“Decídase, señor escritor, y una vez, al menos, sea usted la flor que huele en vez de ser el cronista del aroma. Poca gracia tiene escribir lo que se vive. El desafío está en vivir lo que se escribe” Eduardo Galeano

miércoles, 6 de agosto de 2008

Leyenda de la rutina

a A. S.

Existe una leyenda rioplatense que dice que la rutina cambia cotidianamente. Se altera ella sin avisar, por lo que no existe rutina alguna, sino ojos deprimidos que ven pasar la vida con pocos colores. O no, simplemente ojos temporalmente angustiados, con parpados demasiado pesados o pestañas mojadas (por lágrimas o lluvias) en punta hacia abajo formando cortinas que no dejan ver. Cuenta la leyenda que cuando el corazón contento y el alma radiante no hay rutina, hay vida y ojos bien abiertos y sonrientes. Y así solo basta caminar mostrando los dientes para darnos cuenta de que hay vida, de lo maravilloso que es reencontrarse, del privilegio que tienen algunos de comer todos los días (aunque sea, otra vez sopa). Un día, todos los días, mirar sonriendo a los de siempre y a los de nunca. Sentarse cada día en un lugar distinto de la misma mesa, tan solo caminar viendo esas imágenes casi vírgenes de miradas, hacer lo de siempre como nunca.
Como toda leyenda, esta se fue transmitiendo de boca en boca. Una vez andando triste por unas calles de tierra tuve la suerte de encontrarme a un viejito con muchas arrugas en la cara y bastantes cicatrices en el corazón. El viejito estaba siempre sentado en algún pueblo de aquí o de allá y mirándome fijo a los ojos me invitó a aprender de aquel soldado que no fue más, que un día soleado como este, como todos, se froto una y otra vez los ojos con las manos como queriendo ver algo nuevo y lo logró. Empezó a caminar y se dio cuenta que ya no marchaba. Nunca más rompió filas, porque sin filas anduvo. Nunca más necesitó escuchar a alguien que le permita el descanso, porque no hubo cansancio que lo encuentre. Nunca más tuvo superiores ni inferiores. Sus ojos, que habían sido analfabetos de colores, miraron e hicieron miles y miles de colores. Se dedicó a robar flores, y llenó los floreros de armas. Desde ese día, el día en que se dio cuenta que dos días nunca podían ser iguales, hizo siempre lo mismo y nunca repitió algo.
Cuenta aquel viejito que nunca murió este ex soldado y que siempre vivió, que no es lo mismo. Cuenta que cada día al despertarse nace, y que se enamora cada vez que ve a una chica con ojos vivos y sonrientes.


Por Mano

1 comentario:

-pequeña dama- dijo...

gracias por siempre iluminarme con tus consejos

sos mucho...

A.S