerse dos porciones: una mozzarella y una fugaza rellena. <span style="mso-spacerun: yes"></span>Las comió parado, en el siempre-lleno-de-gente hall de la pizzería Guerrín, y las bajó con un vaso de cerveza bien fría. Las escaleras lo habían hecho transpirar mucho. Al entrar, se limpió las manos engrasadas y al vérselas recordó que no había terminado el trabajo que estaba haciendo en la mañana, que interrumpió para ir a comer. Las manos eran una de las pocas partes del cuerpo que Cuniev se veía constantemente, de día y de noche. Trabajando, en su casa, las veía apretar teclas grasosas o reposada en el mouse, la diestra. En los ratos libres, en su casa, también: bailando sobre el teclado o estáticas al borde del monitor. Como pasa tanto tiempo frente a la computadora, comenzó a reacondicionar su casa y su vida alrededor del escritorio. En el escritorio, además de la computadora con todos sus accesorios, están el teléfono, libros y revistas, una heladera pequeña, ropa, una almohada, un televisor, paquetes de galletitas, golosinas y alfajores (muchos sin terminar). En fin, todo lo que muchas personas suelen utilizar a diario. </span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;">Agitado, Cuni (como firma sus post’s, y de la manera en que lo reconoce toda la gente que “conoce”, menos su mamá y su tía que toda la vida le dijeron Marito) se sentó en la tabla de madera sin antes fijarse con qué limpiarse. Se llevó el pantalón hasta los tobillos, y aprovechó para bajarse las medias, porque sentía toda la ropa pegoteada. Con el jean se arrugó una revista que llevaba, sin acordarse cómo había llegado allí, en el bolsillo (del) trasero. Agarró la revista y la utilizó para abanicarse, mientras con la otra mano sacudía su gigante remera. Todo era viento (humedad y mal olor) dentro de ese cubículo de noventa por uno veinte. El calor empezó a menguar al tiempo que el aburrimiento se incrementaba, pero poco podía hacer porque las porciones de pizza (o la cantidad de chocolates y chizitos que había comido la noche anterior) lo obligaban a quedarse sentado donde estaba. Comenzó la revista. Era mala, lo sabía, pero no paraba de reírse leyéndola. Optó dejarla, tirándola al piso, porque supo que pronto la mancharía con los restos de lo que fuera que haya salido por su orificio anal. El calor volvió, intenso. Rápidamente se distrajo con las anotaciones que encontró en la puerta y paredes que lo rodeaban. Frases de lo más audaces, alusiones pelotudas (que, según interpretaba Cuni, de tan vacías emanaban complejos sentidos), conversaciones incoherentemente serias, dibujos y mamarrachos de diversos colores, símbolos (interpeladores) cursis, nefastos y grotescos. Todas esas voces, el calor, el alivio (por haber defecado) o el encierro, hicieron alucinar a Cuni. Estuvo poseído por algunos largos minutos, sin poder cerrar la boca ni controlar las gesticulaciones y movimientos que nadie vio. Viajó por lugares hasta entonces desconocidos que al despertar no recordaba. Corrió por un jardín donde sólo había jazmines, hasta que encontró una mesa y se sentó a jugar un truco con Mary, la del almacén, pero ella estaba mucho más rubia y gorda, y a él le gustaba más. Buceó por las mentes de personas que no conocía; y desde ahí pensaba y veía todo lo que ellas, vomitándoles dentro de la cabeza, a algunas, o comiéndoles algo que imaginó masa cerebral, a otras. Al volver en sí se sintió como después de una larga jornada de fiebre. Recuperado, volvió a pasar la vista por alguno de los textos y sonrió, leve aunque satisfactoriamente. Con muchas energías (provenidas no se sabe de dónde) comenzó a arrancar algunas de las hojas de la revista. Se limpió, se subió los pantalones y calzoncillos y al abrir la puerta que lo liberaba de ese encierro salvaje, se vio sudando como nunca pero sin sentir calor.</span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><o:p><span style="font-family:Calibri;"></span></o:p></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;"><b style="mso-bidi-font-weight: normal">III</b> Cuniev cerró la puerta con una mano aún en el cinturón y con los ojos en el resto de los ilustres visitantes del recinto. Poco movimiento pero mucha gente. Cuni comenzó a caminar por el pasillo que dejaban hombres que escondían mingitorios de un lado y puertas blancas que escondían inodoros del otro. Quería lavarse las manos, mojarse la cara. No le gustaban esos lugares de espacios reducidos donde circulaban tantos hombres esquivándose miradas y palabras, pero en ese momento estaba pensando en un artículo de la revista que había perdido. En eso estaba cuando vio entrar al viejo Osvaldo y lo sorprendió lo decidido, concentraba, que estaba. Serio, Osvaldo fijó la vista en el único mingitorio libre y hasta allí se dirigió, lento, con la incesante aunque inadvertida mirada de Cuni custodiándolo. Cuni ya estaba detenido cuando Osvaldo apoyó el bastón en la pared y se desprendió el cinturón. Nunca antes había pasado por un momento similar, pero no tuvo tiempo para ponérselo a pensar. Un instante después, Cuni vio a ese hombre de cara a la pared, con la parte de atrás del pantalón arrugada, sin contar el bolsillo izquierdo rígido, por donde se asomaba la gorda billetera. Con la mirada fija en Osvaldo, Cuni fue avanzando cada vez más rápidamente. Los pasos eran largos y su ancha cintura se balanceaba lo suficiente como para rozar los bordes del pasillo por el que seguía avanzando convencido en que esa era la ruta que lo llevaría a la felicidad total. Finalmente, cuando pasaba por detrás de Osvaldo le toco el culo. Había aminorado la velocidad para deleitarse con mayor concentración del momento. El pellizco duró poco pero el placer llegó a todas las partes de su cuerpo. Todos los placeres de su vida estaban contendidos en ese instante. Cada uno de sus sentidos gozaba a más no poder, creando una especie de paraíso interno, limpieza espiritual absoluta, vacío. Cuni separó la mano del calzoncillo de Osvaldo y retomó el veloz ritmo que había abandonado hacía unos segundos. Sorprendido, Osvaldo lo miró, sin dejar de hacer lo había venido a hacer, y le gritó “maricón”. Cuni no se dio vuelva, salió rápido del baño y se perdió en la ciudad, mientras Osvaldo seguía sin entender, mirando para ambos lados, como buscando a alguien que le explicara, buscando algún rostro que haya sido testigo para objetivar la vergüenza.</span></p><span class="fullpost">Aquí el resto.</span>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-89075608420202882942010-12-18T18:56:00.000-08:002011-01-06T12:24:15.976-08:00El misterioso Señor B<p style="MARGIN: 0cm 0cm 10pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;"><em>El Señor B, sentado en un café, se pide un té y dos medialunas. Es viejo desde siempre, tartamudo. Tiene los cachetes finos pero caídos. Los párpados también. Desde la silla le cuesta mirar los ojos del mozo parado tan cerca. Parece siempre cansado. Descansa antes de empezar a hablar, y en el medio. En el descanso piensa y encuentra la palabra justa. Luego siegue y vuelve a parar, a descansar, a pensar, a encontrar y a seguir acertando. Así lo vi la única vez que lo vi. Aunque no lo escuché.</em></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 10pt" class="MsoNormal"><em><span style="font-family:Calibri;">En nada se parece al de los cuentos "Últimos atardeceres en la tierra" o "Días de 1978", entre otros. El señor B no es joven, activo. No toma alcohol ni drogas, no conoce latinoamerica ni le gustan los poetas surrealistas fraceses. Quizás pensándolo un poco más, con detenimiento, prestando atención a ciertos detalles que, en una primera mirada se dejan de lado, se podría afirmar que los dos B, el joven y el viejo, se parecen, muy en el fondo y tal vez en las antípodas de las descripciones que podrían merecer cada uno por separado; eso, las antípodas, los extremos opuestos, los unen en varios sentidos. Pero esa no es la cuestión principal.</span></em></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 10pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;"><em>Todos lo sabemos, el Señor B siempre se comportó como un viejo, en las actividades, en los gustos, en las maneras de moverse y de vestirse. Siempre fue señor el Señor B, nunca muchacho, ni pibe, ni niño. Pero hay algo llamativo en lo que coinciden todas las personas, incluso las que lo conocen hace casi cien años, a las que le pregunté por él, que tanto me intrigaba. El Señor B usa unas zapatillas topper blancas de cuero con cordones negros muy ajustados. Hay quienes dicen haberlo visto con las mismas zapatillas pero de lona (también con cordones negros), pero son muy pocos y titubean cuando se les pregunta por tiempos y lugares.</em></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 10pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;"><em>Un amigo tiene la teoría de que las personas se definen por su calzado. Insiste con eso cada vez que puede. Que una mina es ligera si tiene tacos finos y altos; que un tipo es inseguro por tener los zapatos relucientes de lustre; que todos los niños que en su calzado llevan escrito su nombre, de grandes, terminan por matar a sus madres; que quienes andan con los cordones sueltos o desatados están más próximos a la libertad, al desapego espiritual, que al compromiso; que cuan más alto es el calzado más bajo es la lucidez intelectual; que la sandalia habla de los problemas con el propio cuerpo; que los que usan los cordones atados en los tobillos se la pasan hablando de sí mismos. Y así mi amigo podría estar toda su vida. Dime lo que calzas y te diré quién eres. Pero con el Señor B esa teoría se te va al carajo, le digo. Para justificarse, sorprendido, a veces dice que es la excepción que corrobora la regla, y otras asegura que no, que justamente las zapatillas demuestran lo que en verdad es. Pero yo no lo entiendo y él no me explica más. </em></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 10pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;"><em>Yo, cuando lo vi, como un boludo, no le miré los pies. Todos los que se los miraron, aunque no coincidan en lo que vieron, hablan de belleza. Estoy casi seguro de que usa topper, pero lo que más me intriga ahora es por qué y qué quiere decir eso. ¿Será cierta aquella teoría y el Señor B nos engaña a todos mostrándose de una manera y siendo de otra? Porque, según mi amigo, los que usan topper, lejos de parecerse al Señor B, son bondadosos y dados en las relaciones sociales.