“Decídase, señor escritor, y una vez, al menos, sea usted la flor que huele en vez de ser el cronista del aroma. Poca gracia tiene escribir lo que se vive. El desafío está en vivir lo que se escribe” Eduardo Galeano

martes, 29 de abril de 2008

Suspiros


Sebastián se subió al colectivo que lo llevaba al trabajo todos los días y que lo hacia enamorarse cada día de mujer distinta. No había día en que no se enamorara de alguna dama y, hasta le hacían, algunos amoríos más profundos, bajarse una o dos paradas antes o después de la suya. A veces estaba entre más de una, y siempre decidía una, no quería engañar a ninguna. Ellas no sabían que tenían un fiel enamorado, tan enamorado, durante los minutos en que estaban en viaje.
Ya había elegido en aquel viaje. Sentada allí adelante era la única que existía en su mundo, una luz brillando en ese viejo colectivo oscuro, lo de siempre, los ojos como preocupados, las cosquillas en la panza, los nervios, la idealización, el grato suspiro y “es perfecta, me enamore, esta vez me enamore de verdad”. Pero un grito oprimió la perilla de la realidad. Giro su mirada y era otra muchacha hablando. Hablando sola, o a algo, pero no a alguien. La situación lo supero y ya se había olvidado de aquel maravilloso amor. Era clarísimo, no tenia sentido, ella estaba hablándole al asiento de adelante, gritándoles a sus rodillas. Se agarraba la cabeza con las dos manos, con voz triste, y ya empezaba a llorar. No se escuchaba mucho por el ruido del colectivo, pero de pronto, haciendo fuerza con sus dedos en la cabeza, un “no te quedes callado” o “siempre lo mismo ustedes”, y entonces él, desconcertado, no sabia si realmente era al asiento de adelante o a ella lo que le preocupaban eran sus rodillas, hasta que no dijo más, se soltó la cabeza y cuando bajó las manos en una tenia un celular.
Sebastián volvió a suspirar.

Por Mano

domingo, 27 de abril de 2008

Compañero

Hubo quien me acompañó durante toda mi estadía en Valizas, Uruguay. Desde el momento en que lo abracé al llegar, hasta el momento en que, agarrándole la cara, le agradecí y subí al colectivo.
Yo no lo esperaba y él si. Llegué y ahí estaba, en la Terminal, contentísimo. Sin oponerse me acompaño a unos asuntos. Sin dudarlo fuimos a la playa, nos tiramos en la arena y disfrutamos de la tranquilidad y del olor al mar que susurraba de fondo. Nos miramos y sonreímos luego de mirar el horizonte y olvidar lo olvidable. Sin pensarlo caminamos hasta un bar y comimos algo. Cuando le dije que me iba no me dijo nada. Fuimos a la Terminal, esperamos sentados en silencio. Luego, la hora de separarnos, y así fue. Así fue, que fue la mejor compañía para estar solo. Así, no solo uno, pero uno solo. Compartiendo. El mejor amigo del hombre, Dizzy.


Por Mano

martes, 22 de abril de 2008

Los sabios no hablan

Al doblar en la esquina, como tantos otros encuentros, este fue tan especial como exquisito. No creo que hayan estado dadas las condiciones, pero se dio. Un encuentro como cualquier otro, único. Fue así como empezó la gran conversación hace quince años. Dos amigos se dieron la mano, se sonrieron mirándose a los ojos y, sabiendo que tenían quehaceres y gentes esperándolos, no dudaron de que esa charla fuera a dar para rato. Tres lustros en la misma esquina. No era cualquier esquina tampoco, era transitada, aunque de barrio, era la de la roticería, que les iba a espantar el hambre en muchos momentos, era, o se fue transformando, en la esquina mas linda de todo el barrio.
A los familiares y amigos, y a los ex familiares y ex amigos, les costo aceptar que era ahí donde estos filósofos antiguos en la contemporaneidad querían pasar el resto de sus vidas, pero lo que mas les dolió al principio, y hasta hubo quien aun no lo tolera, es que todo el barrio conozca a esa esquina como “la esquina de los locos”.
Años, estaciones, días, minutos, instantes enamorándose, riendo, callando, durmiendo, llorando, arrepintiéndose, debatiendo, mirando, enorgulleciéndose en ese cruce de calles. Una acera, dos vidas, mil diálogos.
El mismo horizonte todos los días fue testigo de que no había oidos que escucharan ninguna de las letras que salieran de esas bocas. Ya no era solo el sol el invitado de honor de cada mañana en esa esquina, también los eran ellos dos. El sol iba todos los días, ellos no se iban nunca. La luna los veía enamorada y las nubes los besaban con sus gotas. El viento los acariciaba a menudo, cuando ellos se dejaban y no resistan con mantas regaladas. Las barbas y los llamados a la policía crecían. Nunca nadie pudo sacarlos ni afeitarlos. Tampoco nunca nadie los escuchó, para todos ellos eran mudos.


