“Decídase, señor escritor, y una vez, al menos, sea usted la flor que huele en vez de ser el cronista del aroma. Poca gracia tiene escribir lo que se vive. El desafío está en vivir lo que se escribe” Eduardo Galeano

martes, 23 de septiembre de 2008

Propiedad privada

A Ramón

Llegué a aquel paraíso terrenal del que me habían contado y que yo, en algún lado, creía haber visto. Lo miré y confirmé que lo había soñado. Lo sentí como nunca antes había sentido algo. Sol radiante de día. Iluminado de estrellas y lunas de noche. Un clima ideal para lo que fuera que hicieses allí. Tuve miedo al principio aunque de a poco se fue diluyendo. Miedo a la perfección pienso yo. Miedo. Mucho miedo.
Me enteré que aquella tierra tenía dueño. No hace mucho que la propiedad privada había llegado al lugar. Otra vez mi libre corazón sometido a dependencias. Ya no podría pasar por más que la tierra con sus ojos hermosos me invitaba a sentarme y estar allí con ella. Me quedé solo en el vacío.

Por Mano

martes, 16 de septiembre de 2008

¿Qué es la esperanza?

-“Tarea para mañana: ¿Qué es y para que sirve la esperanza?”-gritó la maestra en el último segundo de clases tratando de superar el ruido del timbre y de pupitres arrastrándose.
Francisco, que estaba cumpliendo los siete abriles, creyó no haber entendido la consigna pero en el momento le preocupaba más la festividad de su cumpleaños. A la salida del colegio hubo pelotero. Emoción a pies descalzos. Envidia de los grandes. Y las observaciones del abuelo:
-“El pelotero es una maqueta del mundo. Todos encerrados. Mil historias. Alegrías y llantos. Guerras y juegos. Muchísimos caminos distintos para terminar siempre en pelotas”

-“Claro Atilio, como el mundo, como el mundo”-dijo la mamá de Francisco pensando en que era la ultima vez que invitaban al abuelo. Pobre, no entendía la lucidez del viejo. Atilio no le dio bolilla y siguió maravillado viendo a los nenes en el pelotero.
A media tarde todo tipo jolgorio había concluido. Este se volvía un día como cualquier otro. Hasta que Francisco se puso a pensar en aquella tarea. Hubo una secuencia que se repitió varias veces: Francisco frente al cuaderno, la hoja en blanco y él estallaba en carcajadas. Se serenaba, pensaba en la pregunta y se reía. Se daba por vencido. Volvía a pensar y volvía a sonreír.
Al día siguiente, camino al colegio, temió por el deber no cumplido y se rió hasta que los cachetes le empezaron a doler. Al llegar al aula se sentó en su banco y no dejó de mirar su hoja en blanco ni un segundo. Pasaba el tiempo y pasaban sus compañeros al pizarrón a mostrar a todos su tarea mientras eran juzgados por la maestra.
Cuando llego el turno de Francisco, tímidamente se acercó al pizarrón. Caminando con la pera en el cuello, un silencio tétrico lo vio pararse al lado de la maestra. Mostrando el cuaderno vacío dijo muy suavemente: “Cada vez que me sentaba a hacer la tarea no se me ocurría nada y me largaba a reír”. El aula se convirtió en un coro de risas. Un ir y venir de gritos y papeles hasta que la maestra obligó el silencio. Ese momento fue mágico. Los ojos de Francisco se abrieron asombrosamente y brillaron más que nunca. La sonrisa había vuelto, pero esta vez decía mucho más. Francisco interrumpió a la maestra y dijo:
-“Claro, la esperaza es las sonrisas de los demás en los ojos de cada uno. Y para eso sirve, sirve para sonreír. Por eso cuando vemos a alguien reír nos brota una sonrisa”.

La maestra se sentó. Ese día la clase la dio Francisco.

Por Mano

miércoles, 6 de agosto de 2008

Leyenda de la rutina

a A. S.