</em></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 10pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;"><em>Otra gente estaba con él. Un joven escritor argentino con más presente que futuro: menos promesa que realidad. En la mesa, además, se encontraba el autor nunca reconocido, con los mismos años que el Señor B pero con muchísimos menos ojos que lo miren. El autor de moda pero de calidad, la última joyita de los hombres que quedan en el mundo de las letras nacionales, reconocido por todos, estaba ahí sentado, también. Y, por último, la mujer de éste y consagrada por ser la primera mujer en ganar el Premio K. Todos ellos hablando muy fuerte, todos nosotros los escuchábamos. Pero nadie sabía de qué hablaban. Eran como gritos descoordinados. Por eso todos lo vimos a Él y de ahí que volví siempre al bar a hablar sobre aquella tarde en que lo vimos. Porque el resto de los presentes, habitués y visitantes casuales, <span style="mso-spacerun: yes"></span>también lo vieron. Ellos me podían dar más datos, incrementar información sobre el Señor B. Pero pocos dicen haberle visto los pies aunque todos coincidamos en las características sobre su personalidad y aspecto físico, de los que ya hablé y poco me importan. Mi investigación, hoy en día, se basa menos en el Señor B que en su calzado. Todos sabemos que algo esconde, estoy convencido de que el misterio que de Él se desprende no está en su obra sino en develar el enigma de sus zapatillas. La solución del misterio es más compleja que el misterioso Señor B.</em></span></p>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-57876087592266143712010-08-28T21:50:00.000-07:002010-08-29T16:04:55.666-07:00El ciudadano<p style="TEXT-ALIGN: right; MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal" align="right"><span style="LINE-HEIGHT: 115%"><span style="font-family:arial;">me abría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo<?xml:namespace prefix = o ns = "urn:schemas-microsoft-com:office:office" /><o:p></o:p></span></span></p><ol style="MARGIN-TOP: 0cm" type="A"><li style="TEXT-ALIGN: right; MARGIN: 0cm 0cm 0pt; mso-list: l0 level1 lfo1" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%"><em><span style="font-family:arial;">Camus<o:p></o:p></span></em></span></li></ol><p style="TEXT-ALIGN: center; MARGIN: 0cm 0cm 0pt 36pt" class="MsoNormal" align="center"><span style="LINE-HEIGHT: 115%;font-family:arial;" ><o:p><em></em></o:p></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="LINE-HEIGHT: 115%"><em><span style="font-family:arial;"></span></em></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><em><span style="font-family:Arial;"></span></em></p><em><span style="font-family:Arial;"><p></p><p style="LINE-HEIGHT: normal; MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><i><span style="FONT-FAMILY: 'Arial', 'sans-serif'; FONT-SIZE: 12pt; mso-fareast-font-family: 'Times New Roman'; mso-fareast-language: ES-TRAD">Es muy cruel y, al mismo tiempo, muy interesante, ver como se (pre) juzga a un hombre por diferente. <o:p></o:p></span></i></p><p style="LINE-HEIGHT: normal; MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><i><span style="FONT-FAMILY: 'Arial', 'sans-serif'; FONT-SIZE: 12pt; mso-fareast-font-family: 'Times New Roman'; mso-fareast-language: ES-TRAD">Es que, entre la pereza y el hábito, él habla otro idioma, es forastero; o nadie lo entiende al doblar en la esquina, al salir del supermercado chino con tres bolsas en la misma mano, es un incomprendido más, saludando al chofer del bondi o escupiendo en la vereda, es, pues, único al tiempo refleja a uno más del montón, ríe y llora borracho y pocas veces es él, es ese montón de únicos que vemos apretujarse, hablarse, tocarse el timbre, amarse sin cesar de pestañear o hablar cosas intrascendentes. Hallamos, entre todos, uno de esos interesantes personajes que sólo se encuentran en relatos donde las interpretaciones finales son tan distintas como las personas que las hacen, en un antiguo café o en el banco de un parque. Es tantos como lecturas que de él se hagan. Así, algunos creen entenderlo y ríen y otros no, ni siquiera, pero a él esto no le importa, o eso dice, y con su discurso no hace más que incrementar su soledad, sería difícil asegurar que hay quien lo comprende pero más difícil lidiar con su seria postura de simpático amigo, hijo, novio. Por momentos le sobran deseos de asegurar que es como todo el mundo y se ríe, no por él sino por todos los que lo ven más todos los que ve. No le importa ser un clásico de la literatura. Claro, soledad y muerte, ¿qué más? Es y va a seguir siendo así, para los que lo quieren y para los que no, hasta que su cabeza ruede por el piso o logre salvarse de la guillotina o el paredón y tiempo después todos lo olviden. Es y ha sido un hombre feliz, y esa es la mayor tristeza que un hombre puede llevar en su interior. Y aunque más sean los que meten sus manos en los bolsillos, caminan sonriendo con los labios apretados, con la mirada alta y perdida en una tarde soleada de invierno por la ciudad, y aun imitando los momentos que él asegura mágicos, no lo entienden, los que calzan su zapatilla y confirman con la cabeza la comodidad del pie en su lugar o andan descalzo por la casa o se sacan una cascarita y se lamen la sangre o abren un libro para ponerse a pensar en las contradicciones que existen en las vestimentas de la gente que anda por la calle hasta que llegan a su parada sin haber leído una línea, esos, se les nota, creen que existe en él una ausencia de sentimientos, es un hombre que siente, claro, no es un insensible o un hombre vacio de corazón, como se lo juzga, sólo que tiene otras maneras, y eso lo admiten pero no lo entienden, cosa que, en definitiva, lo hace ser como es, vivir al tiempo que lo angustia y desespera. Lo que pasa es que, al contrario de muchos otros, admite y se resigna a aquello que siente. Y esta resignación y aquella indiferencia son lo que lo condenan en esta sociedad, vestidos de azul, de negro o desnudos. Así operan las relaciones en nuestras sociedades occidentales, dentro de hospitales y escuelas, desde hace mucho tiempo atrás, él lo sabe. Quien viva dentro de ciertos parámetros culturales más o menos parecidos va a entender que no tuvo intenciones de matar al boliviano, pero no le dejaría de sorprender que asegure que lo mató por causa del sol, de los desniveles del piso, del empujón de aquel gitano que nadie conoció, o cualquiera de las interminables razones que argumentó.<o:p></o:p></span></i></p><p style="LINE-HEIGHT: normal; MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><i><span style="FONT-FAMILY: 'Arial', 'sans-serif'; FONT-SIZE: 12pt; mso-fareast-font-family: 'Times New Roman'; mso-fareast-language: ES-TRAD">De todas maneras, no espera nada de nadie; y eso es bueno amén de que en el fondo le preocupe. Para él son todos los días lo mismo, es el acostumbramiento reconocido, y mucho que lo honra. Tan común en nuestras cotidianidades y tan poco admitido, se enoja. Esto aparece también en otras personas cercanas, como su vecino Fitolinco. También en la tía, quien tiene la idea, y la repite a menudo, descaradamente, mientras la cajera dice que sí y quizás le sonríe o mira para atrás para hacer vaya a saber uno qué gesto, de que uno acaba por acostumbrarse a todo. Ese es un modo de vida que lo caracteriza. Se acostumbra a estar con algunas personas, a no fumar cuando se lo prohíben, a ver en las idiosincrasias de las personas que se lo llevan por delante en la calle Florida rasgos de su propia vida, a la que posiblemente lleve cuando quiera cambiarla, a saludar cuando las condiciones lo obligan, a atarse los cordones y ajustar hasta que quede del mismo largo lo que sobra de cada cordón, a caminar por la vereda, a sonreírle a las viejas y hablarle con respeto a los adultos, a quedarse (o no irse) cuando no queda otra, etcétera. Ya hacia el final se acostumbró a la idea de que iba a morir pronto y tal vez hubiera sufrido sí, por alguna razón, se salvara. Aunque al tiempo volvería a acostumbrarse a la idea de vivir, en el fondo no existe idea a la que uno no termine acostumbrándose.</span></i><span style="FONT-FAMILY: 'Times New Roman', 'serif'; FONT-SIZE: 12pt; mso-fareast-font-family: 'Times New Roman'; mso-fareast-language: ES-TRAD"><o:p></o:p></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal">Por Mano</span></em></p>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-47423728611892158712010-08-28T21:48:00.000-07:002010-12-09T21:44:28.847-08:00Hallar<p style="MARGIN: 0cm 0cm 10pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;"><em>Debe ser ve ver, así, con u ve. Todos estos meses entendió mal. Y bebió. Sin parar, mucho, sin soda, de más, bebió. Beber, le dijo o entendió que le dijo, que para los últimos meses es lo mismo. Qué importa lo que dijo, importa lo que entendió hasta que entendió, por fin, y se puso a verla ver.</em></span></p>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-30658876450763377862010-07-21T19:48:00.000-07:002010-09-18T21:32:30.401-07:00Viajar a ninguna parte<p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><b style="mso-bidi-font-weight: normal"><?xml:namespace prefix = o ns = "urn:schemas-microsoft-com:office:office" /><o:p><span style="font-family:Calibri;"><em></em></span></o:p></b></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;"><em>Arranca la viajera el rumbo, traza el destino de un día hacia dónde y hacia cómo, sin saber queriendo. Rompe ella el recuerdo del ayer en viaje, mira la muñeca sin reloj y sigue en flote.</em></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;"><em>Va. No mira para atrás pero sí para los costados y ahí resuelve enamorarse, jugar, descubrir. No falta menos nunca. No viaja por llegar sino por ir. Sigue esperando y escribiéndolo mientras se asoma a inalcanzables cicatrices. Vuelve a la montaña para verlo en el mar, al bosque para escucharlo en cascadas, al desierto para contarlo y encontrarlo muerto. Y cuando vuelve sigue. Está segura, cuando se viaja se sueña y cuando se sueña se busca. Imaginando encuentra y por eso va. Sueña, imagina y busca otra cosa, otro mundo. Viajando lo encuentra y también lo pierde. Por eso a veces para y escucha los silencios. </em></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;"><em>Una heroína va. Sola va. En la nada va. No se cansa, sigue. Busca y encuentra los colores y escucha las melodías en viaje. Pero los colores se mueven y las melodías son infinitas. Por eso va y no para; o para para seguir yendo y está quieta en varios lugares al mismo tiempo. </em></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;"><em>En la noche piensa en el posible silencio de renuncia voluntaria, en volver o simplemente en seguir sin pensar. Pero siempre termina por pensar soñando. Y en la imaginación desaparece, sigue en búsquedas que son viaje. Y a ustedes qué carajo les importa si va o si vuelve al viajar. Y eso le retuerce el hígado y la ata a recuerdos que creía rotos, a rostros que siempre supo que no podría olvidar. Porque a nadie le interesa, y por eso viaja. Llega a sus manos sólo para irse y él lo sabe. Se ríe viajando y enumera los motivos de asco por las ciudades y las idiosincrasias de la gente que las ocupan. </em></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;"><em>Al otro día despierta, llega y sigue viajando, buscando o imaginando… </em></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;"><em></em></span></p><p style="MARGIN: 0cm 0cm 0pt" class="MsoNormal"><span style="font-family:Calibri;"><em>Por Mano</em></span></p>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-43133818802283092342010-03-25T22:23:00.000-07:002010-04-23T20:56:52.857-07:00Sentada en la nube<em>Empezó a correrlo, se le iba. Estaba bastante lejos y apurado.