Por Mano

sábado, 19 de abril de 2008

Fiorela

Le pidió disculpas con la mirada y antes de decir nada: “¿me dices tu nombre?”. Claro que ella se quedo helada, no se conocían, exceptuando esas simples miradas que alguna vez tropezaron, para ella intrascendentes y para él fueron los momentos que le iluminaron los días. Algún Dios, o algo así, gritó con voz de Dios: “Fiorela” (ella sólo movió leve y tímidamente sus labios finos, delicados, mientras era interrogada a la luz del sol). Él previó, con una parcialidad coherente esta situación y, con la voz casi tartamuda, explicó que su intento de conversación debía seguir algunos pasos programados previamente. Ella no se negó ni se resistió. Tampoco amagó sonrisa, ni lo miró a los ojos y teniendo en cuenta el ambiente, se decidió a escucharlo. “Primero te debo agradecer y me debo agradar. Gracias, tu dulce voz y tu merecido nombre iluminan mis ojos, me maravillan, al igual que aquel poema que llevará ese nombre”. Se olvidó como seguir. Son esos momentos en los que el improvisar opaca y el temor supera, cerró los ojos. Ella, con la rareza de esta situación, cotidiana solo para la nunca, lo vio irse.
Se olvidó.

Por Mano

La Ruta

A Soledad no le gusta agarrar por ese camino. Dice que le provoca nauseas, mareos. Debe ser porque esa ruta tiene muchas curvas, muchas subidas y bajadas, pero sin embargo es muy transitada, y no es para menos, une el centro y La Claridad, el barrio más poblado de la cuidad.
Un día Mario vio el diario íntimo de Soledad, que lo había dejado olvidado abierto en el escritorio del cuarto cuando entró a bañarse, como sin querer pensarlo lo leyó. Esa hoja decía “volví a evitar aquel espantoso camino…”. La curiosidad aumento y revisó las primeras páginas hasta que encontró una que llamaba la atención. Con letras mas grandes que el resto de las paginas Soledad había escrito “me cuesta creer que lo haya comprobado, pero hoy yendo al trabajo, luego de pasar el kilómetro 47 y antes de llegar a Sombri, en la misma colina que ayer desaparecieron los dos autos, el rojo y el amarillo, perdí de vista un auto negro”, Mario no entendía mucho, le entusiasmaba y lo atrapó. Encontró la pagina donde comenzaba este relato, que decía “no lo puedo creer, no estaba tan dormida como para creer ver dos autos que luego no estaban más. El rojo lo pude haber imaginado, pero el auto amarillo no, lo vi, estoy segura, me llamo la atención, no es común ver un auto amarillo. Además lo miraba todo el tiempo, hasta que en una de las subidas (debía ser casi el Km. 50) lo perdí de vista, se calló, precipitó. Cuando yo estaba en la sima, miré y no lo encontré. Se perdió en el horizonte. Fue tan claro, esa ruta me da miedo, te lleva a la nada”.


Por Mano

Amor a primera vista

Fue doblando en la esquina de Brasil y Bolívar, ahí donde quedaba el restaurante “Manolo”. Giró a la izquierda, tarde normal, lo de siempre, volviendo de hacer las compras. Al doblar se encontró con Lili, su amiga de toda la secundaria. Habían sido muy amigos durante esos años, ahora solo quedaba el titulo de vecinos. Ninguno de los dos reconoció al otro. Se chocaron, se miraron a los ojos por unos segundos sin decir nada, amor a primera vista. Se empezaron a conocer. Hoy siguen cenando perdices.

