“Decídase, señor escritor, y una vez, al menos, sea usted la flor que huele en vez de ser el cronista del aroma. Poca gracia tiene escribir lo que se vive. El desafío está en vivir lo que se escribe” Eduardo Galeano

martes, 29 de diciembre de 2009

Desencuento

I

Llegué un rato antes y me puse a leer. Me pedí un café y lo tome rápido. Me dio mucho calor.

II

De vez en cuando levantaba la cabeza para ver quién andaba por la vereda y quién entraba. Me interrumpía la lectura el pensamiento sobre lo poco que sabía de la persona que esperaba. Nada, o casi nada. Digamos que algo, pero que ese algo bien podría ser falso. Hasta podría estar esperando a alguien que nunca existió, pero eso casi ni se me cruzaba por la cabeza o lo descartaba cada vez que insistía. Vale aclarar que no habíamos pactado, previamente, forma alguna de reconocimiento. Yo, con la certeza de que en cualquier momento llegaría, esperaba tranquilo, aunque sintiendo algo raro en la panza y en la cabeza, por novato en esto de citas a ciegas o por el miedo a enamorarme de esa forma. En realidad, creo que era por no saber si ella también pensaba en eso o sólo tenía su cabeza puesta en el tema que, por común, indirectamente nos unió (acepto y aviso que no sé bien qué quiere decir este verbo a la hora de hablar sobre relaciones humanas).

III

En la vereda de enfrente está por cruzar la calle una anciana. Mira hacia la ventana donde estaba yo y vuelve su mirada al piso como habiendo encontrado lo que buscaba. Pienso en que bien puede ser alguien como ella, aunque hasta ese momento sólo había pensado en alguien de una edad similar a la mía. Yesi no es nombre de una anciana. (¿Se llamará Yesi?). Y mis prejuicios son lo suficientemente determinantes como para confirmarme que la señora que estaba allí no se hubiera contactado conmigo de la forma que lo hicimos, a través de Cami (esto lo dudo) y movilizada por el particular tema por el que nos citamos. La señora no vuelve a levantar la cabeza, pasa de largo, sigue su paseo de tarde (¡acerté!) y yo mi paseo de pensamientos o de lecturas o de esperas que son más o menos lo mismo. El libro, para este entonces, puede que ya haya estado cerrado.
IV

La cantidad de cosas de esa otra persona que no sé me lleva, siempre, a volver sobre las que sé. Y son realmente muy pocas. Pienso en Cami. Cómo sería una amiga suya, qué aspecto puede tener alguien a la que le habló de mí y tiene, por un motivo inicial determinante del que sé que le habló (y supongo que con entusiasmo), ganas de conocerme en persona, de contarme sobre sus cosas y que le hable de las mías. De qué le habrá hablado, además que de aquello.

V

Camila es una gran persona. El poco tiempo que tuve para conocerla alcanzó para demostrarme lo enorme y bondadosa que es su alma, pero eso no me habla acerca de qué amigas tiene (ni siquiera sé si realmente es su amiga) ni de cómo son físicamente. Hablábamos mucho de ese tema, a ella le gustaba escucharme. Me hacía preguntas, se mostraba siempre interesada y hasta me demostraba que le hacía feliz que yo esté involucrado en esas cuestiones. De ahí que supongo el entusiasmo con que lo habrá hablado. Lo que no sé es si la habrá convencido, insistiendo en que, “conociéndote, lo tenés que conocer, se van a llevar muy bien” o sólo habrá contado, con ganas pero sin expectativas, de mí y estos temas que, al parecer, son comunes.

VI

Otra vez miro mi celular, la hora, “15:34”, su mensaje, “¿mañana podés? A las tres en el Pascual Contursi”, mi respuesta, “sí”.