<br />El agua serena, calma, indiferente, como si no quisiera estar ahí, lo distraía, naranja, marrón y, recién después, antes de horizonte, se hacía muy azul o verde. Le sonrojaba la idea de tomarse todo el agua del río, ¿cómo sería? Habrá millones y millones, llegarán hasta el centro de la tierra, se preguntaba, cuántos años se tardará en contar todos los copos de arena. Desde acá no se diferencian, parecen todo uno, que va cambiando velozmente de color y consistencia. Se ve como cuando anda en bicicleta, siempre a la misma distancia. Seguía corriendo fuerte y la arena que fue negra, amarilla, cada vez era más blanca y fría.</em><br /><em>A medida que corría se alejaba, por rotación creo, y él parecía que entraba cual moneda de oro en ranura de alcancía. Un niño sentado con las piernas estiradas en la arena lo siguió con sus ojos redondos, gigantes, cuanto estuvo a su alcance. Con una palita en la mano, la madre le decía algo mientras él movía el chupete entre los finos labios, preguntándole a él si sabía que los reyes magos saben que sabemos que no existen. Le contestó que no y el niño le dijo algo así como que detestaba que su madre (dijo “madre”) use el diminutivo todo el tiempo. Quedate a charlar un rato, pero ya estaba a unos cien metros. Pensó que no había nubes pero vio una, justo sobre el crepúsculo. Rápido miró el resto del cielo, celeste como nunca. Estaba la luna echando al sol, engordándose de risa blanca. Por más que bajó la cabeza, volvió a la arena, a las ramas traídas por la mar, a las incontables huellas; por más que sus ojos mostraban la concentración que se necesita para imaginarse todas las historias posibles que envuelve ese mundo cada vez más blando a sus pies; y por más que su mirada se fijase en algunas piedras u ostras de colores inverosímiles, su cabeza seguía en el cielo. En lo raro de aquella nube.<br />Sentada con las piernas cruzadas, con pantalones azules, gastados, casi blancos en las rodillas. Ahí arriba, sí, sentada, pensando quizás en cuándo se iba a decidir a mirarla o, ya teniendo esa certeza, con la cabeza en otro lado. Pero mirándolo, siempre y fijo. Apurada, radiante, algo molesta, se la veía cómoda, pero queriendo algo más. Casi no se movía, le sentaba muy bien la pose pero más aún la nube sosteniéndola flotar. Estaba riéndose como si ese gesto se le despertara al verlo moverse o hablar solo, parada al lado de la cama o de pensarse riéndose por verlo desde ahí, señalándole otra nube, una más grande, más arriba.<br />Y él entre sueño y vigilia. En ese momento en que se sigue durmiendo pero que ya se es conciente de que se está en un sueño. Viéndose a sí mismo corriendo en la playa o durmiendo en la cama, como en tercera persona, diciéndose (no sé si en voz alta o no), por un lado que no quiere despertar y, por el otro, asombrado, divertido, viéndola, qué hacés sentada ahí arriba.<br />Con esa sonrisa que brota cuando lo inesperado, la siguió mirando, pero de reojo. Seguía igual de iluminada por más que allí abajo estaba cada vez más oscuro. Movía en traslados cortos y veloces el pie de la pierna que cruzaba por enzima de la otra, mirándolo, claro, ¿y?, con las cejas levantadas y las dos manos en una rodilla.<br />Habrá seguido ahí por un rato más o una eternidad, pero el sol ya se le había escapado, o despertó, y no la vio más.</em>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-82409790350973583642010-02-03T21:30:00.000-08:002010-02-03T21:35:35.638-08:00Encuento<div align="right">o la sorpresa de escribir<br /><em> </em></div><em><div align="center"></em>I</div><div align="center"><em></em> </div><div align="center"><em>Una vez más llegué. Otra vez el calor y las lecturas.</em></div><div align="left"><em> </div></em><div align="center">II</div><div align="center"> </div><em></em><div align="center"><em>No sé si debería volver a ir a ese sitio. Las emociones que allí he vivido son muy fuertes, siempre termino por irme rápido para escribir lo ocurrido con la transpiración aun en la frente, con los pelos de los brazos aun erizados, con las risas que de a momentos, ahora, por ejemplo, se me escapan sin pedir permiso. Es más difícil que simplemente recordar, pues es como si todavía lo estuviese viviendo, sino pregúntenle a mis dedos que todavía siguen temblando y errándoles a las teclas.<br /><br /></em>III<br /><em><br />Me tortura la postura, bastante contradictoria por cierto, de que el amor si no es mutuo sirve de nada. Creo que esa es la lección que mi cabeza, a través de la razón, le quiere imponer a algunos de mis lados sensibles; los cuales, por sensibles, claro, las más de las veces emblandecen en sus posturas. Ya veo por qué en este momento me estoy acordando, un poco tarde, que su amor es prohibido por imposible.</em> </div><div align="center"><em></em> </div><div align="center"><span class="fullpost">IV<br /><em><br />Pensándolo bien. Sí, se podría decir que no sé si quiero volver a ese lugar porque cada vez que voy la paso muy, pero muy, bien. Nunca llega lo que esperás y te sorprende lo impensado. No estoy seguro, pero creo que me enamore todas las veces que fui. Sé que no quiere decir mucho esto, pero tampoco se me ocurre cómo explicar por qué no sé quiere volver a un lugar que nunca te defraudó. Es como no querer hacer un pacto con una persona por saberla buena, honesta y solidaria.<br /><br /></em>V<br /><em><br />Sería maravilloso tener la filmación de mi cara en el momento que la veo. Qué graciosa habrá sido, cómo me lamento de que sea ella y no yo, y no cualquier otro u otra, el o la que la viera.<br /><br /></em>VI<br /><em><br />Mi enamoramiento se incrementa al mismo tiempo que su belleza y que todo lo de incoherente que tiene esta situación. Es que cada día estoy más enamorado, ella está cada vez más linda y esas dos cosas cada vez tienen menos sentido. En cambio, las posibilidades de que estemos juntos algún día, y otra vez la razón, son inversamente proporcionales a las otras tres cosas, al amor, a la belleza y a la incoherencia.<br /><br /></em>VII<br /><em><br />Mis pensares no serían negativos si en ellos encontrara otra cosa que no sea la certeza de su indiferencia. Si no estuviese seguro de que ya olvidó este momento, para mí, eterno.<br /><br /></em>VIII<br /><em><br />No era necesario que me haga advertir su presencia. Todo hubiese estado bien para mí si no llamaba mi atención. Si pasaba de largo, quizás percatándose de que yo estaba ahí y era curioso verme, pero sin interrumpirme la concentrada lectura que por el recuerdo insistente de su sonrisa tuve que abandonar después de verla. Su gesto, que supongo impulsivo por lo inhabitual de la situación, sus innumerables ojos verdes gigantes fijándose en los míos o en mi boca imposible de cerrar, bastaron tanto para mí como me hubiese llenado uno de sus siempre imaginables y concretos sólo en sueños, besos. Es que sus ojos y sus labios son igual de indescriptibles, pero si hablo de alguno no quedan palabras para el otro. Por eso, y creo que porque fue lo único que llegué a ver, supongo que hablo sólo de sus ojos. Si es posible imaginarse de alguna manera a Remedios, la bella, aquella que con su hermosura mató a más de uno en Macondo, yo la imaginaría con el rostro de ella.<br /><br /></em>IX<br /><em><br />¿Habrá paz en sus pupilas?<br /><br /></em>X<br /><em><br />Que alguien se imagine imaginándose la imaginación de un gran escritor latinoamericano. El que logre ese estado diría, claramente, que se necesita de mucha concertación y que además se vuelve difícil volver a la realidad repentinamente una vez que se está en ese clima.<br />Que cualquier persona diga quinientos nombres de personas con las que crea que puede llegar a encontrarse en el lugar que se encuentra en este momento. Cinco minutos antes de que viera sus ojos, yo no la hubiese nombrado.<br />Que alguna persona señale a otra al azar y le ordene leer un libro sin letras, en blanco. Ahí mi imposibilidad de seguir leyendo después de verla.<br />Que cada uno de los que lean esto se imagine a menos de un metro de lo que más quiere en la vida, pero sin poder vulnerarlo. Tan inalcanzablemente cerca me sentí yo.<br />Que todos los anteriores pregunten a todos sus conocidos qué harían, qué le pedirían, a Dios si lo vieran por dos segundos.<br />Que el más olvidado y dolorido de los seres humanos me diga cómo sería feliz. Estoy seguro que su respuesta terminaría en los ojos de ella, coincidiendo con el deseo del más afortunado y feliz que exista.<br />Que se hagan comisiones de sabios y eruditos del mundo y que me expliquen, en la cantidad de tiempo que ella estaba frente a mí, qué es la belleza. Sólo si lo logran sin usarla a ella de ejemplo tendrán mi consentimiento de sabios y eruditos.<br />Que el más sordo de este mundo escuche qué le dice el sol al oído, que al mismo tiempo yo, sin escuchar, coincidiré escribiendo el nombre de ella en un papel.<br />No sé como describir mi sorpresa, mi manera de no reaccionar.<br /><br /></em>XI<br /><em><br />Es de cobarde, pero también es por no saber cómo demostrar valentía.Lo inútil de mi explicación se simplifica entendiendo que las palabras son eternas, pero esos ojos no.</em></span></div>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-7002343827210790172010-01-06T15:13:00.000-08:002010-04-30T15:27:01.306-07:00Trillizas<div align="right">Yo creí que tus ojos anegaban el mundo...</div><div align="right"><em>D. A.</em></div><br /><em>Una vez, en Uruguay, me crucé con el único hombre que sabía de la existencia de las trillizas, aquellas que ni la madre lo supo nunca. Cada una esperó la muerte de otra para nacer. De la primera muchos no saben de su paso por el mundo, y de los pocos que saben hay bastantes que prefieren no saber. De la del medio nadie tiene rastros, no se sabía si había nacido hasta que se supo que había muerto porque nació la tercera. La tercera está siendo.<br />Muchas personas quizá conocieron -aunque lo dudo- a cada una de estas tres señoritas pero yo me crucé con la única persona que sabía que eran trillizas, me decía, por sus ojos, ¿sabés? Y a mí no me costaba imaginarme a estas tres generaciones con ojos iguales, así que estaba dispuesto a seguir escuchando. Él no conocía a la del medio, a la tercera la vio una vez en Buenos Aires cuando ella era muy chiquita y otra vez, no hace mucho, en algún balneario uruguayo –no me quiso decir cuál- y a la primera la conoció poco antes de que muriese, pero siempre la siguió escuchando. Me aseguró que yo era al primero y al único que le contaba esta historia cerrando la frase con un misterioso, por algo es, y vos sabés muy bien por qué. Claro que yo, aun hoy, no tengo ni idea de por qué. Dejó de ser uno sólo el que sabía de este parentesco y pasamos a ser dos. Y pasaron a ser todos los que lean esto o escuchen sobre esta escritura que pudo ser divulgada sólo cuando este amigo mío –sabía que te iba a encontrar a tiempo, amigo, me decía una y otra vez, a cada silencio más o menos prolongado- me lo permitiera con su muerte, te vas a dar cuenta, decía, y tosía como un desgraciado o como quien ya puede descuidar su salud, habiendo cumplido con su quehacer en esta tierra. Hace unos días un corazón que venia latiendo feliz por ciento ocho o ciento diez años, calculo yo, dijo basta. Yo lo sentí en el mío y me puse a escribir.