Por Mano

martes, 15 de abril de 2008

Rutina

Primera Parte

Elena se apuro como nunca para no llegar otra vez tarde a su clase de saxo. Fue inútil:
-Otra vez tarde Elena?
-No lo va a creer profesor.
Como explicarle sabia, lo que no sabía era como convencerlo de que lo que le explicaba era cierto.
Corriendo hasta la parada del colectivo, y como siempre, cuando estas apurada el colectivo no viene o los segundos son más largos. Esta vez fue una mezcla de las dos. Pasan todos los colectivos que no esperas pero que seguro más de una vez tardaron en llegar cuando más lo necesitabas. Hasta que apareció él, el azul. Dobló en la esquina y venia tranquilo, Elena se serenaba y todo iba bien. Metió su mano derecha en el bolsillo para buscar las monedas. Estaban en el fondo como siempre, y solo lograba tocarlas apenas con la punta de los dedos. En cada intento estaba a punto de agarrarlas y sacar la mano con las monedas en ella, se apuraba pues cada vez el azul estaba más cerca. Hasta que por fin las agarro pero el puño cerradísimo hizo que le cueste sacar la mano del bolsillo y vea la parte de atrás del colectivo alejándose.


Por Mano

Segunda Parte

Una mixtura de angustia, desesperación y rabia se vio esfumada cuando, en medio de una enunciación compulsiva de insultos a sí misma, observó que una luz roja detenía su colectivo. Aquel colectivo azul que la llevaría a destino, el mismo que se acercaba de manera proporcional a su capacidad de reacción, que, entiéndase bien, no le impidió evadir la duda de saber si podría alcanzarlo o no. Así, estuvo inmóvil durante algunos segundos, los mismos segundos que habían causado la conflictividad inicial.Cuando se desprendió de su incertidumbre, dejando atrás las cadenas que amarraban sus piernas al piso, e hizo el gesto de correr hacia él, el verde del semáforo asestó un golpe terrible a su ánimo. Un gancho al hígado, semejante al de la Hiena Barrios en su apogeo pugilístico hizo estragos en la ya debilitada valoración del día. Fue, entonces, que aquella mixtura de angustia, desesperación y rabia no tardó en retornar acompañada de una enunciación compulsiva de insultos a sí misma -esta vez a los gritos- sin temer en lo más mínimo al ridículo.

Por daniel

Primer Amor

En Misiones, Argentina, todo es tierra, caminos de polvos volando y más tierra saltando e impregnándose. Después de ir a agarrar algunos frutos de los árboles de las grandes haciendas, los pequeños José y Marcos cruzaban todo el pueblo para llegar a su casa. Una cuadra antes de llegar estaba la humilde Terminal de colectivos, donde los chicos lavaban las frutas.
-Vamos José!!
-Espera, creo que me enamoré del agua.


Por Mano

lunes, 14 de abril de 2008

La otra suerte de Teodoro Méndez Acubal

a Rosario Castellano

-¡Ladrón! ¡Ladrón!
Lo que le siguieron a Teodoro Méndez Acubal fueron años interminables e incontables en la cárcel. Un ex mercader acusado no solo de ladrón sino también de loco fue su gran compañero de celda. El viejo Álvaro había tenido una infancia de rico, una adultez de pobre y vagabundo y una vejez de preso lo veía morirse de a poco. Álvaro se acerco mucho a Teodoro, durante toda su vida había tenido problemas y soluciones (aunque más de los primeros) por juntarse con los chamulas a quienes admiraba y, en su época en libertad, copiaba mucho, sin duda causa de que esa maravillosa época se terminara. La relación entre los dos crecía cada vez más. Cada vez se entendían más entre ellos y entendían menos a los que se encargaban de marginar a ambas culturas.A los diez años de convivencia Álvaro se vestía como Teodoro, quien usaba la barba larga como Álvaro. Compartían ritos característicos de los chamulas que Teodoro enseñaba y los dos leían y escribían en castellano. Una fusión cultural tan rica como novedosa.Con el dolor por la muerte de Álvaro surgieron en Teodoro varias reflexiones expresadas en papeles que le quedaban la misma cantidad de vida que a él. Teodoro murió al poco tiempo de la muerte de su amigo teniendo una concepción muy particular de lo que son las diferencias y las igualdades entre los hombres. Murió mudo gritando “libertad e igualdad”.