Existe una leyenda rioplatense que dice que la rutina cambia cotidianamente. Se altera ella sin avisar, por lo que no existe rutina alguna, sino ojos deprimidos que ven pasar la vida con pocos colores. O no, simplemente ojos temporalmente angustiados, con parpados demasiado pesados o pestañas mojadas (por lágrimas o lluvias) en punta hacia abajo formando cortinas que no dejan ver. Cuenta la leyenda que cuando el corazón contento y el alma radiante no hay rutina, hay vida y ojos bien abiertos y sonrientes. Y así solo basta caminar mostrando los dientes para darnos cuenta de que hay vida, de lo maravilloso que es reencontrarse, del privilegio que tienen algunos de comer todos los días (aunque sea, otra vez sopa). Un día, todos los días, mirar sonriendo a los de siempre y a los de nunca. Sentarse cada día en un lugar distinto de la misma mesa, tan solo caminar viendo esas imágenes casi vírgenes de miradas, hacer lo de siempre como nunca.
Como toda leyenda, esta se fue transmitiendo de boca en boca. Una vez andando triste por unas calles de tierra tuve la suerte de encontrarme a un viejito con muchas arrugas en la cara y bastantes cicatrices en el corazón. El viejito estaba siempre sentado en algún pueblo de aquí o de allá y mirándome fijo a los ojos me invitó a aprender de aquel soldado que no fue más, que un día soleado como este, como todos, se froto una y otra vez los ojos con las manos como queriendo ver algo nuevo y lo logró. Empezó a caminar y se dio cuenta que ya no marchaba. Nunca más rompió filas, porque sin filas anduvo. Nunca más necesitó escuchar a alguien que le permita el descanso, porque no hubo cansancio que lo encuentre. Nunca más tuvo superiores ni inferiores. Sus ojos, que habían sido analfabetos de colores, miraron e hicieron miles y miles de colores. Se dedicó a robar flores, y llenó los floreros de armas. Desde ese día, el día en que se dio cuenta que dos días nunca podían ser iguales, hizo siempre lo mismo y nunca repitió algo.
Cuenta aquel viejito que nunca murió este ex soldado y que siempre vivió, que no es lo mismo. Cuenta que cada día al despertarse nace, y que se enamora cada vez que ve a una chica con ojos vivos y sonrientes.


Por Mano

martes, 15 de julio de 2008

Sueño


Un cuerpo estaba recostado sobre la cama y soñaba. Ayer se acostaba pensándola y hoy se levanta con el sueño entre los ojos, se pasa el día pensando e imaginando. Anoche soñó con un alma, soñó que ella lo miraba, sus ojos reposados en los de él, brillando más que nunca, como siempre. Ella serena, delicada y blanca. Cada vez que miraba sus ojos sentía que perdía los sentidos o los sentidos lo hacían perderse. Anoche soñó con ella y recién en la vigilia se dio cuenta de que no fue anoche, que es hoy, que es siempre, que a toda hora sueña con esa cara brillante que solo un niño puede retratar si dibuja al sol sonriendo.
Fue anoche que soñó con un alma limpia y su sonrisa no se le va de los ojos. Es peor cuando los cierra, la sonrisa se hace más grande, los pómulos se hinchan, la cara se arruga, un alma radiante de simpatía, es opacada por esta lluvia que nubla sus sentimientos.


Por Mano

Incierto pero real

Ella es así. Él solo sabe que se puede y deja ver. Ella mira sin ver, como es mirada por ojos tristes, que entristecen más con su dulce mirada. No toma en cuenta ni ignora, sabe que es ella y nadie más. Hay muchos que caminan en el lugar, pero una sola que sabe volar. Sencilla, común, brote único, colorido y brillante. No se sabe tan hermosa, o si, pero él la ve tan inocente que descarta la posibilidad de que ella sepa lo radiante que está. Él sabe cosas que ella no, pensarla. Ella no sabe, creo que él nunca sabrá.
Vuelve a los días radiantes y se refleja ante tantos cuerpos. La única capaz de no diferenciarse entre esta mezcla de pensamientos y jardín, alma pura, reina. Más que su imagen no conoce. Ignora muchas cosas de ella, que son secundarias al saber lo que sabe.


Por Mano

lunes, 16 de junio de 2008

Momento con un alma

Fue solo ese instante. Bastó levantar la mirada detenerse en sus ojos, que ellos, y sin que moviesen sus delicados labios, decían que este momento se pasaba solo en silencio. Silencio que fue eterno, maquillado con formalidades, disfrazado de casualidad se vivió esa iluminación fruto de la causalidad. Con gente en la cercanía no existían más que ella y él, solos, cómplices los dos. Fusión de sentimientos originó esa cruel mirada, que lo entristece de a momentos, en otros causa que sienta nada. Ilusión, momento fantástico y eternidad hiriente, contradicción.
Le conforma el saber que no es al único que le pasó que al darse vuelta, para seguir haciendo presente el futuro, este se nutrió solo de pasado; para ambos sigue siendo presente, el momento que habían ocasionado.


