“Decídase, señor escritor, y una vez, al menos, sea usted la flor que huele en vez de ser el cronista del aroma. Poca gracia tiene escribir lo que se vive. El desafío está en vivir lo que se escribe” Eduardo Galeano

jueves, 11 de junio de 2009

Flor elegida

Iba caminando hacia la escuela. Hacía mucho frío porque el sol aún no había salido. Era el peor momento para caminar tanto, aunque seguro había sido una de esas noches fantásticas, llenas de estrellas; aunque prometía ser un día de los tantos en los que el sol, desde que asoma hasta que se esconde, brilla fuerte y calienta todo lo que la sombra no se adueña. Pero ese momento del medio, entre una cosa y la otra, era muy doloroso. Corren los últimos días de abril. El frío, el viento, los ruidos y ella caminando cabizbaja hasta el pueblo, hasta la escuela, cantando una canción para adentro, una que le enseño su abuela, una que le abriga el corazón.
Por fin llega y ocupa el lugar que quedó vacío. No mira a nadie, no habla con nadie. Y eso que su gente la llama, medio en broma, medio en serio, “wamla mana upaallay-chu” (niña que no calla). Pero en la escuela pega un labio con el otro, clava la mirada en el cuaderno y dibuja coloridas flores. De campanazo a campanazo con los lápices arrastrándose por las hojas. Todo tipo de flores y de colores. Se inspira con los colores de las montañas y las flores las copia de jardines que nadie conoce, con flores que nunca nadie vio. En la escuela no le prestan atención a esas obras de arte. Cuando en su casa le preguntan dice que son flores que estaban hace muchos años atrás, que se fueron muriendo o escapando a algún lugar. La abuela, con más arrugas que años, sonríe. Ella cuenta la historia de alguna flor, termina y canta alguna canción mientras corre y baila. Una vez que empieza se hace difícil que termine.
Todo lo contrario en el aula. Casi ni gesticula, apenas pestañea. Sólo levanta la cabeza cuando, una vez al día, escucha “Alicia”, la maestra asiste con la mirada y mueve rápidamente su lápiz: presente. Para los demás está sólo cuando la rutinaria tomada de lista llega al último nombre. Pudo conservar su apellido en la escuela: Wakaslla, aunque no su nombre original, Akllasisa, ya que la directora lo cambió “para que la niña se pueda insertar más fácilmente” por uno que, en español, suena parecido. Ahora nadie, sólo la maestra alguna que otra vez, le dice Alicia.
Nadie la mira. Alguno que otro la empuja o la pisa cuando pasa corriendo. Ella no dice nada, ni cuando, muy de vez en cuando, la maestra le pregunta algo. Lo preocupante no es sólo que nadie la haya escuchado hablar sino que por eso piensen que es muda. Esto fue lo que motivó a la maestra, preocupada, en su rol de segunda mamá, a hablar con la directora. Llamaron a la madre para explicar esta situación: “mi hija sólo habla quechua, nuestra lengua materna”.

No hay comentarios: