“Decídase, señor escritor, y una vez, al menos, sea usted la flor que huele en vez de ser el cronista del aroma. Poca gracia tiene escribir lo que se vive. El desafío está en vivir lo que se escribe” Eduardo Galeano

domingo, 3 de enero de 2010

O céu de Camboriú (de aguas y colores)

Llueve mucho acá, en Brasil. Mucho, mucho llueve. Pero acá llueve tanto el cielo para que no se gaste de tanto ser mirado. Hoy, además de llover, también paró. Así que todos salimos fuera de los techos para poder mirarlo. Los pocos que no estaban bajo techo desaceleraron su andar y mucho tropezaron por mirarlo. Después de tantas gotas, el cielo se dejó ver. Ahí estaba y acá abajo se reflejaba en ojos y aguas. Si sólo para ese cielo el tiempo se hubiese detenido en ese momento yo envejecía viéndolo. Ya me dolía el cuello de mirarlo pero no quería bajar la cabeza hasta terminar de contar los colores que en él había. Maravillados en silencio lo veíamos todos: plantas, pájaros, personas, mar, viento. Todos en silencio escuchándolo callar.

Anocheció antes en el cielo que acá. Se me cayeron los párpados de tanto no pestañar para verlo. Una luz no me dejó seguir mi siesta tardía pero cuando desperté todo seguía en la misma calma. La luna brillaba como si todas las luces artificiales de todas las noches de todos los mundos estuviesen apagadas o apuntando hacia ella. No había estrellas fugaces, pues supongo que ninguna quería irse de este cielo y todas elegían quedarse congeladas allí arriba. Las pocas nubes que había pasaban por debajo o cerca de la luna, se las veía divertidas, jugando a ver quién llegaba última a ningún lugar. Ni con compás hubiera sido posible dibujarla tan redonda. La luna blanca con manchas grises, se colaba por entre las ramas y las hojas de la inmensa vegetación y llegaba hasta los rinconcitos más oscuros para dar una sombra iluminada por más luna. Todo lo abarcaba ella. Ese era su único apuro, el de alumbrar. El mío, en cambio, era por quedarme ahí, acá, y por escribir esto para recordar este cielo, ya no sólo cuando cierro los ojos, sino también cuando mis ojos, y los de quien los condimenten con mucha imaginación, pasen por estas palabras. Me apuré y ya llegué al final, pero ella sigue de prisa llegando sin parar.


Aquí el resto.

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