Por Mano

sábado, 7 de junio de 2008

Un conejo

Esta vez la llama había parido un animal desconocido para Aldo.
Aldo Neri vivía en la provincia de Jujuy, muy alejado del pueblo y ni que hablar de la ciudad. En una casita muy pequeña, en el medio de calores y distancias interminables. Tenia alrededor de su casa una huerta bastante pequeña y sin grandes cosas, pero con lindos colores y aromas. Tenia también varios animales, todos menos tres ovejas, dos cabras y uno de los perros, habían nacido de aquella llama. Hace años la llama había parido un perro, Aldo lo había encontrado cerca de ella pero no estaba seguro si, efectivamente, había salido del vientre de la llama. Luego confirmo que si, cuando vio nacer a un gato, después una tortuga, dos o tres huevos de gallina (va, de llama, pero luego nacieron pollitos) y hasta un pez, que murió rápido y Aldo no se perdió la oportunidad de comerlo.
Aldo no conocía muchas especies de animales. En toda su vida solo había ido tres veces al pueblo y solo hablaba con su mamá y con Juan Carlos, que le traía algunas de las cosas que vendía para intercambiarlas por cosas que Aldo cosechaba.
Todas las semanas Aldo hacia varios kilómetros para llegar a una estación de servicio y llamar a su mamá, que vivía en la capital. Ese miércoles caminó más rápido que nunca para preguntarle a la mamá de qué animal se trataba esta vez. La mamá le había dicho de la tortuga y el gato después de que Aldo se los describiera. Juan Carlos le había dicho del pez y los pollitos.
-Esta vez se trata de un animal diferente mamá!!
-Que bueno mi`jo, dime como es!
-Bueno, este es el más lindo que haya parido la llama. Es suave, de ojos bien abiertos y con las orejas siempre paradas. De color marrón, pero clarito. Tiene bigotes como los gatos, pero es distinto, va de a saltos.
La madre quedo desconcertada. Nunca había visto un animal así. Le prometió a Aldo que iba a averiguar y que la semana próxima le decía de que animal se trataba.
Así fue. Al martes próximo, Aldo se fue a llamarla.
-Y mamá? Como se llama este animalito que no deja de saltar y saltar?
-Pregunte a varios querido, se trata de un conejo. Son ricos pero no lo comas hasta que la llama te de una “coneja”.
Aldo estaba contentísimo, como cada vez que tenía en su casa un animal nuevo, distinto.
Pasaron algunos días y pasó por su casa Juan Carlos. Como cada vez que había un nuevo animal, Aldo se lo mostraba contento y luego hablaban de aquel animal, sobre que le gustaba comer, de donde era, etcétera:
-Hey, Juan Carlos! Ven que te muestro el nuevo animal, es un conejo.
-A ver...
-Mira esta allí saltando, como siempre.
-Que hermoso que es Aldo, pero no es un conejo, es un canguro!


Por Mano

domingo, 18 de mayo de 2008

Cuerpo y alma


Puede verla porque Ella es la reina, solo a Ella puede ver. En el mundo de las almas, solo la reina puede ir al mundo de los cuerpos, allí, donde él escribe. Solo el rey de los cuerpos puede conocer el mundo de las almas, lo conoce, allí está; claro, se enamoro de un alma y no volvió, hace siglos, por eso no se conoce quien es el rey de los cuerpos, ellos no lo conocen.
No sabe como debe ser el mundo de las almas, no se lo pregunta a Ella porque le da vergüenza, no sabe, cree, piensa que si le pregunta lo va a tomar a mal y no va a querer verlo más. Se nota que es la reina, se nota que es alma, es tan pura, no toca nada pero deja huellas por donde pasa, lo que ve lo transforma en colores, le da vida, no sabe como explicarlo, es mágica, es tan simple y lo hace todo con una sonrisa: “claro, es alma” piensa él y se sonroja enamorado.

