Le pidió disculpas con la mirada y antes de decir nada: “¿me dices tu nombre?”. Claro que ella se quedo helada, no se conocían, exceptuando esas simples miradas que alguna vez tropezaron, para ella intrascendentes y para él fueron los momentos que le iluminaron los días. Algún Dios, o algo así, gritó con voz de Dios: “Fiorela” (ella sólo movió leve y tímidamente sus labios finos, delicados, mientras era interrogada a la luz del sol). Él previó, con una parcialidad coherente esta situación y, con la voz casi tartamuda, explicó que su intento de conversación debía seguir algunos pasos programados previamente. Ella no se negó ni se resistió. Tampoco amagó sonrisa, ni lo miró a los ojos y teniendo en cuenta el ambiente, se decidió a escucharlo. “Primero te debo agradecer y me debo agradar. Gracias, tu dulce voz y tu merecido nombre iluminan mis ojos, me maravillan, al igual que aquel poema que llevará ese nombre”. Se olvidó como seguir. Son esos momentos en los que el improvisar opaca y el temor supera, cerró los ojos. Ella, con la rareza de esta situación, cotidiana solo para la nunca, lo vio irse.
Se olvidó.
Por Mano
2 comentarios:
¿Por qué tus palabras me recuerdan a melancolía y me saben a dolor? Pero no por eso dejan de ser bellas. Te dejo un sincero abrazo!.
Ojala todo fuera tan facil como comunicar cn una mirada.
Las miradas pueden ser mágicas y llegar a cambiarte la vida.
Sé porque lo digo... :D
un saludo
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