Por Mano

Tarde de niños

A las cinco en punto de la tarde se producía el enfrentamiento más temido y esperado que haya ocurrido en la historia del barrio. Todo parecía ya escrito, a la mañana los chicos a la escuela, cada grupo hablando en cada momento, cada recreo, cada silencio o distracción de la seño. Miadas entre los dos bandos, cada uno sentía como todos estaban expectantes, todas las miradas estaban cayendo sobre ellos. No era para menos, días así no suceden muy seguido en la escuela 28 de Lugano. Cada uno se había ido a dormir temprano la noche anterior con muchos nervios pero no sin antes ultimar los detalles de la formación por chat con sus compañeros de equipo. Y al fin había llegado el día. El día, de esos días en que la noche anterior, con la cabeza en la almohada, no podes dejar de idealizarlo, el que lo venís esperando y no llega más, hasta que te sorprende y las ansias te revuelven el estómago.
En el aula se sientan en grupos de a seis, siete y hay un grupo de ocho. La vida, junto con sus madres, cuatro años antes se había equivocado al inscribir en el mismo 1ºB a todos estos chicos juntos. Hoy, y este día en particular, en el 5ºB se vive una tensión que llega a angustiar y preocupar hasta a la maestra, que muy ingenua con su delantal más blanco que nunca, sus aros gigantes y su pelo negro ni enrulado ni lacio, no se da cuenta de que ese día era El día.
Cada grupo tiene su mesa, que es lo suficientemente grande como para que entren hasta nueve chicos con sus respectivos útiles. Dos de los cinco grupos eran totalmente intrascendentes para la historia tan trascendental de este quinto grado. El grupo de adelante a la izquierda era el de las seis niñas guapas y las más populares desde quinto grado para abajo, aunque una, Glenda, era muy popular en los grados de los más grandes por su belleza precoz y, además, porque tenia un hermano en séptimo conocido en la escuela por sus dotes en los deportes, dos motivos que hacían que muchas de las niñas se le acercaran. Y no es un dato menor la popularidad en una escuela primaria, al contrario, a esa edad es importantísimo sentir que te conocen, que hablen de vos, que te saluden los mas grandes. La primaria es el periodo en que mas veces te enamoras, y muchas veces es de “la chica más conocida” o “el chico de mis sueños con el que haríamos la pareja de la cual todo el colegio hablaría”. Se puede decir que Glenda y su mejor amiga, Estefanía, eran las más populares y guapas de todo quinto grado, incluyendo el A y el C. Cada uno que entraba por primera vez al aula veía que había dos guardapolvos que brillaban más que el resto.
Otro grupo, el del fondo a la derecha, era el más revoltoso, seguro que por eso era popular porque no tenía otra característica llamativa. En realidad eran un poco más que revoltosos, llegaban a ser malvados, bastante malvados. Existe un momento en la niñez en que las cosas que se hacen dejan de ser graciosas o divertidas (para los grandes y para algunos chicos también) y pasan a ser molestas, hasta preocupantes, lo que a uno le parece entretenido los otros lo ven con susto, y suelen pensar “que mal educado”, “mira lo que hizo”. Cada uno de los seis que integraban este grupo tenia una amonestación o había ido a hablar con la directora por lo menos una vez en lo que iba del año. Eran los únicos seis de todo el grado con estos antecedentes, y no era para menos, una vez, por ejemplo, Dolfito y Franco se pusieron de acuerdo para hacer caer a la maestra cuando se estaba por sentar. Muy inteligentes, lastima que derrochaban su capacidad en maldades, había que ver el mecanismo que armaron para que cuando la maestra se este por sentar la silla se corriera para atrás, era toda una angustiosa genialidad. Se notaba que Benito era el primo de Dolfito, venían de la misma familia, vivieron juntos mucho tiempo. Tenían ideas muy parecidas para las maldades, aunque a Benito le gustaba más molestar a las niñas de su grado y otros grados que a los grandes, decía que “los adultos tienen más memoria, son más grandes, mejor no meterse con ellos”, por esto es que Dolfito siempre, aunque sin decírselo, lo trato de cobarde.