martes, 29 de abril de 2008

Suspiros


Sebastián se subió al colectivo que lo llevaba al trabajo todos los días y que lo hacia enamorarse cada día de mujer distinta. No había día en que no se enamorara de alguna dama y, hasta le hacían, algunos amoríos más profundos, bajarse una o dos paradas antes o después de la suya. A veces estaba entre más de una, y siempre decidía una, no quería engañar a ninguna. Ellas no sabían que tenían un fiel enamorado, tan enamorado, durante los minutos en que estaban en viaje.
Ya había elegido en aquel viaje. Sentada allí adelante era la única que existía en su mundo, una luz brillando en ese viejo colectivo oscuro, lo de siempre, los ojos como preocupados, las cosquillas en la panza, los nervios, la idealización, el grato suspiro y “es perfecta, me enamore, esta vez me enamore de verdad”. Pero un grito oprimió la perilla de la realidad. Giro su mirada y era otra muchacha hablando. Hablando sola, o a algo, pero no a alguien. La situación lo supero y ya se había olvidado de aquel maravilloso amor. Era clarísimo, no tenia sentido, ella estaba hablándole al asiento de adelante, gritándoles a sus rodillas. Se agarraba la cabeza con las dos manos, con voz triste, y ya empezaba a llorar. No se escuchaba mucho por el ruido del colectivo, pero de pronto, haciendo fuerza con sus dedos en la cabeza, un “no te quedes callado” o “siempre lo mismo ustedes”, y entonces él, desconcertado, no sabia si realmente era al asiento de adelante o a ella lo que le preocupaban eran sus rodillas, hasta que no dijo más, se soltó la cabeza y cuando bajó las manos en una tenia un celular.
Sebastián volvió a suspirar.

Por Mano

domingo, 27 de abril de 2008

Compañero

Hubo quien me acompañó durante toda mi estadía en Valizas, Uruguay. Desde el momento en que lo abracé al llegar, hasta el momento en que, agarrándole la cara, le agradecí y subí al colectivo.
Yo no lo esperaba y él si. Llegué y ahí estaba, en la Terminal, contentísimo. Sin oponerse me acompaño a unos asuntos. Sin dudarlo fuimos a la playa, nos tiramos en la arena y disfrutamos de la tranquilidad y del olor al mar que susurraba de fondo. Nos miramos y sonreímos luego de mirar el horizonte y olvidar lo olvidable. Sin pensarlo caminamos hasta un bar y comimos algo. Cuando le dije que me iba no me dijo nada. Fuimos a la Terminal, esperamos sentados en silencio. Luego, la hora de separarnos, y así fue. Así fue, que fue la mejor compañía para estar solo. Así, no solo uno, pero uno solo. Compartiendo. El mejor amigo del hombre, Dizzy.


Por Mano

martes, 22 de abril de 2008

Los sabios no hablan

Al doblar en la esquina, como tantos otros encuentros, este fue tan especial como exquisito. No creo que hayan estado dadas las condiciones, pero se dio. Un encuentro como cualquier otro, único. Fue así como empezó la gran conversación hace quince años. Dos amigos se dieron la mano, se sonrieron mirándose a los ojos y, sabiendo que tenían quehaceres y gentes esperándolos, no dudaron de que esa charla fuera a dar para rato. Tres lustros en la misma esquina. No era cualquier esquina tampoco, era transitada, aunque de barrio, era la de la roticería, que les iba a espantar el hambre en muchos momentos, era, o se fue transformando, en la esquina mas linda de todo el barrio.
A los familiares y amigos, y a los ex familiares y ex amigos, les costo aceptar que era ahí donde estos filósofos antiguos en la contemporaneidad querían pasar el resto de sus vidas, pero lo que mas les dolió al principio, y hasta hubo quien aun no lo tolera, es que todo el barrio conozca a esa esquina como “la esquina de los locos”.
Años, estaciones, días, minutos, instantes enamorándose, riendo, callando, durmiendo, llorando, arrepintiéndose, debatiendo, mirando, enorgulleciéndose en ese cruce de calles. Una acera, dos vidas, mil diálogos.
El mismo horizonte todos los días fue testigo de que no había oidos que escucharan ninguna de las letras que salieran de esas bocas. Ya no era solo el sol el invitado de honor de cada mañana en esa esquina, también los eran ellos dos. El sol iba todos los días, ellos no se iban nunca. La luna los veía enamorada y las nubes los besaban con sus gotas. El viento los acariciaba a menudo, cuando ellos se dejaban y no resistan con mantas regaladas. Las barbas y los llamados a la policía crecían. Nunca nadie pudo sacarlos ni afeitarlos. Tampoco nunca nadie los escuchó, para todos ellos eran mudos.