VII

Por fin la vi. Llega tarde pero no tanto como para que ese sea un problema, es hermosa. Blanca, radiante, el pelo muy negro y corto. Alegre, decidida, va a manejar los tiempos de la conversación, del encuentro, de nuestras vidas (como vemos, desde el tiempo de inicio; de la conversación en un ratito, del encuentro desde ese momento y de nuestras vidas para siempre) ella, a su manera. Abre la puerta, mira para todos lados como buscando algo, más bien un aroma. Se me deben haber iluminado los ojos, sentí como que no había más ruidos que el de sus labios despegándose para sonreírme mientras me miraba y se avergonzaba. Ese instante tan inexplicable y extremo como la vida o la muerte. Son esos momentos en los que, por ausente, uno, tal como lo muestran algunas (¿malas?) películas en el difícil desafío de retratar al amor, hasta le firmaría el boletín a su hijo sin leerlo, tocándole la cabeza, sonriéndole con lo ojos fijos en otro lado. En ella. Ella que entraba como en cámara lenta hasta que soltó la puerta. Ya sin mirarme caminó velozmente por el pasillo que formaban las mesas y pasó a mi lado dejando un aroma agrio, que en cualquier otra circunstancia hubiera sido hermoso. Me doy vuelta y confirmo que su seguridad al entrar correspondía con una urgencia natural,
fisiológica, que nada tenía que ver con mi encuentro. El pronóstico meteorológico había fallado en su soleado discurso. En ese lugar, luego de avisar con relámpagos brillantes, lo que siguió al doloroso trueno fue que el sudor inundara mi remera. Miro por la ventana y el sol seguía evaporando el asfalto.

VIII

Volví a la lectura, intenté con éxito no pensar en el asunto, sabía que iba a venir pero no ganaba nada inquietándome, pensando en cuándo y quién. Ya no estaba ahí, la historia me había hecho suyo y navegaba por entre las hojas de aquella novela. De pronto una persona se me para al lado. Muy cerca, casi tocando mi codo con su pierna. Levanto la mirada, “una lámpara para leer. Es de bajo consumo, no se quema y la batería dura un año”, después de un prolongado aunque necesario silencio me niego pero agradezco. “Gracias a usted, feliz navidad”. Cerré el libro pero dejé una mano de señaladora y me puse a pensar, creo, en la cantidad de realidades que vivimos a cada instante y cómo vamos y volvemos constantemente hacia y de la ficción.

IX

De algún lado tuvo que haber sacado mi mail y “hola Joaquín soy Yesi, una amiga de Cami” (no recuerdo exactamente si su nombre es Yesi, en la agenda del celular la tengo como AmigadeCami). Existir
tiene que existir. Además, insistía con vernos para hablar de ese tema del cual Cami se conmovía escuchándome. La idea de que sea Cami haciéndose pasar por Yesi para ese entonces ya la había pensado y descartado. Entra un hombre alto, camisa blanca y pantalón negro, serio. Camina hasta mí, pone su portafolio en la mesa, lo abre y el reflejo de tanto brillo, de sus dientes blancos sonrientes y del oro y la plata que había en esos relojes y pulseras, me hace achinar los ojos. “No gracias”, “de nada amigo, felices fiestas”.
Convengamos que es raro. Una mezcla epocal. Los dos (supongo que los dos) jóvenes de principios de siglo veintiuno. Por un lado el tradicional café, el avejentado lector y en su cabeza las historias más cursis de amor típicas de siglos pasados. Por otro, las nuevas tecnologías, el encuentro arreglado por mail, el tema en común y los celulares callados esperando avisos o reclamos. No sé muy bien lo que estoy haciendo, nunca me imaginé en esta situación pero reconozco que ella y el interés sobre el tema compartido me intrigan sobremanera por desconocerla y por compartir eso que tanto parece interesarnos ambos.