</em><br /><em></em><br /><em></em><br /><span class="fullpost"><em>Hacía mucho que no me ponía a pensar en esto. En él y en ellas. Los misterios y maravillas de cada uno, sus muertes, sus vidas, los seis ojos, los últimos días de aquel amigo que me encontró a tiempo, según dijo. De la del medio nada sé, nada me contó el buen hombre. Aunque no la conoció sé que algo sabía pero, creo yo, no me quiso contar. Imaginé que no estaría de acuerdo con la vida que ella llevaba, que no era digno de opacar esta fascinante historia, aquellos ojos, con la historia de su vida, de la del medio, de la única de las tres que no vivió un cambio-de-siglo. Quizás el viejo esperaba que algún otro encuentro nos viera cruzando palabras y esperaba para entonces hablarme de la del medio. En fin. De la que sí me contó, y con mucho entusiasmo, fue de la primera. No podía creer que hoy en día alguien me hable de aquellos años, para mí sólo existentes en libros, archivos y relatos. Relatos como el que yo estaba escuchando pero con una generación en el medio, de nexo, claro.<br />Pero no. Estaba ahí, me lo contaba mirándome a los ojos, me lo acuerdo clarito. Más que nada a sus palabras rasposas, a veces indescifrables, y a su boca. Ya su boca. El viejo, mi amigo, entre palabra y palabra se acomodaba los pocos dientes que le quedaban moviendo la mandíbula de izquierda a derecha. Debes en cuando, cuando la pausa se hacía algo prolongada, sacaba la lengua cual serpiente para refrescarse los labios, luego se mordía el inferior y hacía como que mascaba vaya uno a saber qué. Tragaba saliva, sonreía moviendo la cabeza como afirmando algo –afirmando que efectivamente era yo, supongo- y me decía, sabía que te iba a encontrar, amigo. Tenía bigotes blancos, recién crecidos, como de dos o tres días sin afeitar. En los primeros minutos no escuche o no entendí lo que decía, sólo miraba su boca, me llamaba mucho la atención. Creo que se dio cuenta, dejo de hablar un momento hasta que lo miré a los ojos. Recién ahí siguió con lo que decía. Igual, no por mucho tiempo nuestros ojos se miraron entre sí, pues en mi esfuerzo por escucharlo, por entenderlo, no podía dejar de mirar su boca. Recuerdo que lo que primero le escuché fue -apenas lo miré a esos inolvidables ojos negros cubiertos casi en tu totalidad por párpados caídos, pesados los años, y arrugas que venían de alturas que lo superaban-, escucha bien, ¿querés?, te digo que te va interesar, pibe. Desde ese momento no hice más que escuchar sus ojos, ver su boca y sentir sus palabras.<br />Cómo le brillaban los ojos cuando hablaba de Delmira, la primera, me decía. Habló un largo rato de su belleza y a mí me pareció que estaba describiendo a un alma sin cuerpo o a las noches más románticas de su vida o el colage impecable de lo mejor de cada mujer que haya visto en sus largos amaneceres o simplemente un pelo negro, largo, recogido, una nariz deliciosa con una pera en composé, formando curvas perfectas en su rostro, y unos ojos que lo abarcaban todo y que creí que me miraban, y me avergoncé. Pero más aún se detuvo en las palabras de la primera. Delmira, decía. Qué gratificados los oídos que la hemos escuchado, afirmaba, y a mi me parecía raro que él la recuerde con tan pocos años, y hace tantos. Lo cierto es que cuando comenzó a hablar de sus palabras, y de su voz, dejó de mirarme a los ojos, la vista se le fue por arriba de mi rostro, se perdió mucho más atrás de donde yo estaba. Miraba al cielo, creo. Vamos más lejos en la noche, vamos donde ni un eco repercuta en mí, como una flor nocturna allá en la sombra me abriré dulcemente para ti. Palabras más, palabras menos, y con la voz muy cambiada, eso fue lo que dijo. Muy lentamente y mientras uno de sus ojos soltaba una delgada gota que fue rodando hasta precipitar en el mentón. Cuando terminó, volví a ver sus ojos, encontré allí al cielo y me percaté que era de noche.<br />Se quedó un tiempo en esa posición como escuchando alguna respuesta venida de algún lugar. Luego bajó la mirada hasta el piso, tosió un par de veces, se pasó la mano por los ojos y bigotes y me miró. Sentí que no esperaba que espere más nada de él. Me había dejado sin palabras y no sabía como pedirle que me cuente más. Se dio vuelta y se empezó a alejar lentamente. Quedé paralizado unos segundos luego apuré el paso hasta alcanzarlo. ¿Y la tercera?, dije como para hacer notar mi interés. Él se dio cuenta de mi desesperación y me dijo, la ves más que yo, te falta conocerla, mirarla por dentro, asomarte a sus ojos.<br />Ahí sí que quedé inmóvil, sabía que no había más de que hablar pero vomité un cómo es tu nombre. Eros, susurró.<br />No volví a verlo. Sus palabras, mi recuerdo, más bien creo que su muerte, me hace pensar en la tercera. La veo en sueños pero cuando despierto no la puedo recordar. Cuando desde el insomnio escriba supongo que sabremos más de la que está siendo, supongo que me enamoraré. </em></span>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-42424171865387351692010-01-03T12:02:00.000-08:002010-01-03T12:04:09.082-08:00O céu de Camboriú (de aguas y colores)<p style="font-style: italic;" class="MsoNormal">Llueve mucho acá, en Brasil. Mucho, mucho llueve. Pero acá llueve tanto el cielo para que no se gaste de tanto ser mirado. Hoy, además de llover, también paró. Así que todos salimos fuera de los techos para poder mirarlo. Los pocos que no estaban bajo techo desaceleraron su andar y mucho tropezaron por mirarlo. Después de tantas gotas, el cielo se dejó ver. Ahí estaba y acá abajo se reflejaba en ojos y aguas. Si sólo para ese cielo el tiempo se hubiese detenido en ese momento yo envejecía viéndolo. Ya me dolía el cuello de mirarlo pero no quería bajar la cabeza hasta terminar de contar los colores que en él había. Maravillados en silencio lo veíamos todos: plantas, pájaros, personas, mar, viento. Todos en silencio escuchándolo callar. <span style=""> </span><span style=""> </span></p> <p style="font-style: italic;" class="MsoNormal">Anocheció antes en el cielo que acá. Se me cayeron los párpados de tanto no pestañar para verlo. Una luz no me dejó seguir mi siesta tardía pero cuando desperté todo seguía en la misma calma. La luna brillaba como si todas las luces artificiales de todas las noches de todos los mundos estuviesen apagadas o apuntando hacia ella. No había estrellas fugaces, pues supongo que ninguna quería irse de este cielo y todas elegían quedarse congeladas allí arriba. Las pocas nubes que había pasaban por debajo o cerca de la luna, se las veía divertidas, jugando a ver quién llegaba última a ningún lugar. Ni con compás hubiera sido posible dibujarla<span style=""> </span>tan redonda. La luna blanca con manchas grises, se colaba por entre las ramas y las hojas de la inmensa vegetación y llegaba hasta los rinconcitos más oscuros para dar una sombra iluminada por más luna. Todo lo abarcaba ella. Ese era su único apuro, el de alumbrar. El mío, en cambio, era por quedarme ahí, acá, y por escribir esto para recordar este cielo, ya no sólo cuando cierro los ojos, sino también cuando mis ojos, y los de quien los condimenten con mucha imaginación, pasen por estas palabras. Me apuré y ya llegué al final, pero ella sigue de prisa llegando sin parar.</p> <br /><span class="fullpost">Aquí el resto.</span>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-86220104828236322372009-12-29T07:33:00.000-08:002009-12-29T07:37:47.682-08:00Desencuento<div align="center">I<br /><em><br />Llegué un rato antes y me puse a leer. Me pedí un café y lo tome rápido. Me dio mucho calor.<br /><br /></em>II<br /><em><br />De vez en cuando levantaba la cabeza para ver quién andaba por la vereda y quién entraba. Me interrumpía la lectura el pensamiento sobre lo poco que sabía de la persona que esperaba. Nada, o casi nada. Digamos que algo, pero que ese algo bien podría ser falso. Hasta podría estar esperando a alguien que nunca existió, pero eso casi ni se me cruzaba por la cabeza o lo descartaba cada vez que insistía. Vale aclarar que no habíamos pactado, previamente, forma alguna de reconocimiento. Yo, con la certeza de que en cualquier momento llegaría, esperaba tranquilo, aunque sintiendo algo raro en la panza y en la cabeza, por novato en esto de citas a ciegas o por el miedo a enamorarme de esa forma. En realidad, creo que era por no saber si ella también pensaba en eso o sólo tenía su cabeza puesta en el tema que, por común, indirectamente nos unió (acepto y aviso que no sé bien qué quiere decir este verbo a la hora de hablar sobre relaciones humanas).<br /><br /></em>III<br /><em><br />En la vereda de enfrente está por cruzar la calle una anciana. Mira hacia la ventana donde estaba yo y vuelve su mirada al piso como habiendo encontrado lo que buscaba. Pienso en que bien puede ser alguien como ella, aunque hasta ese momento sólo había pensado en alguien de una edad similar a la mía. Yesi no es nombre de una anciana. (¿Se llamará Yesi?). Y mis prejuicios son lo suficientemente determinantes como para confirmarme que la señora que estaba allí no se hubiera contactado conmigo de la forma que lo hicimos, a través de Cami (esto lo dudo) y movilizada por el particular tema por el que nos citamos. La señora no vuelve a levantar la cabeza, pasa de largo, sigue su paseo de tarde (¡acerté!) y yo mi paseo de pensamientos o de lecturas o de esperas que son más o menos lo mismo. El libro, para este entonces, puede que ya haya estado cerrado.</em> </div><div align="center"><em></em> </div><div align="center"><span class="fullpost">IV<br /><em><br />La cantidad de cosas de esa otra persona que no sé me lleva, siempre, a volver sobre las que sé. Y son realmente muy pocas. Pienso en Cami. Cómo sería una amiga suya, qué aspecto puede tener alguien a la que le habló de mí y tiene, por un motivo inicial determinante del que sé que le habló (y supongo que con entusiasmo), ganas de conocerme en persona, de contarme sobre sus cosas y que le hable de las mías. De qué le habrá hablado, además que de aquello.<br /><br /></em>V<br /><em><br />Camila es una gran persona. El poco tiempo que tuve para conocerla alcanzó para demostrarme lo enorme y bondadosa que es su alma, pero eso no me habla acerca de qué amigas tiene (ni siquiera sé si realmente es su amiga) ni de cómo son físicamente. Hablábamos mucho de ese tema, a ella le gustaba escucharme. Me hacía preguntas, se mostraba siempre interesada y hasta me demostraba que le hacía feliz que yo esté involucrado en esas cuestiones. De ahí que supongo el entusiasmo con que lo habrá hablado. Lo que no sé es si la habrá convencido, insistiendo en que, “conociéndote, lo tenés que conocer, se van a llevar muy bien” o sólo habrá contado, con ganas pero sin expectativas, de mí y estos temas que, al parecer, son comunes.<br /><br /></em>VI<br /><em><br />Otra vez miro mi celular, la hora, “15:34”, su mensaje, “¿mañana podés? A las tres en el Pascual Contursi”, mi respuesta, “sí”.<br /><br /></em>VII<br /><em><br />Por fin la vi. Llega tarde pero no tanto como para que ese sea un problema, es hermosa. Blanca, radiante, el pelo muy negro y corto. Alegre, decidida, va a manejar los tiempos de la conversación, del encuentro, de nuestras vidas (como vemos, desde el tiempo de inicio; de la conversación en un ratito, del encuentro desde ese momento y de nuestras vidas para siempre) ella, a su manera. Abre la puerta, mira para todos lados como buscando algo, más bien un aroma. Se me deben haber iluminado los ojos, sentí como que no había más ruidos que el de sus labios despegándose para sonreírme mientras me miraba y se avergonzaba. Ese instante tan inexplicable y extremo como la vida o la muerte. Son esos momentos en los que, por ausente, uno, tal como lo muestran algunas (¿malas?) películas en el difícil desafío de retratar al amor, hasta le firmaría el boletín a su hijo sin leerlo, tocándole la cabeza, sonriéndole con lo ojos fijos en otro lado. En ella. Ella que entraba como en cámara lenta hasta que soltó la puerta. Ya sin mirarme caminó velozmente por el pasillo que formaban las mesas y pasó a mi lado dejando un aroma agrio, que en cualquier otra circunstancia hubiera sido hermoso. Me doy vuelta y confirmo que su seguridad al entrar correspondía con una urgencia natural,</em> fisiológica<em>, que nada tenía que ver con mi encuentro. El pronóstico meteorológico había fallado en su soleado discurso. En ese lugar, luego de avisar con relámpagos brillantes, lo que siguió al doloroso trueno fue que el sudor inundara mi remera. Miro por la ventana y el sol seguía evaporando el asfalto.<br /><br /></em>VIII<br /><em><br />Volví a la lectura, intenté con éxito no pensar en el asunto, sabía que iba a venir pero no ganaba nada inquietándome, pensando en cuándo y quién. Ya no estaba ahí, la historia me había hecho suyo y navegaba por entre las hojas de aquella novela. De pronto una persona se me para al lado. Muy cerca, casi tocando mi codo con su pierna. Levanto la mirada, “una lámpara para leer. Es de bajo consumo, no se quema y la batería dura un año”, después de un prolongado aunque necesario silencio me niego pero agradezco. “Gracias a usted, feliz navidad”. Cerré el libro pero dejé una mano de señaladora y me puse a pensar, creo, en la cantidad de realidades que vivimos a cada instante y cómo vamos y volvemos constantemente hacia y de la ficción.<br /><br /></em>IX<br /><em><br />De algún lado tuvo que haber sacado mi mail y “hola Joaquín soy Yesi, una amiga de Cami” (no recuerdo exactamente si su nombre es Yesi, en la agenda del celular la tengo como AmigadeCami). Existir</em> tiene <em>que existir. Además, insistía con vernos para hablar de ese tema del cual Cami se conmovía escuchándome. La idea de que sea Cami haciéndose pasar por Yesi para ese entonces ya la había pensado y descartado. Entra un hombre alto, camisa blanca y pantalón negro, serio. Camina hasta mí, pone su portafolio en la mesa, lo abre y el reflejo de tanto brillo, de sus dientes blancos sonrientes y del oro y la plata que había en esos relojes y pulseras, me hace achinar los ojos. “No gracias”, “de nada amigo, felices fiestas”.<br />Convengamos que es raro. Una mezcla epocal. Los dos (supongo que los dos) jóvenes de principios de siglo veintiuno. Por un lado el tradicional café, el avejentado lector y en su cabeza las historias más cursis de amor típicas de siglos pasados. Por otro, las nuevas tecnologías, el encuentro arreglado por mail, el tema en común y los celulares callados esperando avisos o reclamos. No sé muy bien lo que estoy haciendo, nunca me imaginé en esta situación pero reconozco que ella y el interés sobre el tema compartido me intrigan sobremanera por desconocerla y por compartir eso que tanto parece interesarnos ambos.<br /><br /></em>X<br /><em><br />Sigo leyendo aunque estoy más pendiente de la espera, del tiempo, de la gente, que del libro. Cada vez que termino de leer un párrafo es como si no lo hubiese leído. Así, tres o cuatro lecturas para cada párrafo, la lectura no tiene sentido pero es la única que le da pelea, en mi cabeza, a las ansias por verla aparecer de una vez por todas. De que deje de ser, en cada mujer que pasa, idealizada y se haga concreta, real. (Viva). Pasa el tiempo, pasa gente por la vereda, entra y sale gente durante un tiempo relativamente largo (para mi eterno). Tengo muchas ganas de hacer pis. Esa impaciencia hizo que cuando, sin levantar la cabeza, reconozca una silueta que entra, abre la puerta y se queda parada, yo me intranquilice más de lo que estaba. Las gotas de sudor ya eran inocultablemente incontrolables. (Disimulo, o eso creo, y veo que es mujer, que con la pera va apuntándonos a todos segura de estar buscando algo que ahí se hallaba pero inquieta por no saber qué es). Me negaba a pensar que era ella. Sabía que iba a venir, pero no era la que ahí estaba. De repente supo qué era lo que buscaba. Y lo encontró en mí, cuando me rendí, la miré y me sonrojé.<br /><br /></em>XI<br /><em><br />Yo volví a mi seriedad inquieta y temerosa y ella vino hacia mí sonriente. Los pelos al viento, no me quitó ni un segundo los ojos de encima, hilando charlas imaginarias o cibernéticas, poniéndole rostro a las construcciones de mí en su cabeza, consolándose con un podría ser peor o confesando que está muy bien. Miro para todos lados, un poco a ella, un poco al piso, un poco a la gente que nos rodea, pensando en cómo demonios llamarla con tal de no errarle con el Yesi que sólo supongo. “Apenas te vi me di cuenta que eras vos, estaba esperando que me mires”, “¿qué tal? ¿Todo bien?”, “bien, perdón por la demora”. Yo sonrío y me vuelvo a sentar, mucho, muchísimo, más tranquilo. <br /><br /></em>XII<br /><em><br />“¿No sabés dónde queda el baño?”. Mientras pienso en que no me digas que vos también entraste para ir al baño, me doy vuelta para señalárselo, lo mira y sin dudarlo se va apurada en silencio. Quiere decir dos posibles cosas que me alegran. O que</em> no le interesa <em>o le interesa poco</em> lo material <em>(pues al irse dejó todas sus cosas en la silla que estaba al lado mío) y/o le importa algo o mucho, pero le transmití confianza. Volvió del baño mucho más linda, más serena. Yo también estaba cada vez mejor.<br />- Al fin nos conocemos.<br />- Al fin.<br />- No te imaginaba así.<br />- ¿Así cómo?<br />- No sé, te imaginé distinto.<br />¡Cómo me dio a pensar esa última afirmación! Mil cosas pasaron por mi cabeza. Creo que ella pensó que me había caído mal su comentario por mi prolongado silencio. Yo pensaba, me reía por dentro. De pronto (por suerte) se acercó el mozo.<br />- ¿Qué tomás?<br />- Un agua bien fría.<br />- Y para mí otro café, por favor.<br />Cuando el mozo trajo el pedido ya estaba otra vez solo en la mesa, ya habían pasado las risas vergonzosas, las disculpas sin sentido y Ana se estaba sentando en otra mesa con Bruno, que había llegado hacía un rato (qué cara de pobretipo, y otra vez mis prejuicios, pero qué le podía decir, qué podía pensar yo de él en las condiciones en las que me encontraba. En cualquier otro momento me le hubiese reído en la cara: una persona que esperando en su cita a ciegas, qué gracioso. Pero, claro, no era el momento y menos viendo sobre mi nariz como su cita se concretaba de buena manera y la mía no) y con sus ojos me decía seguí esperando.<br />“Igual dejame el agua, gracias”.<br /><br /></em>XIII<br /><em><br />Sé que va a venir. Pero ya no quiero que me vea. Menos a los ojos de Ana, de Bruno, del mozo y el resto que por cobarde no miré pero que imagino cada vez más burlones, al tanto de mi situación. Desespero. Me paro rápido, pago en el mostrador, sin mirar a nadie a los ojos, “felicidades”.<br /></em> </span></div>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-3678103010611818792009-07-14T16:06:00.000-07:002009-07-14T16:08:14.470-07:00Sobre un paso bien dado<em>Piensa en otra cosa, no por quitarle importancia, no le es indiferente, pero piensa en otra cosa. Mira el suelo, ya sabe donde va a pisar y aún no despegó su bota del piso. Sigue pensando en que llega tarde, en el frio, en por qué no hay pájaros cuando llueve o en lo mal que estamos todos caminando solos, apurados y cabizbajos. Mientras, sus ojos lo advierten de lo sucia que está la vereda y le hacen no despegar la vista del piso con tal de que no pise caca, basura o alguna baldosa floja. Uno no sabe con que se va a encontrar a cada paso, pero piensa en otra cosa.<br />Desafía a la gravedad. Comienza a infringir la ley, sus músculos se contraen, hacen fuerza, se levanta el pie y con éste la media. Los huesos en movimiento. Las articulaciones aceitadas, la rodilla comienza, lentamente, a adelantarse al mismo tiempo que se achica la distancia entre el talón y el glúteo izquierdo.<br />Hace fuerza el pie y levanta a la bota, que, poco a poco, se termina de despegar del piso. Primero la parte de atrás, luego la bota se va despegando cual calcomanía hasta que, con la punta, despide al piso que la ve alejarse no por mucho tiempo. Las ranuras de la suela y de baldosas aportaron oxigeno a la pisada, dejaron correr agua entre una y el otro, quizás salvaron alguna vida o rompieron alguna rama.<br />La bota se aleja del piso. La rodilla, que iba primera, es pasada por la bota que se adelanta a gran velocidad, mientras que, allá arriba, la mano pasa rápido en dirección contraria. Antes de que la pierna logre estirarse del todo, el pie (y con él la bota y la media) comienzan a descender. La bota aún no toca el piso y ya se tiene en cuenta el paso siguiente, pero piensa en otra cosa.<br />No se da cuenta de que está caminando, casi no lo percibe, piensa en otra cosa. Y quiere volar. </em><br /><em></em><br /><em>Por Mano</em>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-49420310837586974612009-06-27T19:22:00.000-07:002010-02-03T21:19:50.102-08:00Esa mañana en el barrio<div align="right">A mi vecina Teresa y,</div><div align="right">con ella, a todos los que alguna</div><div align="right">vez pasaron por Catalinas.</div><div align="left"><br /><em>Un nuevo día en Catalinas y el verde, hoy también, predomina en el barrio. Los árboles, el pasto, las plantas, brillan más con el sol radiante de sábado por la mañana. Salen algunos, vuelven otros.<br />Yo volvía de una noche que por tan larga se hizo día y ella se estaba yendo. Nos quedamos hablando -de temas de ascensor- en el pasillo. Después de un tiempo de conversar y de escuchar quejas de vecinos, decidimos cerrar la puerta de ascensor y hablar más tranquilos. Nos paramos al lado del ventanal del pasillo y Teresa me empezó a decir los nombres de los árboles del jardín: tilos, ceibos, jacarandaes, palos borrachos. Siempre encontraba tema de qué hablar y ese día me encontró con ganas de escuchar. Me describía las características de cada árbol, que desde un quinto piso se distinguen bien. Se quedó con ganas de describirme alguno más, me agarró de la mano y me llevó lento pero con ganas hacia el otro extremo del pasillo. Me mostró varios más, que desde la otra ventana no podíamos ver. “¿Ves ese? Es el más alto del barrio, llega hasta el décimo”. Yo casi no hablo. Ella habla mucho, repite las cosas varias veces. Luego, se queda en silencio un tiempo, como hablando por los ojos, mirándome fijo, esperando algo qué no supe darle o contestarle. “Vamos a tomar unos mates a casa”, me dice.</em> <span class="fullpost"><em>Vive en el departamento tres. Abre la puerta, cuelga la boina y apoya el bastón. “Esperame acá, pibe”. La veo irse para adentro, poner la pava en el fuego. Me quedo mirando su oscuro departamento. Las persianas están semiabiertas y rotas, por eso algo se ve. Las paredes llenas de cuadros –no reconocía ninguno-, en el piso esculturas, un plástico blanco desplegado, manchado con distintos colores, y más cuadros apilados en un rincón. Hay una calavera. Un placar, una mesa y tres sillas haciendo juego. Dos floreros sin flores pero con agua sucia, uno sobre la mesa y el otro sobre el placar, entre la calavera y un jarrón de cerámica blanco. Al lado del perchero dos retratos muy viejos, en blanco y negro -“de la década del veinte”, pienso yo-, entre marcos dorados. Uno, con unas diez personas posando, y el otro, una mujer y un muchacho, ambos jóvenes y prolijos. Luego me contaría que esa era su familia –con tíos, primos y abuelos-, y la pareja del orto retrato sus padres. El papá fue un genovés llegado en 1906, instalado en La Boca. Trabajó desde entonces y hasta su muerte en una pulpería –a metros de Necochea y Suárez- que después de mucho esfuerzo compraría. En el barrio conoce a la que luego sería su mujer y madre de Teresa. Viven los tres en un conventillo de la calle Olavarría hasta que muere él y la mamá de Teresa decide vender la pulpería. Luego de varios años de “malaria, sufrimiento y mucho trabajo” se ven beneficiadas, su mamá y ella, por un “plan habitacional que brindó el gobierno” y se mudan, en 1964, a un departamento de los nuevos edificios construidos en La Boca. Al poco tiempo de nacido el barrio Alfredo Palacios muere la madre de Teresa. “Porque en realidad se llama ‘Alfredo Palacios’ el barrio, en honor al gran diputado Socialista, no ‘Bajada de las Catalinas’ o ‘Punta de Santa Catalina’, como se lo llamaba antes, ni ‘Catalinas Sur’, como todos lo conocen ahora”.<br />Escucho una música, se asoma Teresa: “che, ¿te gusta el tango?”. Antes de que le pueda llegar a contestar vuelve a desaparecer, ahora con la música de fondo que se oía muy mal, entrecortada. Me rio y ya me siento cómodo. Empiezo a dar vueltas por el comedor.<br />-¿Te gusta ese, pibe? No sabés el trabajo que me costó hacerlo. Son unos chiquilines hamacándose ahí, en la Plaza Malvinas.<br />-Si, claro. Muy lindo señora.<br />-Decime Teresa, che. Somos vecinos, nos conocemos hace rato. ¿Vos hace mucho que vivís acá?<br />-De toda la vida.<br />-Ah, no hace tanto. Yo también. Mirá, una vez le escuché decir a Cortázar que las ciudades son como las mujeres, te enamoras para toda la vida. Lo mismo pienso yo, pero de los barrios, claro, en masculino. Nací acá y nunca me pude ir. Me alejé involuntariamente algunas veces, pero siempre estuve acá, siempre se vuelve al primer amor.<br />-Si, la verdad que es un barrio maravilloso. ¿Usted es artista Teresa? ¿Los cuadros son suyos?<br />Teresa se da vuelta y se va para adentro de nuevo. Aparece con la pava en la mano. “¿No querés ir a tomar mate a la plaza? Está hermoso el día”. Tímidamente digo que si y empiezo a deshacerme de la idea de volver a casa a dormir un rato, antes de almorzar.<br />El sábado, en Catalinas, es un día especial. Los gritos de los chicos en esta mañana no son camino al colegio. Tampoco se mezclan con los ruidos de mochilas/carrito arrastrándose por las baldosas relativamente nuevas, de la última campaña electoral, y ya muchas rotas y salpicantes en días de lluvia. Hoy hay campeonato en la canchita. Dos o tres chicos, con remeras mitad verde mitad negra, todas iguales pero con distinto número en la espalda, se juntan y van corriendo de un edificio a otro buscando compañeros, “si no llegamos a siete no nos podemos presentar”. Las chicas, más organizadas, se encuentran directamente en la canchita para disputar el torneo de hándbol.<br />Con mucho abrigo en esta mañana de invierno, los señores y las señoras del barrio salen de sus casas a hacer las compras. Esta vez en dirección contraria, los locales de Necocha -menos la panadería y el kiosco de diarios- no son tan concurridos: hoy hay feria en la Plaza Malvinas. La esquina de Caboto y Arzobispo Espinosa es copada por los carritos. Pescado, verdura, fruta, carne, ropa, artículos de limpieza. Se mezclan las compras, los chismes, los juegos y el parque. Y la Plaza con mástil pero sin bandera, con chicos y viejos paseándola, con bancos y caminos, con verdes pastos y rojos baldosas, con anfiteatro y frigorífico, con paz y autopista, es el fiel reflejo del barrio.<br />Con el termo y el mate en un brazo y la mano de Teresa reposada en el otro, caminamos, interrumpidos por los saludos de algunos, hacia la Plaza Malvinas. Teresa camina muy lento y me lleva por el camino más largo -pienso en las distintas maneras que hay de concebir el tiempo-, el que jamás yo tomaría para ir desde casa a la plaza. Mientras caminamos no hablamos, yo sin nada que decir y ella con frio, con cansancio o con ganas de hacerme prestar atención al barrio que tanto ando pero que poco veo. Cuando me percato de que despacio anda por la última de estas razones y ella se da cuenta de eso porque yo empiezo a mirar para todos lados, frena, se para en el lugar apretándome el brazo y respira hondo, con los ojos cerrados y la sonrisa extendida. Yo me siento como mirando el barrio desde el cielo. Oigo que Teresa me susurra algo, “fijate que perfección arquitectónica, el barrio nació de un concurso nacional de arquitectura para la vivienda social, en el cual participaron los mejores estudios de arquitectura de la Argentina de los años sesenta”. Entre edificios y canteros hay laberintos caminos –todo el que viene por primera vez se pierde-, calles sin autos. No se transita por la derecha obligatoriamente, no hay semáforos ni lomas de burro. El barrio por dentro es, en su totalidad, una senda peatonal. Pero hay que preocuparse -“maravillarse”, me corrige Teresa- por otras cosas. Bicicletas que van y vienen. Partidos frente a la escuela, en el paredón, y al lado de la iglesia. Escondidas multitudinarias. Orientales con carritos de supermercado. Viejos a paso lento. Jóvenes apurados. Perros y dueños -y en el medio correas-. Los desechos de ambos. Sus aromas y otros a comidas de delíveris o de ventanas de planta baja o primeros pisos. Boys and girls scouts y otros y otras de civil. El sonido de campanas, bocinas de tren o barcos y de pájaros o perros.<br />El Casino flotante, a tanto y tan poco, que ancló frente al barrio para conocerlo y se quedó por enamorado, se asoma por sobre la autopista Buenos Aires-La Plata y nos ve sentarnos en uno de los bancos de la plaza. Teresa me empezó a hablar sobre los artistas que vivieron en el barrio, sobre las discusiones sobre si Catalinas es un barrio o es un microbarrio dentro de La Boca, sobre los comercios más conocidos de Catalinas y sus historias. Charly, el Super Tang -antes de que lo fuera-, el Comunitario, Montesino, La Perlita, Pizza Nonna, el frigorífico Pampa, etcétera. Es impresionante lo que sabe Teresa sobre el barrio. Pero de lo que más sabe, además de pintura, claro, es de arquitectura. Ya de grande, hace unos años, pudo hacer la carrera en la Universidad de Buenos Aires y, aunque nunca la ejerció como profesión, se interesa mucho en investigar sobre las particularidades arquitectónicas. Si me preguntaran a mí sobre qué sería lo más revelador en cuanto al diseño y la arquitectura del barrio, yo diría que las calles peatonales y los edificios de colores son lo más característico de Catalinas Sur. Y explicaría que hay edificios que están solos, los de once pisos y que, otros, los de diez, se agrupan de a cuatro, dejando entre ellos el espacio justo para jardines rodeados de caminitos. Que son todos de distintos colores, con bandas de colores entre piso y piso, tienen persianas de color madera o blancas. Están subdivididos, cada uno, en dos cuerpos, en el medio ventanales y escaleras suben y bajan acompañando a dos ascensores. Hay varias plazas, además de la Plaza Malvinas, pero ninguna como ésta. En toda una manzana hay edificios de la prefectura, son torres también, pero de distinto diseño. Por las calles, entre los edificios, hay “casitas”: menos de una decena de dúplex en horizontal, una al lado de la otra, con patio y jardín. Teresa se ríe. Se asegura de que yo haya terminado y, en silencio, sigue sonriendo mientras se muerde el labio inferior y mira para todos lados. Ella me explica que la Escuela Carlos Della Penna y la Iglesia Nuestra Señora Madre de los Emigrantes fueron separadas del plano inicial del barrio y se licitaron como obras aparte. Que el ganador de este concurso privado fue el arquitecto Juan Manuel Borthagaray, quien creó estos modernos edificios. Que ésta Plaza Malvinas pasó por las mesas de diseño más importantes de aquel momento, que sus taludes no sólo resguardan a los más chicos de las calles que la rodean sino que también filtran el sonido de los coches que por ellas transitan. Luego hace una pausa y se levanta. Hace frío, ya es tiempo de volver.<br />Así fue, volvimos a casa con el mismo apuro pausado con el que fuimos a la plaza. Llegamos hasta el quinto en el ascensor. Yo la despedí diciendo no sé qué cosa y ella me miró a los ojos sonriéndome –como siempre-, con una mano reposada en mi mejilla, “esperame acá un segundo”. Fue a su casa y volvió con un cuadro en la mano. Hoy tengo en la pared un cuadro firmado por su autora, la enorme Teresa Pinto. Mañana, domingo. Seguro hay pastas -del Tío Ravioli, por supuesto- al mediodía y función del Grupo de Teatro en el anfiteatro de la plaza a la noche, con choriceada, claro.</em> </span></div>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-1775786009184950392009-06-23T11:05:00.000-07:002009-06-23T11:13:54.184-07:00A causa de una muerte<em>Todo tenía un sentido fundador. Mi padre tenía un sólo traje y dos corbatas, aunque siempre andaba impecable. Su mayor ambición era tener un pedazo de queso como postre. Cuando cumplió cuarenta años se encontró con la muerte. Quién se hubiera imaginado que esa muerte y mi añoranza del padre que no tuve hayan sido por un poco de queso o por una muerte.</em> <span class="fullpost"><em>Pero así fue, por lo menos para mí. Nunca se supo muy bien lo que ocurrió aquella noche. De todo lo que se investigó y se dijo, lo que yo creo que pasó es que mi padre, una vez más, se dejó llevar por esa extraña y extrema tentación. Estuvo caminando largo rato de vuelta a su casa, en uno de esos días de los cansadores. Al pasar por el bar de la esquina, con esas mesas tan seductoras en la vereda, alguna picada le llamó la atención. Se acercó cordialmente, “señor, ¿le molesta si me como un pedazo de queso? Entiéndame, es mi debilidad. Vengo de trabajar todo el día, tengo que mantener a mi familia, no puedo comprarlo”. Luego de unos eternos segundos en silencio, el señor de la mesa le dijo: “si no puede pagarlo váyase, linyera inmundo”. Mi padre soportaba muchas cosas, había padecido varias injusticias, era una solitaria buena persona, pero había dos cosas que lo transformaban completamente. El queso, tema que lo llevo a separarse de mi madre, aunque, convengamos, nunca estuvieron del todo juntos, unidos (cosas de adultos). Y que hablen mal de su aspecto. Siempre estaba peinado, con la ropa lo más limpia posible, con los zapatos lustrados y la barba recortada. Ahora que lo pienso, no creo haberlo visto despeinado en mi vida, aunque lo haya visto muy poco. “Vagabundo asqueroso” o “linyera inmundo”, que más da. Mi padre se aguantó en silencio semejante insulto. Eso si, manoteó un pedazo de queso y entró a caminar ligero. A los pocos pasos y sin palabras previas, el otro señor le disparó un tiro en la espalda. No habrá podido tener tiempo para poner las manos al caer, de ahí su rostro todo raspado, pero si para, una vez en el suelo, sacar su revólver y acertarle en la cabeza con el disparo. Cuando llegó la ambulancia no había nadie al lado de mi padre, como ya hace mucho tiempo. No estaba ni el otro cuerpo, que ya había sido trasladado muerto al hospital en algún auto de algún amigo. Los médicos lo encontraron en el suelo, con la mano cerrada, apretando con fuerza el pedazo de queso. <br />La muerte no llega por nada, hay algo, quizás muchas cosas, que la causan. Mi padre creía que esa ley con él no se cumpliría, se decía inmune a todo. Eso era de lo poco que mi madre nos contaba de él. Nunca estuvo en cama mi padre. Las veces que estuvo en un hospital fueron por su propia voluntad, contando las que iba de visitas y las de revisiones anuales que confirmaban su teoría. Ésta era la primera vez. Claro, ya inconsciente lo subieron a la ambulancia, no tenía mucha opción. En el hospital estuvo un tiempo consciente y, como pocas veces en su vida, con gente alrededor. Quizás en su nacimiento o en mis primeros dos años de vida, hasta que nació mi hermana, tuvo gente que lo quisiera en su proximidad. Nosotros, con mi hermana, lo quisimos pero vivimos influenciados por mi madre que, después de aquel episodio del queso hace ya trece años, no volvió a ver a mi padre y se ocupó de hablar mal de él cada vez que pudo.<br />“Hijo, no es por el disparo que agonizo. La herida no me duele ni un poco, no la siento. El corazón me está funcionando distinto, no creo que ande mal de salud, debe estar triste porque estoy por morir. No sé porque muero, creía que no iba a haber una causa para mi muerte. Estaba seguro de que no habría una causa, me lo leyó en la borra del café. Pero ahora creo que es por aquella vida que maté. Por las dudas, no lo traten de averiguar”. Ese fue el único secreto que mi padre me contó al oído. Esas fueron sus últimas palabras. Nadie lo entendió ni en su último deseo. Los que a la ciencia adoran aseguraban que los resultados medicinales habían diagnosticado muerte. Los religiosos decían que Dios necesitaba ángeles en el cielo. Mi hermana me lloraba el hombro mientras que, hablando entrecortado, le echaba la culpa a nuestra madre por no haber venido a verlo ni siquiera en sus últimas horas en el hospital. A mi madre, claro, le parece que la causa fue aquel pedazo de queso.<br />Muy solo murió mi padre, sólo tenía un traje y dos corbatas. Sólo cuarenta años, solo. Todos dirán que por esta bala moriré. Yo tampoco creo que haya una causa, pero, si la hay, es por la muerte de mi padre o por aquel otro pedazo de queso, que es lo mismo. Recién ahora, y aunque siga influenciado por mi madre, aunque nunca me haya dejado probar queso alguno, me doy cuenta qué tan parecido que soy con mi padre. Por una muerte él murió, por su muerte yo muero.</em></span><br /><em></em><br /><em>Por Mano</em>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-6555453643174270482009-06-11T19:32:00.000-07:002009-06-12T08:19:32.090-07:00Flor elegida<em>Iba caminando hacia la escuela. Hacía mucho frío porque el sol aún no había salido. Era el peor momento para caminar tanto, aunque seguro había sido una de esas noches fantásticas, llenas de estrellas; aunque prometía ser un día de los tantos en los que el sol, desde que asoma hasta que se esconde, brilla fuerte y calienta todo lo que la sombra no se adueña. Pero ese momento del medio, entre una cosa y la otra, era muy doloroso. Corren los últimos días de abril. El frío, el viento, los ruidos y ella caminando cabizbaja hasta el pueblo, hasta la escuela, cantando una canción para adentro, una que le enseño su abuela, una que le abriga el corazón.<br />Por fin llega y ocupa el lugar que quedó vacío. No mira a nadie, no habla con nadie. Y eso que su gente la llama, medio en broma, medio en serio, “wamla mana upaallay-chu” (niña que no calla). Pero en la escuela pega un labio con el otro, clava la mirada en el cuaderno y dibuja coloridas flores. De campanazo a campanazo con los lápices arrastrándose por las hojas. Todo tipo de flores y de colores. Se inspira con los colores de las montañas y las flores las copia de jardines que nadie conoce, con flores que nunca nadie vio. En la escuela no le prestan atención a esas obras de arte. Cuando en su casa le preguntan dice que son flores que estaban hace muchos años atrás, que se fueron muriendo o escapando a algún lugar. La abuela, con más arrugas que años, sonríe. Ella cuenta la historia de alguna flor, termina y canta alguna canción mientras corre y baila. Una vez que empieza se hace difícil que termine.<br />Todo lo contrario en el aula. Casi ni gesticula, apenas pestañea. Sólo levanta la cabeza cuando, una vez al día, escucha “Alicia”, la maestra asiste con la mirada y mueve rápidamente su lápiz: presente. Para los demás está sólo cuando la rutinaria tomada de lista llega al último nombre. Pudo conservar su apellido en la escuela: Wakaslla, aunque no su nombre original, Akllasisa, ya que la directora lo cambió “para que la niña se pueda insertar más fácilmente” por uno que, en español, suena parecido. Ahora nadie, sólo la maestra alguna que otra vez, le dice Alicia.<br />Nadie la mira. Alguno que otro la empuja o la pisa cuando pasa corriendo. Ella no dice nada, ni cuando, muy de vez en cuando, la maestra le pregunta algo. Lo preocupante no es sólo que nadie la haya escuchado hablar sino que por eso piensen que es muda. Esto fue lo que motivó a la maestra, preocupada, en su rol de segunda mamá, a hablar con la directora. Llamaron a la madre para explicar esta situación: “mi hija sólo habla quechua, nuestra lengua materna”.</em>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-27219742819986270542009-06-11T19:26:00.000-07:002009-11-01T13:57:08.911-08:00Incomunica a dos<em>No fue de un día para otro. Tampoco estaba convencido, pero quería que el resto de su vida no sea como este triste presente. Aunque con mucho miedo, buscaba un cambio, algún camino que lo condujese no importa donde, pero lejos de las situaciones que vivía diariamente. De esa rutina que se alimentaba de la cada vez mayor indiferencia. Pero los cambios, a medida que iba viviendo y conviviendo, se hacían más y más difíciles. Cada vez más decisiones, más responsabilidades, más compromisos, lo hacían entrar en una vida que, cuanto más cuenta se daba que no era la suya, más le costaba escaparle.<br />Claro, hace tiempo que estaban mal, muy mal, y cada vez peor. Cada uno creía que el otro no se daba cuenta de lo desgastada que estaba la relación y seguían. Algo seguían. Para no herirse seguían, seguían hiriéndose. Eran siete años de levantaste por la mañana y tener al otro al lado, cada vez más lejos. No era una decisión fácil para ninguno de los dos. Ella ya se había acostumbrado, lo naturalizó mucho más que él, que lo padecía todos los días y trataba de no hablarle, de no verla, con tal de no sufrir y así sufría más. A eso también ella se acostumbro y así seguían. Indiferentemente unidos.<br />Así cotidianamente. No se celaban, se puede decir que a ninguno le interesaba lo que hacía o dejaba de hacer el otro. Se querían, sí, claro, sino no hubiesen seguido. ¿Seguían? Pero uno por buscar en una salida (o entrada infinita) cobarde y la otra por naturalizar un problema no viéndolo como tal, seguían así, queriéndose y lastimándose. No queriendo estar y siguiendo, siempre siguiendo. Siguiendo sin querer estar. Estando juntos pero sintiendo que el otro no estaba.<br /></em>Hola<em>.</em> Chau<em>. Algún que otro</em> ¿cómo estás? <em>de compromiso. No más que un</em> ¿querés un café?<em> Hasta había veces que a alguno se le escapaba un</em> ¡qué lindo/a estás!<em> medio timidón, y el otro devolvía una mirada como sabiendo que lo decía sin mirar, sin importarle. Se querían, hasta se lo decían, pero ya eran palabras sin-sentido.<br />Hubo un tiempo en que verse con sus amigo era un gran problema para los dos. Claro, compartían amigos. Todos los notaban raros y ellos hacían lo imposible por simular estar bien. Esos malos momentos se curaron con el tiempo, luego los dos tuvieron sus propios amigos a los que veían sin el otro al lado y vaya uno a saber de lo que hablaban en esas reuniones, de lo que contaban el uno del otro. Ellos no lo saben, lo creen saber, lo sospechan, lo piensan, lo intuyen, pero no lo saben. Quizás por eso siguen. No saben que piensa el otro.<br />Los dos tenían miedo. Tenían miedos. Él sabía que el miedo es un sentimiento que nos brota cuando no sabemos qué es lo que va a pasar, pero nos imaginamos las posibles resoluciones. Cuando pensamos que, entre algunas de las cosas que pueden suceder, está la que no nos gustaría que pase. Pero es fundamental el hecho de que por nuestra cabeza se pase aquello de que pueda pasar eso que no nos gustaría que pase para tener miedo, sino no tenemos miedo. Es futuro el miedo, un futuro en el presente, se sufre en el presente. También es necesario, positivo. Sin miedo haríamos cosas como cruzar las calles sin mirar o meternos a nadar con tiburones. Pero no es este tipo de miedos el que él sentía a la hora de enfrentar su problema. Su miedo era hacerla sufrir. Miedo a la soledad, quizás. Miedo a lo desconocido, al cambio. Eso y la reacción de ella ante este cambio.<br />Un día, sin planearlo, se vieron sentados uno enfrente del otro. Él sabía que era el momento de plantear el problema. Por eso estaba nervioso. Miraba para todos lados, tosía, se rascaba la cabeza. Con la frente mojada pensaba en qué difícil que era ponerse a hablar con la mujer que convivía hace más de siete años. No sabía qué decirle ni cómo hablar. Pero, después de haberlo reflexionado tanto, estaba decidido. Había que terminar con esta falsa relación. Aunque para eso debía hacer algo que</em> nunca <em>había hecho. Tenía que hablar con ella. Sin hablar podían seguir la convivencia, pero no terminarla. Pensó “a veces hay que hacer cosas que no se quieren para conseguir algo que se desea con más fuerzas”. Otra vez el miedo. Quizás a no saber como iba a reaccionar ella, quizás a no saber si iba a poder explicar su situación. Ya basta. Después de varios minutos en esa tensión, juntó coraje. Pero cuando, en un gesto, despegó los labios, abrió levemente la boca, levantó la mirada y las cejas, ella interrumpió. “Mi amor, yo también quiero que sigamos juntos”.</em><br /><em></em><br /><em>Por Mano</em>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-55583430599132182972009-06-11T19:25:00.000-07:002010-04-23T21:07:14.935-07:00Juego de mesa<em>Sentí que alguien me agarró fuerte del brazo. Me entró violentamente a un lugar raro. Era un cuarto con muy poca luz, una sola ventana chiquita dejaba entrar la poca luz que la luna brindaba. Eran confusos los rasgos de su cara. Nunca antes había visto ese rostro. Me sentó bruscamente, me miró a los ojos un buen rato. Me hizo algunas preguntas que no recuerdo y luego comenzó a enseñarme un juego.