Por Mano

sábado, 19 de abril de 2008

Fiorela

Le pidió disculpas con la mirada y antes de decir nada: “¿me dices tu nombre?”. Claro que ella se quedo helada, no se conocían, exceptuando esas simples miradas que alguna vez tropezaron, para ella intrascendentes y para él fueron los momentos que le iluminaron los días. Algún Dios, o algo así, gritó con voz de Dios: “Fiorela” (ella sólo movió leve y tímidamente sus labios finos, delicados, mientras era interrogada a la luz del sol). Él previó, con una parcialidad coherente esta situación y, con la voz casi tartamuda, explicó que su intento de conversación debía seguir algunos pasos programados previamente. Ella no se negó ni se resistió. Tampoco amagó sonrisa, ni lo miró a los ojos y teniendo en cuenta el ambiente, se decidió a escucharlo. “Primero te debo agradecer y me debo agradar. Gracias, tu dulce voz y tu merecido nombre iluminan mis ojos, me maravillan, al igual que aquel poema que llevará ese nombre”. Se olvidó como seguir. Son esos momentos en los que el improvisar opaca y el temor supera, cerró los ojos. Ella, con la rareza de esta situación, cotidiana solo para la nunca, lo vio irse.
Se olvidó.

Por Mano

La Ruta

A Soledad no le gusta agarrar por ese camino. Dice que le provoca nauseas, mareos. Debe ser porque esa ruta tiene muchas curvas, muchas subidas y bajadas, pero sin embargo es muy transitada, y no es para menos, une el centro y La Claridad, el barrio más poblado de la cuidad.
Un día Mario vio el diario íntimo de Soledad, que lo había dejado olvidado abierto en el escritorio del cuarto cuando entró a bañarse, como sin querer pensarlo lo leyó. Esa hoja decía “volví a evitar aquel espantoso camino…”. La curiosidad aumento y revisó las primeras páginas hasta que encontró una que llamaba la atención. Con letras mas grandes que el resto de las paginas Soledad había escrito “me cuesta creer que lo haya comprobado, pero hoy yendo al trabajo, luego de pasar el kilómetro 47 y antes de llegar a Sombri, en la misma colina que ayer desaparecieron los dos autos, el rojo y el amarillo, perdí de vista un auto negro”, Mario no entendía mucho, le entusiasmaba y lo atrapó. Encontró la pagina donde comenzaba este relato, que decía “no lo puedo creer, no estaba tan dormida como para creer ver dos autos que luego no estaban más. El rojo lo pude haber imaginado, pero el auto amarillo no, lo vi, estoy segura, me llamo la atención, no es común ver un auto amarillo. Además lo miraba todo el tiempo, hasta que en una de las subidas (debía ser casi el Km. 50) lo perdí de vista, se calló, precipitó. Cuando yo estaba en la sima, miré y no lo encontré. Se perdió en el horizonte. Fue tan claro, esa ruta me da miedo, te lleva a la nada”.


Por Mano

Amor a primera vista

Fue doblando en la esquina de Brasil y Bolívar, ahí donde quedaba el restaurante “Manolo”. Giró a la izquierda, tarde normal, lo de siempre, volviendo de hacer las compras. Al doblar se encontró con Lili, su amiga de toda la secundaria. Habían sido muy amigos durante esos años, ahora solo quedaba el titulo de vecinos. Ninguno de los dos reconoció al otro. Se chocaron, se miraron a los ojos por unos segundos sin decir nada, amor a primera vista. Se empezaron a conocer. Hoy siguen cenando perdices.