Los mellizos V, como se conocían en el colegio, eran muy amigos de Augusto, vivían muy cerca, sus casas estaban separadas solo por una calle, la cual era testigo de las bestialidades más atroces, como aquella vez en que sostuvieron una tanza desde una casa a la otra, o sea que la tanza cruzaba la calle perpendicularmente, al ras del piso y al ser transparente no se veía con facilidad. Cuando venia Doña Nelly se escondieron en las casas tomando desde cada casa una punta, y cuando la pobre viejita tenia un pie de cada lado de la tanza cada uno tiro de la punta, Doña Nelly se quebró la cadera, estuvo internada tres semanas y las madres de los chicos: “son cosas de chicos”, de algún lado tenia que venir esa bestialidad. El último de este grupo no era tan amigo, casi ni lo conocían. Se veían solo en la escuela y alguna que otra vez en un partido, de los importantes, pues Jorgito jugaba muy bien. Entre ellos decían que era muy inteligente para jugar, les gustaba que haga trampa en todos los partidos sin que nadie se diera cuenta.
Estaban siempre juntos, todo el tiempo riéndose de los demás. A las maestras les impresionaba porque que todo el tiempo estén haciendo lío, también porque parecían grandes cuando hablaban, sabían mucho y eran muy inteligentes. Siempre tirándoles cosas a los del grupo de la otra punta, los de atrás a la izquierda.
Este último grupo era muy unido, queridos por toda la escuela, menos por aquel otro grupo. Se llevaban muy bien, tenían gustos muy parecidos, aunque eran bastante variados.
Ninguno de los niños sabia muy bien porque a Ge le decían de esa forma, tampoco se molestaban en preguntárselo a él, es probable que ni él supiera por qué lo llamaban así. Las pocas veces que entre algunos se lo habían preguntado llegaron a la conclusión de que era porque así le decía la mamá, aunque no estaban muy seguros. Ge era el niño más bueno que se pueda encontrar en cualquier lugar del mundo, peladito, con sus anteojos a-lo-Lennon caminaba lento y pensante. Era un grande en envase chico, bastante extraño para muchos en el barrio porque sus padres habían adoptado una religión en la que en este país homogéneo se diferenciaba mucho de las “tradicionales”, cosa que hizo que muchas veces Ge se sintiera excluido.
Julito, el más porteño de todos, era aplicadísimo en lengua, le encantaba, no salía a jugar mucho al barrio con sus amigos porque prefería quedarse en su casa leyendo algún libro, pero cuando se trataba de partidos como el que se iba a jugar esa tarde se enloquecía, para esta vez hasta había escrito algunas poesías referidas al fútbol, los deportes y los amigos.
Carlitos era el más divertido de todos, siempre haciendo monerías, le iba muy bien con las mujeres y tenía a todas las maestras y mamás en el bolsillo por su simpatía, no por otra cosa, ya que de su grupo era el menos aplicado, el más vago.
A los tocayos Pablo Pío Dincan y Pablo Néstor Sauri, para diferenciarlos, entre los niños los llamaban Lopi y Lone respectivamente, por el final del primer nombre en conexión con el comienzo del segundo.
Siempre juntos estaban Marquitos y Tete, no se separaban ni un segundo. Cada uno sabía todo del otro, eran como la misma persona. Jugaban de delanteros los dos, hasta para jugar al fútbol se entendían, eran terribles, lo que querían lo conseguían. El que era más amigos de todos era El Gordo, hasta los del eterno grupo rival decían que El Gordo no les caía tan mal, era un niño dulcísimo, y a la hora de los partidos, siempre arquero.
Lugano de fiesta, se hace la hora del té, los vecinos pasan por la plaza y ven con curiosidad a los chicos preparándose para jugar.

Por Mano

Cosas de familias

Por suerte le empezó a ir bien con su empresa, porque les dio trabajo a los dos hijos de Carmen y Mario, y con esto están mucho mejor. La paradoja esta en los hijos de cada una de las familias, pues Felipe y Alberto apenas terminaron la secundaria entraron a trabajar en la empresa de Pedro, ya hace como cuatro años, y ahora ya cada uno tiene su auto, se visten que son la envidia no solo de los hijos de Pedro, sino de todo el vecindario. Ahora, Juan y Amanda, que tienen la misma edad pese a que viven en una casa más grande, se van de vacaciones al exterior, no les va tan bien con la popularidad barrial. Claro, llevan vidas universitarias, muchos sábados no pueden salir, además Pedro y Susana no les dan tanta plata como para que se compren ropa nueva todo el tiempo.Parece que a todos les va bien, pero un vecino, un viejo solitario y misterioso anda diciendo por el barrio que ninguna de las familias hace las cosas bien…