<br />En una pequeña mesa de madera había un tablero de cartón sin muchos colores y varias fichas del mismo tamaño pero diferente color desparramadas por encima. El juego era algo tradicional, estricto (creo que obligatorio, “todo niño que pase por aquí deberá jugar”) y alentaba mucho a la competencia. Una serie de participantes, no importa su origen ni características personales (las reglas son las mismas para todos), comenzaban en el casillero cero. A medida que se iban contestando preguntas correctamente se iba avanzando. Por contestar mal, hacer trampa o desobedecer las reglas del juego había distintos castigos. La metodología del juego era incuestionable. Uno pregunta y los demás, según el turno, responden. Las afirmaciones no se someten a discusión: sí son correctas el jugador avanza, sí son incorrectas se le designa la pena correspondiente. Esa es la única expresión e intervención posible de los jugadores y, entre ellos, no hay más relación que la que la competencia promueve al beneficiar sólo al que llega primero. Para esto sólo es posible un camino ya dibujado, quien mejor se adapte podrá recorrerlo con más velocidad. No es problema del juego el que no se adapten algunos jugadores, estos últimos serán expulsados y el juego continuará para los que sí supieron adaptarse.<br />Me levanté transpirando, con más nervios que con los que me había dormido, para ir a mi primer día de clases.</em><br /><em></em><br /><em>Por Mano</em>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-41911375899681311792009-06-08T13:14:00.000-07:002009-06-08T13:16:13.621-07:00Indicios<em></em><br /><em>Un hombre mira por la ventana de su departamento y ve que, por más que haya un sol radiante, todo el mundo anda con campera. Se abriga y sale de su casa.<br />Va por primera vez a comprar la fruta y la verdura a la feria de la esquina de su casa. Hasta hoy, siempre había comprado en la verdulería que queda tres cuadras más allá, sólo porque se lleva bien con el verdulero, por costumbre, por miedo al cambio. Pero el fin de semana fue a cenar a la casa de un amigo porque era el cumpleaños de la novia. Allí comió una exquisita parrillada de verduras, y el amigo le contó que las verduras que él comía eran de aquella feria de la esquina.<br />Caminando por la vereda se encuentra con un cartel que dice “cemento fresco”, camina unos metros por la calle y vuelve a subir a la vereda. Frena en la esquina. Mira que el semáforo se pone en verde para los que van a cruzar, vuelve su vista al suelo y cruza.<br />Al llegar a la feria, desorientado, se encuentra con que hay muchos puestos que venden verduras. Frena y observa cada uno de los puestos. Decide optar por aquel que tenia más gente esperando por comprar. Piensa, “si hay mucha gente debe ser el mejor” y se pone en la cola. Cuando estaba llegando percibió que el que está ahora delante suyo en la fila había agarrado un número antes de ubicarse de tras del resto, y lo copió. Ya en la cola está inseguro, pues no sabe si aquel puesto es donde compra su amigo. Había sacado el número 47, pregunta a una señora por qué número iban. La señora tarda en contestar, ya que le ve cara de “sospechoso”, teme que le robe, pero le contesta “por el 28”. Agradece y por dentro estima unos 35 minutos de espera. <br />Mientras esperaba su turno pensaba en lo bien que le iba a la feria, todo el tiempo había gente entrando y saliendo. De repente interrumpe su pensamiento la novia de su amigo, a la que no había visto, pero que había terminado de comprar en aquel puesto. Intercambian saludos y alguna que otra palabra sobre lo bien que la habían pasado en el cumpleaños. Se despiden y ella se va. Él, viéndola alejarse, se queda pensando en que efectivamente este era el puesto en el que compraba su amigo y en que a la novia le había gustado el reloj que le había regalado para su cumpleaños.</em><br /><em></em><br /><em>Por Mano</em>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-40543936198851370512008-09-23T19:55:00.000-07:002010-04-23T21:00:23.292-07:00Propiedad privada<em>A Ramón</em><br /><br /><em>Llegué a aquel paraíso terrenal del que me habían contado y que yo, en algún lado, creía haber visto. Lo miré y confirmé que lo había soñado. Lo sentí como nunca antes había sentido algo. Sol radiante de día. Iluminado de estrellas y lunas de noche. Un clima ideal para lo que fuera que hicieses allí. Tuve miedo al principio aunque de a poco se fue diluyendo. Miedo a la perfección pienso yo. Miedo. Mucho miedo.<br />Me enteré que aquella tierra tenía dueño. No hace mucho que la propiedad privada había llegado al lugar. Otra vez mi libre corazón sometido a dependencias. Ya no podría pasar por más que la tierra con sus ojos hermosos me invitaba a sentarme y estar allí con ella. Me quedé solo en el vacío.<br /></em><br /><em>Por Mano</em>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-10327980442131038542008-09-16T11:33:00.001-07:002008-09-16T19:13:51.018-07:00¿Qué es la esperanza?<em>-“Tarea para mañana: ¿Qué es y para que sirve la esperanza?”-gritó la maestra en el último segundo de clases tratando de superar el ruido del timbre y de pupitres arrastrándose. </em><br /><em>Francisco, que estaba cumpliendo los siete abriles, creyó no haber entendido la consigna pero en el momento le preocupaba más la festividad de su cumpleaños. A la salida del colegio hubo pelotero. Emoción a pies descalzos. Envidia de los grandes. Y las observaciones del abuelo:<br />-“El pelotero es una maqueta del mundo. Todos encerrados. Mil historias. Alegrías y llantos. Guerras y juegos. Muchísimos caminos distintos para terminar siempre en pelotas”</em><br /><em>-“Claro Atilio, como el mundo, como el mundo”-dijo la mamá de Francisco pensando en que era la ultima vez que invitaban al abuelo. Pobre, no entendía la lucidez del viejo. Atilio no le dio bolilla y siguió maravillado viendo a los nenes en el pelotero. </em><br /><em>A media tarde todo tipo jolgorio había concluido. Este se volvía un día como cualquier otro. Hasta que Francisco se puso a pensar en aquella tarea. Hubo una secuencia que se repitió varias veces: Francisco frente al cuaderno, la hoja en blanco y él estallaba en carcajadas. Se serenaba, pensaba en la pregunta y se reía. Se daba por vencido. Volvía a pensar y volvía a sonreír.</em><br /><em>Al día siguiente, camino al colegio, temió por el deber no cumplido y se rió hasta que los cachetes le empezaron a doler. Al llegar al aula se sentó en su banco y no dejó de mirar su hoja en blanco ni un segundo. Pasaba el tiempo y pasaban sus compañeros al pizarrón a mostrar a todos su tarea mientras eran juzgados por la maestra.</em><br /><em>Cuando llego el turno de Francisco, tímidamente se acercó al pizarrón. Caminando con la pera en el cuello, un silencio tétrico lo vio pararse al lado de la maestra. Mostrando el cuaderno vacío dijo muy suavemente: “Cada vez que me sentaba a hacer la tarea no se me ocurría nada y me largaba a reír”. El aula se convirtió en un coro de risas. Un ir y venir de gritos y papeles hasta que la maestra obligó el silencio. Ese momento fue mágico. Los ojos de Francisco se abrieron asombrosamente y brillaron más que nunca. La sonrisa había vuelto, pero esta vez decía mucho más. Francisco interrumpió a la maestra y dijo:<br />-“Claro, la esperaza es las sonrisas de los demás en los ojos de cada uno. Y para eso sirve, sirve para sonreír. Por eso cuando vemos a alguien reír nos brota una sonrisa”. </em><br /><em>La maestra se sentó. Ese día la clase la dio Francisco.</em><br /><em></em><br /><em>Por Mano</em>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-657884772156966672008-08-06T11:38:00.000-07:002008-08-06T13:13:23.992-07:00Leyenda de la rutina<div align="left">a A. S.</div><br /><em>Existe una leyenda rioplatense que dice que la rutina cambia cotidianamente. Se altera ella sin avisar, por lo que no existe rutina alguna, sino ojos deprimidos que ven pasar la vida con pocos colores. O no, simplemente ojos temporalmente angustiados, con parpados demasiado pesados o pestañas mojadas (por lágrimas o lluvias) en punta hacia abajo formando cortinas que no dejan ver. Cuenta la leyenda que cuando el corazón contento y el alma radiante no hay rutina, hay vida y ojos bien abiertos y sonrientes. Y así solo basta caminar mostrando los dientes para darnos cuenta de que hay vida, de lo maravilloso que es reencontrarse, del privilegio que tienen algunos de comer todos los días (aunque sea, otra vez sopa). Un día, todos los días, mirar sonriendo a los de siempre y a los de nunca. Sentarse cada día en un lugar distinto de la misma mesa, tan solo caminar viendo esas imágenes casi vírgenes de miradas, hacer lo de siempre como nunca.<br />Como toda leyenda, esta se fue transmitiendo de boca en boca. Una vez andando triste por unas calles de tierra tuve la suerte de encontrarme a un viejito con muchas arrugas en la cara y bastantes cicatrices en el corazón. El viejito estaba siempre sentado en algún pueblo de aquí o de allá y mirándome fijo a los ojos me invitó a aprender de aquel soldado que no fue más, que un día soleado como este, como todos, se froto una y otra vez los ojos con las manos como queriendo ver algo nuevo y lo logró. Empezó a caminar y se dio cuenta que ya no marchaba. Nunca más rompió filas, porque sin filas anduvo. Nunca más necesitó escuchar a alguien que le permita el descanso, porque no hubo cansancio que lo encuentre. Nunca más tuvo superiores ni inferiores. Sus ojos, que habían sido analfabetos de colores, miraron e hicieron miles y miles de colores. Se dedicó a robar flores, y llenó los floreros de armas. Desde ese día, el día en que se dio cuenta que dos días nunca podían ser iguales, hizo siempre lo mismo y nunca repitió algo.<br />Cuenta aquel viejito que nunca murió este ex soldado y que siempre vivió, que no es lo mismo. Cuenta que cada día al despertarse nace, y que se enamora cada vez que ve a una chica con ojos vivos y sonrientes.</em><br /><em></em><br /><em>Por Mano</em>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2692522571240563423.post-78185292462142783572008-07-15T09:25:00.000-07:002008-07-15T09:43:03.454-07:00Sueño<em></em><br /><em>Un cuerpo estaba recostado sobre la cama y soñaba. Ayer se acostaba pensándola y hoy se levanta con el sueño entre los ojos, se pasa el día pensando e imaginando. Anoche soñó con un alma, soñó que ella lo miraba, sus ojos reposados en los de él, brillando más que nunca, como siempre. Ella serena, delicada y blanca. Cada vez que miraba sus ojos sentía que perdía los sentidos o los sentidos lo hacían perderse. Anoche soñó con ella y recién en la vigilia se dio cuenta de que no fue anoche, que es hoy, que es siempre, que a toda hora sueña con esa cara brillante que solo un niño puede retratar si dibuja al sol sonriendo.<br />Fue anoche que soñó con un alma limpia y su sonrisa no se le va de los ojos. Es peor cuando los cierra, la sonrisa se hace más grande, los pómulos se hinchan, la cara se arruga, un alma radiante de simpatía, es opacada por esta lluvia que nubla sus sentimientos.</em><br /><em></em><br /><em>Por Mano</em>manohttp://www.blogger.com/profile/13524440601154794861noreply@blogger.com1