Por Mano

martes, 15 de abril de 2008

Rutina

Primera Parte

Elena se apuro como nunca para no llegar otra vez tarde a su clase de saxo. Fue inútil:
-Otra vez tarde Elena?
-No lo va a creer profesor.
Como explicarle sabia, lo que no sabía era como convencerlo de que lo que le explicaba era cierto.
Corriendo hasta la parada del colectivo, y como siempre, cuando estas apurada el colectivo no viene o los segundos son más largos. Esta vez fue una mezcla de las dos. Pasan todos los colectivos que no esperas pero que seguro más de una vez tardaron en llegar cuando más lo necesitabas. Hasta que apareció él, el azul. Dobló en la esquina y venia tranquilo, Elena se serenaba y todo iba bien. Metió su mano derecha en el bolsillo para buscar las monedas. Estaban en el fondo como siempre, y solo lograba tocarlas apenas con la punta de los dedos. En cada intento estaba a punto de agarrarlas y sacar la mano con las monedas en ella, se apuraba pues cada vez el azul estaba más cerca. Hasta que por fin las agarro pero el puño cerradísimo hizo que le cueste sacar la mano del bolsillo y vea la parte de atrás del colectivo alejándose.


Por Mano

Segunda Parte

Una mixtura de angustia, desesperación y rabia se vio esfumada cuando, en medio de una enunciación compulsiva de insultos a sí misma, observó que una luz roja detenía su colectivo. Aquel colectivo azul que la llevaría a destino, el mismo que se acercaba de manera proporcional a su capacidad de reacción, que, entiéndase bien, no le impidió evadir la duda de saber si podría alcanzarlo o no. Así, estuvo inmóvil durante algunos segundos, los mismos segundos que habían causado la conflictividad inicial.Cuando se desprendió de su incertidumbre, dejando atrás las cadenas que amarraban sus piernas al piso, e hizo el gesto de correr hacia él, el verde del semáforo asestó un golpe terrible a su ánimo. Un gancho al hígado, semejante al de la Hiena Barrios en su apogeo pugilístico hizo estragos en la ya debilitada valoración del día. Fue, entonces, que aquella mixtura de angustia, desesperación y rabia no tardó en retornar acompañada de una enunciación compulsiva de insultos a sí misma -esta vez a los gritos- sin temer en lo más mínimo al ridículo.

Por daniel

Primer Amor

En Misiones, Argentina, todo es tierra, caminos de polvos volando y más tierra saltando e impregnándose. Después de ir a agarrar algunos frutos de los árboles de las grandes haciendas, los pequeños José y Marcos cruzaban todo el pueblo para llegar a su casa. Una cuadra antes de llegar estaba la humilde Terminal de colectivos, donde los chicos lavaban las frutas.
-Vamos José!!
-Espera, creo que me enamoré del agua.


Por Mano

lunes, 14 de abril de 2008

La otra suerte de Teodoro Méndez Acubal

a Rosario Castellano

-¡Ladrón! ¡Ladrón!
Lo que le siguieron a Teodoro Méndez Acubal fueron años interminables e incontables en la cárcel. Un ex mercader acusado no solo de ladrón sino también de loco fue su gran compañero de celda. El viejo Álvaro había tenido una infancia de rico, una adultez de pobre y vagabundo y una vejez de preso lo veía morirse de a poco. Álvaro se acerco mucho a Teodoro, durante toda su vida había tenido problemas y soluciones (aunque más de los primeros) por juntarse con los chamulas a quienes admiraba y, en su época en libertad, copiaba mucho, sin duda causa de que esa maravillosa época se terminara. La relación entre los dos crecía cada vez más. Cada vez se entendían más entre ellos y entendían menos a los que se encargaban de marginar a ambas culturas.A los diez años de convivencia Álvaro se vestía como Teodoro, quien usaba la barba larga como Álvaro. Compartían ritos característicos de los chamulas que Teodoro enseñaba y los dos leían y escribían en castellano. Una fusión cultural tan rica como novedosa.Con el dolor por la muerte de Álvaro surgieron en Teodoro varias reflexiones expresadas en papeles que le quedaban la misma cantidad de vida que a él. Teodoro murió al poco tiempo de la muerte de su amigo teniendo una concepción muy particular de lo que son las diferencias y las igualdades entre los hombres. Murió mudo gritando “libertad e igualdad”.

Por Mano

Tarde de niños

A las cinco en punto de la tarde se producía el enfrentamiento más temido y esperado que haya ocurrido en la historia del barrio. Todo parecía ya escrito, a la mañana los chicos a la escuela, cada grupo hablando en cada momento, cada recreo, cada silencio o distracción de la seño. Miadas entre los dos bandos, cada uno sentía como todos estaban expectantes, todas las miradas estaban cayendo sobre ellos. No era para menos, días así no suceden muy seguido en la escuela 28 de Lugano. Cada uno se había ido a dormir temprano la noche anterior con muchos nervios pero no sin antes ultimar los detalles de la formación por chat con sus compañeros de equipo. Y al fin había llegado el día. El día, de esos días en que la noche anterior, con la cabeza en la almohada, no podes dejar de idealizarlo, el que lo venís esperando y no llega más, hasta que te sorprende y las ansias te revuelven el estómago.
En el aula se sientan en grupos de a seis, siete y hay un grupo de ocho. La vida, junto con sus madres, cuatro años antes se había equivocado al inscribir en el mismo 1ºB a todos estos chicos juntos. Hoy, y este día en particular, en el 5ºB se vive una tensión que llega a angustiar y preocupar hasta a la maestra, que muy ingenua con su delantal más blanco que nunca, sus aros gigantes y su pelo negro ni enrulado ni lacio, no se da cuenta de que ese día era El día.
Cada grupo tiene su mesa, que es lo suficientemente grande como para que entren hasta nueve chicos con sus respectivos útiles. Dos de los cinco grupos eran totalmente intrascendentes para la historia tan trascendental de este quinto grado. El grupo de adelante a la izquierda era el de las seis niñas guapas y las más populares desde quinto grado para abajo, aunque una, Glenda, era muy popular en los grados de los más grandes por su belleza precoz y, además, porque tenia un hermano en séptimo conocido en la escuela por sus dotes en los deportes, dos motivos que hacían que muchas de las niñas se le acercaran. Y no es un dato menor la popularidad en una escuela primaria, al contrario, a esa edad es importantísimo sentir que te conocen, que hablen de vos, que te saluden los mas grandes. La primaria es el periodo en que mas veces te enamoras, y muchas veces es de “la chica más conocida” o “el chico de mis sueños con el que haríamos la pareja de la cual todo el colegio hablaría”. Se puede decir que Glenda y su mejor amiga, Estefanía, eran las más populares y guapas de todo quinto grado, incluyendo el A y el C. Cada uno que entraba por primera vez al aula veía que había dos guardapolvos que brillaban más que el resto.
Otro grupo, el del fondo a la derecha, era el más revoltoso, seguro que por eso era popular porque no tenía otra característica llamativa. En realidad eran un poco más que revoltosos, llegaban a ser malvados, bastante malvados. Existe un momento en la niñez en que las cosas que se hacen dejan de ser graciosas o divertidas (para los grandes y para algunos chicos también) y pasan a ser molestas, hasta preocupantes, lo que a uno le parece entretenido los otros lo ven con susto, y suelen pensar “que mal educado”, “mira lo que hizo”. Cada uno de los seis que integraban este grupo tenia una amonestación o había ido a hablar con la directora por lo menos una vez en lo que iba del año. Eran los únicos seis de todo el grado con estos antecedentes, y no era para menos, una vez, por ejemplo, Dolfito y Franco se pusieron de acuerdo para hacer caer a la maestra cuando se estaba por sentar. Muy inteligentes, lastima que derrochaban su capacidad en maldades, había que ver el mecanismo que armaron para que cuando la maestra se este por sentar la silla se corriera para atrás, era toda una angustiosa genialidad. Se notaba que Benito era el primo de Dolfito, venían de la misma familia, vivieron juntos mucho tiempo. Tenían ideas muy parecidas para las maldades, aunque a Benito le gustaba más molestar a las niñas de su grado y otros grados que a los grandes, decía que “los adultos tienen más memoria, son más grandes, mejor no meterse con ellos”, por esto es que Dolfito siempre, aunque sin decírselo, lo trato de cobarde.