X

Sigo leyendo aunque estoy más pendiente de la espera, del tiempo, de la gente, que del libro. Cada vez que termino de leer un párrafo es como si no lo hubiese leído. Así, tres o cuatro lecturas para cada párrafo, la lectura no tiene sentido pero es la única que le da pelea, en mi cabeza, a las ansias por verla aparecer de una vez por todas. De que deje de ser, en cada mujer que pasa, idealizada y se haga concreta, real. (Viva). Pasa el tiempo, pasa gente por la vereda, entra y sale gente durante un tiempo relativamente largo (para mi eterno). Tengo muchas ganas de hacer pis. Esa impaciencia hizo que cuando, sin levantar la cabeza, reconozca una silueta que entra, abre la puerta y se queda parada, yo me intranquilice más de lo que estaba. Las gotas de sudor ya eran inocultablemente incontrolables. (Disimulo, o eso creo, y veo que es mujer, que con la pera va apuntándonos a todos segura de estar buscando algo que ahí se hallaba pero inquieta por no saber qué es). Me negaba a pensar que era ella. Sabía que iba a venir, pero no era la que ahí estaba. De repente supo qué era lo que buscaba. Y lo encontró en mí, cuando me rendí, la miré y me sonrojé.

XI

Yo volví a mi seriedad inquieta y temerosa y ella vino hacia mí sonriente. Los pelos al viento, no me quitó ni un segundo los ojos de encima, hilando charlas imaginarias o cibernéticas, poniéndole rostro a las construcciones de mí en su cabeza, consolándose con un podría ser peor o confesando que está muy bien. Miro para todos lados, un poco a ella, un poco al piso, un poco a la gente que nos rodea, pensando en cómo demonios llamarla con tal de no errarle con el Yesi que sólo supongo. “Apenas te vi me di cuenta que eras vos, estaba esperando que me mires”, “¿qué tal? ¿Todo bien?”, “bien, perdón por la demora”. Yo sonrío y me vuelvo a sentar, mucho, muchísimo, más tranquilo.

XII

“¿No sabés dónde queda el baño?”. Mientras pienso en que no me digas que vos también entraste para ir al baño, me doy vuelta para señalárselo, lo mira y sin dudarlo se va apurada en silencio. Quiere decir dos posibles cosas que me alegran. O que
no le interesa o le interesa poco lo material (pues al irse dejó todas sus cosas en la silla que estaba al lado mío) y/o le importa algo o mucho, pero le transmití confianza. Volvió del baño mucho más linda, más serena. Yo también estaba cada vez mejor.
- Al fin nos conocemos.
- Al fin.
- No te imaginaba así.
- ¿Así cómo?
- No sé, te imaginé distinto.
¡Cómo me dio a pensar esa última afirmación! Mil cosas pasaron por mi cabeza. Creo que ella pensó que me había caído mal su comentario por mi prolongado silencio. Yo pensaba, me reía por dentro. De pronto (por suerte) se acercó el mozo.
- ¿Qué tomás?
- Un agua bien fría.
- Y para mí otro café, por favor.
Cuando el mozo trajo el pedido ya estaba otra vez solo en la mesa, ya habían pasado las risas vergonzosas, las disculpas sin sentido y Ana se estaba sentando en otra mesa con Bruno, que había llegado hacía un rato (qué cara de pobretipo, y otra vez mis prejuicios, pero qué le podía decir, qué podía pensar yo de él en las condiciones en las que me encontraba. En cualquier otro momento me le hubiese reído en la cara: una persona que esperando en su cita a ciegas, qué gracioso. Pero, claro, no era el momento y menos viendo sobre mi nariz como su cita se concretaba de buena manera y la mía no) y con sus ojos me decía seguí esperando.
“Igual dejame el agua, gracias”.

XIII

Sé que va a venir. Pero ya no quiero que me vea. Menos a los ojos de Ana, de Bruno, del mozo y el resto que por cobarde no miré pero que imagino cada vez más burlones, al tanto de mi situación. Desespero. Me paro rápido, pago en el mostrador, sin mirar a nadie a los ojos, “felicidades”.

1 comentario:

Butterfly dijo...

Nunca la conoció al final?
La verdad, el cansancio del día, no pudo con el encanto de tu prosa.
Entretenido, misterioso...con ganas de mas...qué bueno leerte.Un recreo para mi día ajetreado!
Gracias y (mirándote a los ojos sin intenciones de burlarme...) FELICIDADES!