Los mellizos V, como se conocían en el colegio, eran muy amigos de Augusto, vivían muy cerca, sus casas estaban separadas solo por una calle, la cual era testigo de las bestialidades más atroces, como aquella vez en que sostuvieron una tanza desde una casa a la otra, o sea que la tanza cruzaba la calle perpendicularmente, al ras del piso y al ser transparente no se veía con facilidad. Cuando venia Doña Nelly se escondieron en las casas tomando desde cada casa una punta, y cuando la pobre viejita tenia un pie de cada lado de la tanza cada uno tiro de la punta, Doña Nelly se quebró la cadera, estuvo internada tres semanas y las madres de los chicos: “son cosas de chicos”, de algún lado tenia que venir esa bestialidad. El último de este grupo no era tan amigo, casi ni lo conocían. Se veían solo en la escuela y alguna que otra vez en un partido, de los importantes, pues Jorgito jugaba muy bien. Entre ellos decían que era muy inteligente para jugar, les gustaba que haga trampa en todos los partidos sin que nadie se diera cuenta.
Estaban siempre juntos, todo el tiempo riéndose de los demás. A las maestras les impresionaba porque que todo el tiempo estén haciendo lío, también porque parecían grandes cuando hablaban, sabían mucho y eran muy inteligentes. Siempre tirándoles cosas a los del grupo de la otra punta, los de atrás a la izquierda.
Este último grupo era muy unido, queridos por toda la escuela, menos por aquel otro grupo. Se llevaban muy bien, tenían gustos muy parecidos, aunque eran bastante variados.
Ninguno de los niños sabia muy bien porque a Ge le decían de esa forma, tampoco se molestaban en preguntárselo a él, es probable que ni él supiera por qué lo llamaban así. Las pocas veces que entre algunos se lo habían preguntado llegaron a la conclusión de que era porque así le decía la mamá, aunque no estaban muy seguros. Ge era el niño más bueno que se pueda encontrar en cualquier lugar del mundo, peladito, con sus anteojos a-lo-Lennon caminaba lento y pensante. Era un grande en envase chico, bastante extraño para muchos en el barrio porque sus padres habían adoptado una religión en la que en este país homogéneo se diferenciaba mucho de las “tradicionales”, cosa que hizo que muchas veces Ge se sintiera excluido.
Julito, el más porteño de todos, era aplicadísimo en lengua, le encantaba, no salía a jugar mucho al barrio con sus amigos porque prefería quedarse en su casa leyendo algún libro, pero cuando se trataba de partidos como el que se iba a jugar esa tarde se enloquecía, para esta vez hasta había escrito algunas poesías referidas al fútbol, los deportes y los amigos.
Carlitos era el más divertido de todos, siempre haciendo monerías, le iba muy bien con las mujeres y tenía a todas las maestras y mamás en el bolsillo por su simpatía, no por otra cosa, ya que de su grupo era el menos aplicado, el más vago.
A los tocayos Pablo Pío Dincan y Pablo Néstor Sauri, para diferenciarlos, entre los niños los llamaban Lopi y Lone respectivamente, por el final del primer nombre en conexión con el comienzo del segundo.
Siempre juntos estaban Marquitos y Tete, no se separaban ni un segundo. Cada uno sabía todo del otro, eran como la misma persona. Jugaban de delanteros los dos, hasta para jugar al fútbol se entendían, eran terribles, lo que querían lo conseguían. El que era más amigos de todos era El Gordo, hasta los del eterno grupo rival decían que El Gordo no les caía tan mal, era un niño dulcísimo, y a la hora de los partidos, siempre arquero.
Lugano de fiesta, se hace la hora del té, los vecinos pasan por la plaza y ven con curiosidad a los chicos preparándose para jugar.

Por Mano

Cosas de familias

Por suerte le empezó a ir bien con su empresa, porque les dio trabajo a los dos hijos de Carmen y Mario, y con esto están mucho mejor. La paradoja esta en los hijos de cada una de las familias, pues Felipe y Alberto apenas terminaron la secundaria entraron a trabajar en la empresa de Pedro, ya hace como cuatro años, y ahora ya cada uno tiene su auto, se visten que son la envidia no solo de los hijos de Pedro, sino de todo el vecindario. Ahora, Juan y Amanda, que tienen la misma edad pese a que viven en una casa más grande, se van de vacaciones al exterior, no les va tan bien con la popularidad barrial. Claro, llevan vidas universitarias, muchos sábados no pueden salir, además Pedro y Susana no les dan tanta plata como para que se compren ropa nueva todo el tiempo.Parece que a todos les va bien, pero un vecino, un viejo solitario y misterioso anda diciendo por el barrio que ninguna de las familias hace las cosas bien…